Recibí una invitación de boda con mi nombre escrito con letras que me han hecho recordar, motivándome a escribir que… Que si Usted, paciente amigo que me lee, recuerda cómo y con qué se enseñó a escribir, y a su mente viene el añorado “canutero” con plumilla y tintero, será significativo que sobrepasadas ya seis décadas de vida, pertenece a las generaciones que en el hoy, no sin cierta sorna, se reconocen como las de “antaño”… De antaño, que sí, cuando todavía se recibían clases de caligrafía y ortografía. Cuando en los útiles escolares se incluían los trastos de escritura que menciono, y ya con lujo, la bien recordada pluma fuente, pomposamente llamada “estilográfica”, en cuyo depósito de bomba se succionaba la tinta para cargarla y plasmar en el papel, no sin cierto cuidado para que el líquido no se expandiera, lo que de hacerse, obligaría al uso del “secante” para no manchar ni mancharse. Sí, de antaño, cuando apenas se vislumbraba el descubrimiento de la pluma “atómica”, que no era otro que el naciente entonces y hoy conocido con el nombre de bolígrafo. Recuerdos, pues, cuando resulta por demás claro que en el hoy, las computadoras son casi ya un apéndice de nuestro ser, que contrasta en fondo y sentido, al sentido y fondo de la escritura a mano, cuando esta es diversa, de toque individual que marca diferencia a unos de otros. Soy, reconozco, de la generación de la letra “Palmer”, por muchos mejor conocida como “inglesa”, que al dominarla por sus elegantes formas y giros para escribirla, llamaban la atención distinguiendo al que la emplea, con la frase que sentir orgullosos nos hacía cuando se nos decía: “Pero qué bonita letra tiene…” Empero… Empero, vendría pues la evolución, perdiéndose la esencia atractiva y estética de la letra cursiva, tan desplazada por la vulgarmente tradicional actual que es la “de molde”. ¿Diferencia…? Que en la cursiva, el hecho de que las letras se escriben unidas una a la otra, —por lo menos así lo siento yo—, me permite que tenga una fluidez armónica del pensamiento de la mente a la escritura en el papel. Vamos, que al ligar letras con línea, el escritor vincula esos pensamientos convirtiéndolos en palabras. En cambio si se aplica la letra de imprenta, se escinde lo que se piensa en letras anulándose el tiempo de la frase, interrumpiendo su ritmo y dibujo. ¿Y qué de todo esto…? Fíjese amigo lector, que ya en la misma Inglaterra como en Francia se está volviendo al uso de la estilográfica, —¡fuera “bolis”...!—, a fin de que los estudiantes aprendan la grafía a motivo de que tal habilidad no se pierda. Quienes aprendimos de infantes que la escritura responde a la voz interior de cada quien, reconocíamos que las letras cursivas nos daban emoción al escribirlas, pues exigían componer la frase mentalmente antes de plasmarla revelando personalidad y carácter, requisito que la computadora no sugiere, razón por la que los jóvenes prefieren la homogeneizada letra de imprenta. Y… PENSÁNDOLO BIEN. Y… PENSÁNDOLO BIEN, para muchos la escritura a mano tiende a morir porque realizarla “lleva tiempo”, reconociéndola en la actualidad casi como un arte perdido. Perdido arte en la época en que el objetivo es expresar el pensamiento con la mayor rapidez posible, en sacrificio de la artesanía por la eficiencia y… Y la belleza por la velocidad. Menos mal que aún en el hoy, todavía se firma a mano, aunque… Aunque vaya Usted a saber, por cuánto tiempo más…