Sábado, 24 de Mayo 2025

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Saber leer

Por: Jaime García Elías

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La designación de Fernando del Paso (un poco chilango, porque el destino decidió que naciera en el Distrito Federal; un mucho tapatío, porque él mismo decidió, desde hace varios años, residir en Guadalajara, lo que invita a recordar a Chesterton: “El hombre es de donde quiere”) como ganador del Premio Cervantes 2015, reedita, en buena medida, los sentimientos que generaron, hace treintaitantos años, los Premios Nobel que se otorgaron a Alfonso García Robles (de la Paz) y Octavio Paz (de literatura). Aunque un porcentaje significativo de los mexicanos ejerce como analfabeta funcional, porque circunscribe las acciones de leer y escribir al cotidiano —¡eso sí…!— y exhaustivo ejercicio de “chatear”, es innegable que algo se remueve en eso que los elegantes llaman “el inconsciente colectivo”, cuando un escritor mexicano se hace acreedor a un galardón tan prestigioso.

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La generalidad de los mexicanos preferiría, probablemente, que un compatriota (Salma Hayek o Guillermo del Toro, por ejemplo) recibiera, en Hollywood, el “Óscar” de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas; o, mejor aún, que otro (el “Chicharito” Hernández o Andrés Guardado, verbigracia) se hiciera acreedor al “Botín de Oro” de “L’Equipe”. Esos sí que serían reconocimientos al auténtico talento mexicano… y, además —y principalmente—, en disciplinas con las que una mayoría de compatriotas se encuentra plenamente identificada; ese sí que sería un motivo de satisfacción y orgullo para la Raza de Bronce.

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Porque, hasta donde se supo , los Premios Cervantes que anteriormente se concedieron al mismo Paz, Carlos Fuentes, Elena Poniatowska, José Emilio Pacheco y Sergio Pitol, con los correspondientes reconocimientos de que todos ellos alcanzaron como gigantes de su oficio, no les aportaron torrentes de lectores a los galardonados, ni contribuyeron de manera significativa a que en México se acrecentaran el gusto y la afición por la lectura, es poco probable que la distinción para Del Paso repercuta en que las masas se desborden sobre las previsibles reediciones de “Palinuro de México”, “Noticias del Imperio”, etc.

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En todo caso —como sucedió con “El Crimen del Padre Amaro”: una excelente novela del Siglo XIX de la que se hizo una mediocre (aunque escandalosa, por motivos colaterales) película en pleno Siglo XX—, pudiera ser mucho mayor, cuantitativamente hablando, el impacto de una versión cinematográfica de cualquiera de ellas. Y es que en México, donde el promedio de lectura sigue siendo de 1.5 libros per cápita al año, seguimos arrastrando una tremenda asignatura pendiente, considerando que así como aprender a mover de manera coordinada pedales, palancas y volante de un automóvil no significa saber manejar, saber juntar las letras (“la eme con la a…”, etc.) no significa saber leer.

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