Con mi saludo semanal y los mejores deseos, va la entrega del deporte convertido en arte y donde la charrería sigue adelante, dejando a ustedes que nos dispensan con su lectura esta columna del Más Mexicano de los Deportes.La charrería tiene muchas cosas que festejar y en ese devenir de la vida, ayer nos tocó a la familia de nosotros. Se casó a la iglesia mi hija Ana Victoria con el charro Jorge Piña, a quienes les deseo lo mejor de lo mejor en su nuevo proyecto de vida.La semana pasada decíamos que el Dios del Tiempo (Cronos), no se detiene y una vez más, eso queda de manifiesto.Cuando pequeños mis hijos, yo querían que estuvieran grandes y ahora que empiezan a vivir a plenitud, quisiera que volvieran a estar pequeños. El tiempo no tan sólo no se detiene, sino que sigue su marcha y enseñándonos grandes cosas.Qué tiempos, aquellos; señor, don SimónEn antaño y en la actualidad, las familias charras ven que sus hijos se casan con personas de nuestro amado deporte, lo que se traduce en que sigue la tradición.Antes de irnos a misa, a la mente vinieron muchos recuerdos, como en cascada, cuando Ana Victoria y Jorge eran niños, porque desde chamacos se hicieron novios.En ese torrente de recuerdos, vinieron a la mente como en fotografía, pequeños destellos de la infancia de ambos. Lo mejor, sin duda, es que después de muchos años de noviazgo, esa relación haya llegado ayer al altar.Las Familias Piña y Zermeño, hermanadas con este matrimonio, pero sobre todo preservando nuestras tradiciones, porque lo hemos repetido hasta el cansancio, la charrería es mucho más que eso y queda de manifiesto ello una vez más. Felicidades y enhorabuena.Hasta la próxima columna, si mi Dios tan Charro no lo remedia.Comentarios al columnista: ricardozbarba@hotmail.com