Una vez que han pasado las fiebres noticiosas después del informe del Gobierno estatal de Jalisco, retorna la agenda pública a observar la vida de cerca, lo que acontece en la ciudad y es beneficio o batalla cotidiana en los incontables barrios que se esconden en la inmensa urbe. En medio del infinito de acontecimientos cotidianos, este 17 de febrero se registró uno que debió ser de la mayor relevancia, mucho más que todas las comparecencias de los secretarios del gabinete en la glosa legislativa. Se trató del traslado de los restos de Jorge Matute Remus a la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres. Las generaciones de hoy, tan acostumbradas a las novedades sin término y al mejoramiento constante de las tecnologías y al acceso a nuevos disfrutes, han perdido en cambio la capacidad de la memoria. Recuerdan, eso sí, los mundos virtuales que se multiplican tanto como las complejas vidas de los habitantes reales de la ciudad, pero ni remotamente tienen espacio para consignar hechos que, en su momento, determinaron la ciudad que es hoy Guadalajara. Matute Remus es uno de los pocos personajes que, nacido en una época de guadalajarenses más completos —de hecho, perteneció a la mejor horneada de hombres de estas tierras en el siglo pasado—, ha reunido los méritos suficientes como para estar en la Rotonda de los Ilustres, tanto por sus conocimientos como por sus aportaciones para las generaciones del futuro, las mismas que hoy ni siquiera saben de quién es el nombre que le dieron al puente que se levanta por encima del cruce de las avenidas Lázaro Cárdenas y López Mateos, el popular atirantado. Por cierto, no está de más detenerse unos segundos para contemplar las ironías del juego político. El ex gobernador Emilio González Márquez, de tan polémica memoria, presumirá por siempre que durante su gestión se erigió el Puente Matute Remus, pero también debe cargar con la responsabilidad de haber negociado, en la oscuridad del poder, para que a la Rotonda se trasladaran los restos de dos dirigentes sindicales (Heliodoro Hernández Loza y Francisco Silva Romero), quienes contribuyeron a fortalecer el sistema político de mediados del siglo pasado mediante el control, muchas veces violento, de las inconformidades sociales. Hábiles políticos sí fueron, pero nunca modelos a seguir para los habitantes de este Estado. Junto a ellos está Matute Remus. Estas líneas no están dedicadas a contar logros del nuevo jalisciense ilustre ni a hacer apología de sus virtudes personales. Más allá del hecho llamativo de que gracias a sus conocimientos de ingeniería haya movido un edificio de varios cientos de toneladas para que se abriera, tan ancha como es hoy, la avenida Juárez en el corazón de Guadalajara, el propósito de esta Palestra es subrayar una pregunta: ¿dónde están los nuevos Jorge Matute? La sociedad tapatía, es decir los más de cuatro millones de personas que habitan el área conurbada, alberga más jóvenes, profesionistas, estudiantes, empresarios y líderes que los que pudieron haber imaginado los contemporáneos de Matute Remus. Sin embargo, la vida urbana se deteriora, se fracciona, alimenta la exclusión y la confrontación. Es compleja, casi inabarcable. Pero quizá una característica fundamental es la que separa a Jorge Matute y quienes, junto con él, fincaron el éxito de una ciudad que se levantaba pujante, exitosa, limpia, sobrada en su infraestructura: siempre obraron teniendo como valor principal el beneficio de la comunidad. Sólo por preguntar, porque quizá el modelo pueda volver a repetirse: ¿conviene inculcar a las nuevas generaciones el sentido del desempeño personal a favor de los demás?