''Mejor aquí que en la calle''

GUADALAJARA, JALISCO (11/ENE/2013).- Víctor Eduardo Gutiérrez Noriega quiere conservar lo poco que tiene. Quiere conservar la tele que se escucha pero no se ve. Quiere conservar las cobijas, con las que se hace un colchón en la noche y evita la frialdad del suelo. Quiere conservar un pequeño estéreo al que ya no le sirve el reproductor de CD y un cristo empotrado en la pared. Quiere conservar la que considera su casa, aunque ésta sea un frío y pequeño cuarto de dos por tres metros, un lujo de 350 pesos a la semana.
 
El miércoles pasado, alrededor de las seis de la tarde, varios camiones se cuadraron afuera de la finca marcada con los números 1763, 1769 y 1769-A ubicada en la calle Justo Sierra a su cruce con General Coronado e Ignacio Manuel Altamirano. Víctor Eduardo estaba dormido y salió María Elena, su pareja desde hace tres años. Los trabajadores les dijeron que prepararan sus cosas para irse.
 
"¿Irnos? ¿Adónde?", pensó María Elena cuando le dijeron que la Comisión Estatal de Derechos Humanos Jalisco (CEDHJ) les daría unos días para quedarse en lo que encontraban otro lugar adonde cambiarse.
 
"Que me manden a un albergue es lo mismo que estar en la calle. En la calle se pasan cosas horribles. Te molesta la gente. Te llegas a encontrar de todo. 'Vente aquí yo te doy trabajo', te dicen. Pero siempre es a cambio de algo. Aquí estamos. Aunque sea un cuartito pobre pero ya es más seguro para ella", dice y atiende a su hija María José, que está por cumplir los dos años de edad.
 
Mientras Víctor Eduardo toma una cidronela para venderla en la calle y sacar para la leche de la niña, de un pequeño cubículo en donde sólo cabe el colchón sale un pequeño rechinido. Es Alejandro Santos que va por leche y pan para comer. Hoy le mandó 486 pesos a su hija hasta Tijuana. Los necesita porque es una persona con discapacidad. No quiere  irse de la finca porque el trabajo le queda cerca  y si lo pierde a sus 58 años considera que es difícil que le den otro: "Aunque seas el mejor del mundo te dan pa´ atrás.
 
Alejandro Santos se quita la gorra y muestra unos cabellos aplastados, pringosos y canos: "Esto es una carta de presentación, mano. Te ven así y se acabó. No hay trabajo. Yo soy experto en soldadura industrial, así como la ves".
 
Los que menos tiempo tienen y que no quieren decir su nombre se quejan  de los baños. Uno de ellos, mesero en Plaza Andares que paga 250 pesos a la semana, dice que es incómodo y no es seguro. Se queja porque no hay agua caliente ni gas. Son cuartos "pichoneros". "Un baño para todos es muy duro. Tiene uno que esperarse pa'  bañarse".
 
Afuera, mientras un grupo platica en corro, me acerco y les pregunto:

 --¿Viven a gusto?

 --Sí, estamos bien. La raza que estamos aquí estamos bien. O sea: de nosotros no existe ninguna queja ni somos problemáticos. Nosotros no nos vamos a salir. Esto no es un albergue -contesta uno de ellos con los ojos encendidos.
 
Miguel Ángel Soto, de 65 años de edad dice que está tranquilo. "Te voy a decir por qué razón. Dice un dicho: lo que no mata fortalece".
 
Y agrega: "Y yo quisiera, si en algún momento sirven mis palabras, decir algo a favor de ellos, porque estamos aquí para ayudarnos. Y yo estoy viviendo a la par de ellos la misma experiencia. Ahorita vas y rentas un cuarto aquí en el Centro y te van a pedir mil 500 pesos, te van a pedir adelanto. Todos los que estamos aquí no disponemos de eso ni por asomo. Estamos al día. Estamos trabajando, para subsistir..."
 
Afuera, algunos vecinos los miran con indiferencia. Dicen que viven entre las ratas, la mugre y las drogas. Dicen que están al margen de la necesidad. Dicen que los que viven ahí no le tienen miedo a casi nada, pero que no es un albergue. En un albergue no andan drogados ni mugrosos. Ni viven apretados en una ratonera. Al menos comen.
 
EL INFORMADOR / GONZALO JÁUREGUI