Hace un par de semanas un artículo mío entró en el hit parade de las noticias más vistas en elpais.com y subió hasta alcanzar el quinto puesto de la clasificación general y el tercero de la sección de cultura. Se da la circunstancia de que se trataba de un modesto texto proveniente de Lecturas Compartidas, una también modesta sección que publico en el suplemento cultural Babelia y en la que hablo de libros que me han gustado. Ni que decir tiene que, de todos los artículos que publico regularmente, ese es siempre, como es natural, el que menos se lee (no es de actualidad, no es polémico, no toca temas candentes, habla del minoritario placer de la lectura), así que su inclusión y ascenso en la dichosa lista me dejó tan flipada que me puse a pensar en cómo había podido suceder algo tan extraño. Y enseguida llegué a unas conclusiones que me parecen clarísimas. Para empezar, el artículo estaba destacado en la portada de elpais.com. Primer hecho evidente: vivimos en una sociedad tan atiborrada de información que, o consigues hacer visible tu mensaje resaltándolo de algún modo, o, por muy bueno y necesario que sea, pasará inadvertido en medio del ruido general (¡gracias por destacarme, amigos!). Pero además la pieza llevaba un titular estupendo y llamativo que sin duda atraía la curiosidad: “Eva Braun en la patética opereta del mal”. Por cierto que ese título no era mío, sino que lo ideó algún genial colega de Babelia (¡gracias por retitularme tan bien!). Yo había puesto “Eva Braun y la banalidad del mal”, frase mediocre con la que seguramente no habría vendido ni un pirulí en el ranking de lo más visto. De manera que se da la curiosa circunstancia de que mi reseña alcanzó el hit parade gracias a dos factores que no dependían de mí ni eran mérito mío, a saber, la visibilidad en la colocación y el título. Porque, y este es el segundo hecho evidente, para entrar en estas listas de lo más leído resulta crucial la manera en que nombras tu trabajo. Y esto es algo que sucede en todos los periódicos: mientras escribo esto, en el segundo lugar de lo más visto de elmundo.es está “Desnuditos”, simplemente así, esa palabra, que, cuando la pinchas, resulta que es un reportaje sobre una exposición del Metropolitan de Nueva York sobre el desnudo fotográfico (un texto culto, serio y sobrio que dudo muchísimo que hubiera suscitado tal avalancha de lectores de no ser por su nombre). Basta con analizar someramente los títulos que aparecen en estos listados para poder deducir algunos de los ingredientes que más venden: la violencia y el sexo, desde luego, siempre que se expresen de una manera morbosa u original; la humillación de algún personaje famoso; opiniones chocantes; frases misteriosas… Me pregunto cómo podría titular este artículo para que llamara la atención en esta sociedad de mirada superficial y ultrarrápida. Veamos: “Eva Braun y los desnuditos”... No está mal. Pero lo mismo hay gente que, de entrada, no reconoce o no sabe quién es Eva Braun. Así que, ¿por qué no poner “Eva Braun, Hitler y los desnuditos”? Seguro que así resultaría más atractivo, aunque en el texto no se nombre a Hitler para nada, pero, total, cae cerca de Eva Braun y además la cuestión es conseguir que cliqueen en el artículo, aunque luego no lo lean. Claro que, ya puestos a salirse del tema, ¿por qué no titular con algo verdaderamente llamativo, aunque no tenga nada que ver con lo que digo? Una frase extravagante e irresistible… Por ejemplo: “Los gitanos son los mejores amantes”. Esta sí que es redonda porque une el sexo a cierta incorrección política. Apuesto que, si la destacaran en la oferta del periódico (recordemos que el primer ingrediente necesario es la visibilidad) terminaría en el hit parade. Verán, soy ferviente partidaria de las nuevas tecnologías y una internauta apasionada. Creo que la revolución microelectrónica tiene cosas maravillosas, pero también ingredientes negativos. Lo cual es lógico si tenemos en cuenta que la red reproduce el mundo, y que en el mundo, ya se sabe, hay de todo, canallas y santos, sabios y ceporros. Pues bien, una de las cosas negativas de internet es que puede fomentar la arbitrariedad, la frivolidad, la vaciedad. Si no aprendemos a discriminar y a movernos en este nuevo barullo cibernético, y si nos rendimos como papanatas a la vertiginosa magia de los clics millonarios e instantáneos, corremos el riesgo de considerar que “lo mejor” es lo que “se ve más”, cuando eso que se ve más puede que sólo sea una carambola banal de casualidades, sensacionalismo y apariencias.