Viernes, 19 de Abril 2024

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La vida secreta de los árboles

Por: Martín Casillas de Alba

La vida secreta de los árboles

La vida secreta de los árboles

Conocer cómo es la vida de los árboles permite que nos conozcamos un poco más, sobre todo si logramos reconocer esa sabiduría que hay en otros seres vivos de la Naturaleza aunque no tengan conciencia del tiempo, ni del espacio, mucho menos de su fragilidad.

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El Dr. Teobaldo Eguiluz es un hombre sabio, conocedor de la vida de los árboles, fundador y director de la Fundación Mexicana del Árbol, A.C. que lo invité para que diagnosticara la Jacaranda que cubre nuestra terraza y, por eso, desde que estamos en Tlalpan hace treinta años, digo que es ‘mi Jacaranda’, aunque crece en la frontera Norte del jardín de mis vecinos.

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El Dr. Eguiluz me explicaba que “la vida de los árboles sucede debajo de la tierra: son las raíces las que mantienen vivo eso que está a la vista, como la frondosa apariencia de la Jacaranda en el verano” y, al oír esto, pensé que también el ser humano mantiene su vida oculta y se conecta a través de las neuronas que se comunican a la velocidad de la luz para generar los sueños, guardar los recuerdos, ordenar las ideas y expresar las emociones que nos mantienen vivos, como las raíces al árbol, en esta analogía imperfecta en donde lo culto le da vida a este tronco con su modesta fronda otoñal.

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“Esta es una vieja Jacaranda –dijo el Dr. Eguiluz–, debe tener unos sesenta años, pero está sana. Sólo hay que dejarla que respire, dejarla libre, sin ponerle nada alrededor del tronco y podarla cada cuatro o cinco años para que las ramas que están muertas no contaminen al tronco y acorten su vida”.

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Sí –me dije–, hay que podar lo que está muerto y hay que hacerlo ya, como en la Jacaranda, para que pueda cicatrizar las heridas “y selle los cortes, para que concentre su energía y de esta manera mejore su calidad de vida el tiempo que le quede de vida”.

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Sí –me volví a decir–, hay que podar las ramas muertas para que no contaminen al tronco y podamos tener una vejez con cierta calidad de vida, como deseo que la tenga la Jacaranda, ahora que la poda (con ‘p’, no con ‘j’) la hagan los expertos de la brigada del Dr. Eguiluz, antes que sea demasiado tarde.

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En la plática me sugirió leer La vida secreta de los árboles de Peter Wohlleben (Obelisco, 2016), donde he aprendido cosas que me permiten ahora imaginar cómo es que se defienden los árboles cuando enfrentan al enemigo enviando señales a través de sus raíces –a un centímetro por segundo– para que, tan pronto les llegue el aviso a los que están a su alrededor, bombean taninos por sus vasos gracias a los hongos que están en la tierra y que funcionan como la fibra de vidrio en Internet, por eso, dicen que existe una ‘Wood-Wide-Web’ en los bosques.

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Los árboles se comunican a través de los olores (como nosotros a través del sudor), por medio de unas células nerviosas que están en la punta de las raíces y, si queremos saber algo más sobre su reproducción, hay que pensar en el viento, pues ¿quién lo tiene más a mano para que les ayude en su reproducción?, y, por eso, los árboles dejan su procreación en manos del viento y, cuando lo logran, es a través de sus raíces que las madres se ponen en contacto con sus arbolitos para transmitirles azúcar y otros nutrientes, por eso, decimos que ‘los árboles bebé son amamantados’.

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Vi cómo podaban la Jacaranda e imaginé que lo va a agradecer, ahora que la conozco un poco más y pienso en ella como si fuera una ‘hermana’, un ser vivo de la Naturaleza con sus propias características y una vida secreta como la nuestra, pero diferente.

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