Viernes, 10 de Octubre 2025

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La pedantería

Por: Guillermo Dellamary

La pedantería

La pedantería

“El gesto de la pedantería tiene, sin duda, la intención manifiesta de afirmar una superioridad ante los demás, pero con un acento agresivo o con un aire de desprecio”.

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Así lo afirma Samuel Ramos en su libro el Perfil del hombre y la cultura en México.

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Es curioso que dedicara un capítulo al final de su libro a este rasgo tan peculiar de la personalidad. Y me imagino que lo desliza debido a que considera la pedantería como “una forma de expresión adscrita casi exclusivamente al tipo humano intelectual o que pretende serlo. Se encuentra, sobre todo, entre profesores, literatos, artistas, escritores de toda índole, y se manifiesta en el lenguaje hablado o escrito”.

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Lo que de inmediato apunta a que incluso el que esto escribe, este propenso también a padecer de un cierto grado de pedantería.

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Por lo que es difícil escaparse a esta conducta de “hacer gala del talento, de la sabiduría o de la erudición”.

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Un hombre normal puede tener algo de presunción o vanidad, pero no de pedantería. Porque esta involucra un “modito” de hablar y de mover el cuerpo que indica un cierto énfasis en una oculta necesidad de mostrar los prodigios y cualidades que se poseen.

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Interpreto que muchos intelectuales mexicanos rayan más bien en la pedantería, cuando exponen sus explicaciones, en vez de tan sólo ser unos sencillos profesionales de las ciencias y el conocimiento.

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Dice Ramos que “una de las características de la auténtica pedantería es la inoportunidad, pues sus más conspicuos representantes son precisamente aquellos sujetos que siempre desentonan, que sientan cátedra en todas partes... que hablan cosas profundas en medio de una conversación familiar, citar nombres famoso o sentencias célebres en los lugares y circunstancias en que menos vienen a cuento”.

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Ciertamente es fácil identificar a los que hemos sido pedantes de esta manera, arrebatando la palabra o introduciendo una sabiduría que ninguno de los comensales ha requerido.

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Es vanidad, engreimiento, es un cómplice desafortunado del mal manejo que hacemos del complejo de inferioridad, transportándolo a un aire innecesario de superioridad, que más bien acaba por caer mal a los demás.

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“En vez de lograr el reconocimiento y la admiración, el pedante no hace mas que despertar antipatía y enemistad. Los efectos que obtiene son precisamente antisociales” concluye Samuel Ramos.

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Finalmente el pedante vive envuelto en un mundo en el que sus estudios y conocimientos lo hacen sentirse importante. Creen que su conversación es muy interesante y que sus conferencias y escritos tienen gran valor de mercado, sin percatarse de que más bien pueden llegar a enfadar a los demás.

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“El pedante no quiere solamente llamar la atención y ser oído, busca algo más que eso, la aprobación y el aplauso del pequeño mundo que le rodea” aclara Ramos.

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Cómo nos vamos a atrever a lanzar la primera piedra y acusar de pedantes a los demás, si muy probablemente nosotros mismos llevamos a cuestas el mismo aire y sin una conciencia tranquila.

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Los que nos creemos cultos a la mexicana, necesitamos sacudirnos tamaña vanidad.

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