Viernes, 10 de Octubre 2025

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Lo bonito no siempre es lindo

Por: Aimeé Muñiz

Seguramente si hubiese visto en Youtube la obra resumida de El capote, la habría posteado en mi muro de Facebook con un comentario de éstos que me salen tan bien: “Esta genial!”.

De hecho, hace un momento —antes de ponerme a escribir este texto— busqué en Youtube El capote de la Compañía Teatro Milagros y encontré la “sinopsis de la obra”. En cinco minutos con 58 segundos vi el montaje que el otro día (que quisiera borrar de mi memoria) me pareció una eternidad en el Teatro Guadalajara del IMSS. Y no, lo siento, pero no me han dado ganas de postearlo en mi “feis”. De hecho —confieso— ni siquiera me atreví a verlo completo.

La verdad es que esperaba mucho más de la obra que presentó la compañía chilena, tal vez por el malinchismo que me domina; pero no, mientras transcurría la obra en el escenario, yo pensaba en Martina y los hombres pájaro, de la muy tapatía compañía Luna Morena. ¡Lo sé! Es terrible, ni siquiera debería atreverme a escribir estas palabras, las comparaciones son de pésimo gusto, pero… se me salió, pues.

No lo hago con mala intención —en verdad os digo—, pero es que en un viaje mental me veo sentada en la segunda fila del foro teatral y me recuerdo acomodándome en el asiento e intentando no dormir para evitar distraer a los otros espectadores con mis ronquidos.

No es que El capote —que según dicen ha tenido un éxito tremendo por lugar vario—, de Nicolai Gogol, sea una mala historia; al contrario, es linda, aunque un poco triste. Y la manufactura de los títeres es excepcional. La forma en que la agrupación se apoya en la multimedia me pareció fantástica; incluso pensé que muchos creadores locales deberían aprender un poco sobre lo que significa el verdadero aprovechamiento de la multimedia en escena.

Visualmente El capote es una estampa bellísima. Y ahí estaba yo, sentada en la segunda fila, lista —listísima— para disfrutar del espectáculo. Empezó el video y dije “wow”; inició la narración y dije “oh, oh”; continuó la historia con los diálogos de los personajes —como había sucedido ya con la voz del narrador— saliendo de una bocina y justo en ese momento me perdieron para siempre.

Detesto el teatro que no es teatro; es decir, aquél que se apoya en micrófonos y bocinas. ¿Dónde está el trabajo de los actores? Ah, claro… no eran actores, sino “manejadores” de muñequitos. Me pareció terrible. Fue como ver una película doblada al español; pero de ésas en las que alcanza a percibirse un desfase entre el movimiento de los labios —o las acciones— de los personajes y el sonido. Me quería morir, de verdad.

Todo lo “bonito” de la obra se fue al abismo. Así, la verdad es que prefiero la “sinopsis de la obra” en Youtube… aunque es tan grande mi decepción, que ya ni eso.

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