Pues esta mañana, con la misma ansia de aventura que debieron haber sentido Alejandro el mango, Julio César, Colón (aunque fuera catalán), Eric el Rojo y el mismísimo Emperador Napoleón (el primero, porque el tercero nos cae muy gordo), me disculpo con mi solitario e hipotético lector porque yo quería ser equitativo en cuanto al género, pero no encontré conquistadoras, cuando menos en esas canchas, ya que las féminas superan a los féminos en otros escenarios. Tampoco encontré conquistadores entre los pueblos originarios y no sé dónde buscarlos. En virtud de que nuestras amadas autoridades ya decretaron las banquetas libres (sin pretender que a ellos les obligue respetarlas), me lancé a la conquista de Santa Tere.En fin, para qué los enfado, pero lo cierto es que como sucede diario, amanecí con hambre y decidí expedicionar rumbo a una de las centrales fundamentales de esta plaza: Santa Tere. El gobierno anterior dejó el barrio precioso, los arquihipsters que la intervinieron casi lograron que no se pareciera a como era; los antiguos habitantes de la zona miran azorados cómo la dejaron y piensan en lo padre que les quedó. Se mantienen incólumes los apartalugares, inconfundibles y como tales identificados con camisetas que alguien les dio; por su parte los motorratones se han negado a ponerse las suyas porque alegan que el modelo Diana que les sugieren se presta para que los agredan. Las estaciones de bicicleta esperan que alguien las utilice, salieron caras (como cualquier inversión gubernamental que se respete) pero se ven exóticas en la zona. También está, como hace años, la señora que amablemente vende productos gabachos, aunque con el nuevo entorno dice que se siente rara en ese sitio.El lugar para alimentar al boby lo elegí porque un sujeto afirmó que tiene 50 años yendo a ese sitio a devorar a diario un pozole de cabeza, trompa, buche y nenepil, que brillaba de grasa, y para empujar, tres flautas de frijolianos con una salsa que se veía buenérrima.Pero el hambre es canija y he considerado que cuando después de un tiempo vuelves a un tragadero lo haces más con la memoria que con el paladar y así se descubre que el molcajete indispensable para las salsas hace veinte años desapareció del lugar, suplido por una eficaz licuadora; las recién echadas han sido sustituidas por las de la tortillería; alguien pidió una quesadilla frita con chorizo y les rompió el saque, dado que no tenían ese embutido en existencia. De momento pensé que la omisión se debía a la recomendación anticancerígena de la OMS, pero no, se suplió y el parroquiano devoró ese monumento de grasa e insalubridad con la devoción con que Sócrates debió haber bebido la cicuta y yo hubiera hecho lo mismo que el primero y con el mismo entusiasmo, y ante la inminencia de la muerte recordé la afirmación de Pito Pérez, “De veneno a veneno me quedo con el tequila”.