La escritora Carmen Villoro recibirá mañana el Premio Jalisco de Literatura y no sé ni por dónde empezar. Me embarga la emoción y temo que abusaré de la primera persona y del relato testimonial, pero es que así quiero contar esto que es la pura verdad. Un músico tapatío me dijo una vez que cuando Carmen extendía el brazo, germinaban las flores bajo éste. Yo lo he visto con mis propios ojos. Hace ya más de 15 años que me enfrenté a la magia de esta poeta, primero de lejos, con su palabra escrita, después en cajas de resonancia radiales. Me animaba escuchar la profundidad emocional que se escondía en los enredos de unas agujetas, me hacía llorar el lacerante dolor que mostraban los cajones de un hogar deshecho, me reía al leer la inmensa dicha que traía a la vida pública un camión de basura, y me rendía al descubrir en otro relato la chistosísima imagen que de sí misma podía tener una chica gordibuena.Los recuerdo así, sin buscar los cuatro libros a los que pertenecen estos cuatro ejemplos. No es necesario: sus palabras me marcaron y su presencia física trastornó mi vida. Cuando la conocí, bastó que moviera su brazo para que germinara bajo él una revista cultural que, en un juego de espejos, multiplicó su magia en 14 estados del país. De pronto, Guadalajara, bajo su mirada, era la sede de un hervidero de hojas sueltas que llevábamos a la imprenta con poemas, obra plástica, teatro, danza, cuentos y aventuras que venían desde Yucatán o desde Zacatecas para acomodarse bajo una portada que decía Tragaluz.La escuché decir muchas veces hablar de la dificultad para reflejar la belleza de lo cotidiano sin excesos. A mí me parecía que ella podía escribir acerca de un cenicero como Picasso pintaba un toro: sólo dos trazos y un universo para asombrar al mundo.Le aprendí la importancia del barroco cursi en la sala y del minimalismo en las páginas escritas. Le aprendí la importancia de leer a las personas todas y tuve las amistades más lindas que he tenido en la vida sólo porque ella movía el brazo y entonces escribía, hacía escribir y las palabras bailaban siempre, de su pluma, de la pluma de quienes la rodeaban, de los talleres literarios que los árboles de su casa en Chapalita han visto pasar.Me tocó alejarme del movimiento de su brazo, pero nunca de su influjo. Hace apenas dos años descubrí que el caudal que alimenta su escritura es mucho más grande. A sus trabajos en poesía, narrativa y psicoanálisis les han seguido fascinantes críticas literarias y eruditos ensayos sobre filosofía, infancia, libertad y padres. Y el campo que ha hecho florecer es cada vez más extenso: hay bibliotecas, talleres y vida literaria bailando alrededor de ella.Es lógico, porque el oficio de Carmen es el de un verdadero escritor. El oficio de Carmen es hacer magia.