Las imágenes del funeral de Estado del ex presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en particular el anuncio del presidente en funciones, Nicolás Maduro, sobre la decisión de inmortalizarlo en el Museo de la Revolución, me hizo recordar la desesperación itinerante relatada con singular maestría por Tomás Eloy Martínez en Santa Evita. Una magistral obra en la que María Eva Duarte de Perón viaja sin destino después de muerta en un periplo motivado que desata vendavales de maldiciones, y suscita amores negros y que termina por apabullar al país con delirantes intrigas. No son pocos los literatos que sostienen, con razón, que se ha vuelto un tópico decir que en América Latina la ficción no puede competir con la realidad. El periplo que comienza el Gobierno de venezolano con su ex presidente es una muestra de ello; es más, dicha ficción podría desterrar al mismo Bolívar. En una ocasión Carlos Fuentes y García Márquez dijeron, a propósito de los problemas de inseguridad que comenzaba a vivir nuestro país, que era el momento de comenzar a tirar los libros al mar, pues la realidad los había superado. El historiador Enrique Krauze en uno de sus más recientes trabajos Los redentores, ideas y poder en América Latina nos muestra esa especie de péndulo que oscila en nuestro continente que va de la defensa de una democracia liberal a la embriaguez del sueño revolucionario o dictatorial. La era de Chávez pertenece a esta última forma de Gobierno. Nunca comulgué con su forma de hacer política; siempre me pareció que su torpe narcisismo revolucionario, mal llamado bolivariano y salpicado de anarquismo, terminó por divorciarlo de las posiciones moderadas que exige la política del siglo 21. Chávez fue el tipo de redentor que nunca entendió que heredar una tradición, en su caso la tradición bolivariana, era heredar un modo de ver hacia delante, y no conservar un modo de ver hacia atrás. Su miopía política no le dejó ver la patria grande que es América geoculturalmente hablando; lo encerró en la patria chica de su demarcación geopolítica. Su embalsamamiento responde a eso que sostiene Umberto Eco en torno a las idolatrías, dice que para que la réplica sea deseada, el original debe ser idolatrado. Sin embargo, hay cosas más lamentables como la incongruencia de los diputados de la mal llamada izquierda mexicana en la Cámara de Diputados. Por una parte criticaban a la bancada del PRI por querer sostener el fuero constitucional del Presidente de la República, y por el otro, solicitaban un minuto de silencio al pleno por la muerte del comandante Hugo Chávez. Me cuesta trabajo entender a quienes desde el interior de una chaqueta de pana con coderas sostienen posturas paleomarxistas e incluso conspiranóicas como esa de la propagación del cáncer en los líderes de izquierda de América Latina a través de las embajadas estadounidenses. Cómo consolidar, entonces, democracias estables con garantías de participación, con libertad e instituciones independientes, robustas de participación ciudadana y cohesión social, si seguimos teniendo movimientos como el que deja el comandante Hugo Chávez, orientados a mantener dicha cohesión social a partir de la idolatría y de las amenazas conspiranóicas.