Sábado, 04 de Mayo 2024
México | LIBRE DIRECTO POR JAIME GARCÍA ELÍAS

— Más ''show''

El espectáculo alcanzó en estos días, con una mínima transición apenas —el tiempo estrictamente necesario para un vistazo somero a las crónicas del primero—, de un ''show'' a otro

Por: EL INFORMADOR

Jaime García Elías.  /

Jaime García Elías. /

Está escrito en alguna parte: “El espectáculo debe continuar”. Y tiene que ser así porque, después de todo, de espectáculo se nutre este mundo... La prueba estriba en que pocas cosas hay por encima, por ejemplo, de la muerte de Elizabeth Taylor (a raíz de la cual vino a saberse que la señora detestaba que le dijeran Liz) o de los goles de Lionel Messi.

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El espectáculo alcanzó en estos días, con una mínima transición apenas —el tiempo estrictamente necesario para un vistazo somero a las crónicas del primero—, de un “show” a otro. Con el respeto que merecen la tradición y, sobre todo, los sentimientos de dos jóvenes que se aman, por una parte, y, por la otra, las virtudes personales y el peso específico de uno de los grandes papas en la historia de la Iglesia Católica, la boda, el viernes, en Londres, de los probables futuros reyes Guillermo y Catalina, fue el preámbulo de la ceremonia en que Juan Pablo II fue elevado, el domingo, en Roma, a la gloria de los altares.
Pocos, en el caso de la boda real, fueron más allá de las trivialidades: el fasto de la ceremonia, la elegancia de los asistentes, la pulcritud del protocolo, el costo del vestido de la novia, la involuntaria ridiculez de más de uno de los sombreros. Pocos repararon en los motivos por los que la monarquía ha resistido más de mil años en Inglaterra. La monarquía, entre otras cosas, amén de generar estabilidad política, ha generado alta literatura. Como apuntaba Timothy Garton Ash (“El País”, IV-29-11, p. 29), catedrático en Oxford y Stanford, “imaginemos a Shakespeare sin todas las referencias a la monarquía; antes de abandonar mil años de poesía, hay que estar seguros de que nos va a ir mejor con la prosa”.

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Pocos, también, en el caso de la beatificación de “el Papa peregrino” que puso a México a la cabeza de los cientos de viajes que realizaría durante su pontificado, irían más allá de la anécdota: su magnetismo; su aparente ubicuidad; su pasión y muerte convertidas asimismo en espectáculo de masas. Pocos repararán en que, incluso con las profundas sombras que tuvo, a cambio de las correspondientes luces, el gobierno del timón de la Barca de Pedro a cargo del primer pontífice polaco de la historia, y que en este momento no viene al caso reseñar, su pontificado obligó a entender que la Iglesia, sin claudicar del Evangelio, tendrá que adaptarse al mundo contemporáneo.

La plena comprensión de esa necesidad imperiosa pudiera ser el milagro que falta para que el hoy beato pase a ser santo.

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