Vivimos en el mundo de distintas maneras. Honrando las tradiciones, buenas y malas, innovando acertada o equivocadamente. Mirando lo que acontece con ojos habituados a no preguntar, o ensanchando la mirada con el mar de preguntas que acompañan al asombro. Somos linaje, pero también nos cumplimos en el presente, ese campo sin recorrer aún. A diario nacemos a un nuevo día. Esto vale también para el Cónclave que se reúne para elegir un nuevo Papa. Cardenales herederos de tradiciones judeocristianas, unos con ojos más abiertos y preguntones que otros, decidirán. Y su decisión, de alguna manera tendrá que ver con su forma de mirar a esa integrante de la Iglesia que es la mujer. ¿Cómo habrán mirado los apóstoles a las mujeres en los tiempos en que el Maestro de Galilea rompió algunas de las tradiciones heredadas? Jesús tuvo gestos importantes de inclusión de las mujeres en su tiempo. Se dejó tocar por una mujer enferma, algo no bien visto, para sanarla. Se sentó en el brocal del pozo para conversar con una pecadora, y además, samaritana, clan con el que no iban al recreo de buena gana los galileos. Detuvo las manos que querían arrojar piedras sobre la adúltera, y animó a los violentos a dirigir la mirada y el puño sancionadores más bien hacia su interior, para escudriñar si estaban libres de culpa. Aplaudió a la sabia que se sentaba a oírlo, María, y animó a su hermana, Marta, a dejar de lado el agobio de las preocupaciones rutinarias para hacer lo mismo y así darse el tiempo de alimentar lo que los griegos llamaban “el cuidado del alma”. De la manera de concebir el papel de las mujeres en la Iglesia habrá grupos de cardenales que se decanten, ojalá, por elegir a alguien abierto a los signos de los tiempos, a innovar honrando la tradición incluyente que heredaron de su maestro, y a no cerrarse en tradiciones excluyentes que no empobrecen la vida. Del papel luminoso que se reconozca a la vida en pareja, y al jubiloso y permanente diálogo sexual como una fuerza espiritual de comunión, del reconocimiento a las diversas formas del amor, incluyendo la del celibato, dependerá si éste sigue siendo la única opción para el sacerdocio y la jerarquía. Hoy es el Día Internacional de las Mujeres. Habitar el mundo sin esa mirada que las incorpora como ciudadanas con plenos derechos sería encoger el alma, condenarnos a repetir la tradición del patriarcalismo, que en el machismo y la misoginia tiene expresiones rudas. En cambio, reconocer la vida que las mujeres aportamos para la salud del conjunto, la paz, la risa y el orden cotidianos, la distribución del pan y de los frijoles en la mesa familiar, las cuotas en los barrios y los cargos públicos, es ensanchar la forma de habitar el mundo y de hacerlo justa y equitativamente.