Sábado, 03 de Mayo 2025

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Los restaurantes de mi infancia

Por: Carlos María Enrigue

Los restaurantes de mi infancia

Los restaurantes de mi infancia

El día de ayer, al abrir la versión digital de este periódico, me apareció una publicidad de unos departamentos que van a construir donde estaba ubicado el restaurante Círculo Francés, lo que hizo que inevitablemente me pusiera a recordar a muchos de los restaurantes donde terminé criando paladar.

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Y es que si bien uno no puede ponerse plenamente nostálgico, pues todavía existen numerosos restaurantes que superan la treintena de años, hay otros que se fueron. Que nos dieron a muchos tapatíos un espacio interesante donde convivir y donde degustar sabores que, en una medida aunque sea pequeña, contribuyó a formar gusto y paladar.

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Entre los que más recuerdo estaba el propio Círculo, que se encontraba en López Cotilla a un costado de la Alianza Francesa. Ahí te podía atender un mesero milenario, que no recuerdo su nombre pero le apodaban “el güero”, quien casi en cuanto te sentabas te servía unos totopos con salsa en lo que llegaban los demás comensales. Además, daban unos tacos de alguna carne molida – de aquellas que, por lo buena que está, mejor prefieres no preguntar aunque el carnicero sea Hanibal Lecter.

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Toda la comida era rica en ese lugar, había una sopa de cebolla muy sabrosa o una de mariscos a la que si mal no recuerdo le ponían Pernod y era excelente. También era muy bueno el Wellington, que no sé si ya no salgo tanto o simplemente no lo ofrecen en muchos restaurantes, pero hace ya bastante tiempo que no lo veo en un menú.

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La ensalada César de ahí sigue siendo en mi opinión la mejor que ha habido en Guadalajara, y es que si bien la receta brincó a otro lugar excelente – Recco – ahí no usan la lechuga orejona que por regla debe llevar.

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Lo que sí recuerdo es como fue la decadencia. La cocina siempre fue sólida, pero poco a poco, en detalles, uno iba atestiguando no sin tristeza como operaba el abandono del lugar. Los muebles se veían viejos, y más que viejos parchados, pues en un afán de ampliar, fueron poniendo retazos de otras mesas, de otras sillas que solamente denotaban descuido. Pese a esto, a muchos nos seguía importando lo central, la calidad de la comida, y junto con mucha gente continuamos asistiendo hasta que cerró.

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Da gusto en cambio ver a otros que pudieron sortear las dificultades, que no se quedaron en recuerdos como ocurrió con el Círculo, La Copa de Leche, el Tirol y el Luscherly. Restaurantes viejos, viejos, como la Estancia Gaucha – que, junto con la I Latina deben ser los más exitosos de esta ciudad. Así encontramos al Recco al que es un gusto ir por una carne tártara o un Alfedo sin igual; al Pierrot por unos caracoles y los acompañamientos caramelizados que te dan con cualquier platillo; o, más sencillo, una carne en su jugo en Karnes Garibaldi, de las que me entero que, debido a la reciente tiranía de los fit, no pueden ofrecer inicialmente las tortillas aceitosas que es la mitad de la gracia.

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En esta ciudad sin duda se come bien. Una ciudad dura para poner un negocio pues las expectativas son siempre altas y los juicios duros, pero donde la gente se la sigue jugando con sabores nuevos y donde cada año aparece alguien que busca retar al sabor tradicional sin que esto signifique pérdida sino enriquecimiento. Sí, se come rico en Guadalajara.

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