De acuerdo a diversos estudios publicados recientemente, nuestro país es Subcampeón mundial en impunidad; en tanto que en corrupción jugamos en las grandes ligas. Si bien esta situación no es un fenómeno reciente y mucho menos de causalidad única, conviene interrogarse cuáles podrían ser otros factores adicionales a los ya tradicionalmente considerados como elementos causantes o favorecedores de esa situación. Desde mi perspectiva existen dos sobre los cuales poco se ha reflexionado y que tienen que ver más que nada con una cultura o forma de ser o entender las cosas: la política de la mentira y la política de los compromisos.Los mexicanos al hacer política mienten; y, también —como buenos caballeros de la política— hacen compromisos. Así pues, los compromisos se sustentan en mentiras y las mentiras se convierten en compromisos. (Ejemplo paradigmático de lo anterior es la promesa de los 10 millones de votos de Fidel Velázquez en la elección de 1988 y las mentiras del Partido Verde en la presente campaña electoral). Se ha llegado al extremo de que incluso con mentiras se hacen chantajes políticos.Hacer de la política un simple pacto de caballeros es de reminiscencias feudales (puesto que los compromisos —como las lealtades— deben ser con la ley y las instituciones). Y, hacer de la mentira razón de ser de una actividad o de una persona es propio de tartufos, más no de políticos profesionales en un Estado democrático de derecho.De acuerdo al destacado filósofo y psicoanalista mexicano Francisco González Pineda, mientras en otros países la mentira es un medio de defensa o agresión (Francia), en otros la verdad es compulsiva y la mentira cosa baja y detestable (Alemania), o para otros es demostración de inmoralidad o expresión de fantasía (Estados Unidos); para nosotros —con las obvias variantes regionales— es algo común, cotidiano, y aceptado socialmente: los cónyuges se engañan mediante acuerdo tácito; un médico da “mentiras piadosas”; algunos abogados o ingenieros roban o traicionan a sus clientes; el burócrata “hace como que trabaja porque el Gobierno hace como que le paga”; la madre regaña a su hijo porque miente, y cuando la sirvienta le dice que la busca la vecina le contesta “¡Ay esa latosa! Dile que estoy en el baño… y tú ya me oíste niño: cuando vuelvas a mentir te pego.” Siendo así, ¿qué se puede esperar del político mexicano?: la combinación de todo eso y más.La mentira, como lenguaje corporal es impostura; como expresión verbal, demagogia. Entre políticos los compromisos son deudas de honor que se deben cumplir, aunque ello implique transgredir la ley. Así entonces el cumplimiento de los compromisos favorece la impunidad (y si no pregúntenselo a Ángel Aguirre Rivero). Y cuando la mentira prevalece sobre la verdad, todo es engaño; se alimenta la opacidad y la corrupción. Ese es el sustrato profundo de la forma de hacer política a la mexicana y esas son las raíces ocultas de la impunidad y la corrupción.Por tanto, más que reformas legales incompletas lo que se requiere en nuestro país es que la política se reencuentre con la verdad y con la ética; y que los compromisos entre políticos dejen de ser acuerdos en “lo oscurito” y se conviertan en pactos públicos para beneficiar el interés general y fortalecer el Estado de derecho.