Una pieza de comunicación cinematográfica con eterna juventud a seis décadas de su realización. Mario Lanza protagoniza al ya entonces legendario tenor Enrico Caruso. El cine, con su arrollador efecto, compartía el tiempo de entretenimiento del espectador y la novelada biografía de Caruso creció en interés, para convertirse en accesible pieza de comunicación artística inolvidable gracias a la pantalla. El león de la Metro Goldwyn Mayer –MGM- rugía y los fragmentos de ópera intercalados en la narración, convirtieron la biografía del tenor italiano en el acontecimiento de la década de los años cincuenta y subsecuentes. Caruso tuvo una infancia de penurias, y gracias a su don natural cultivado con dificultades y tenacidad, en el complejo ambiente de la ópera, también supo aceptar con modestia la conducción experimentada de un antecesor en el tortuoso sendero artístico; así alcanzó la cumbre del gran tenor que narra la actuación de Mario Lanza al lado de Ann Blyd. Un hecho ignorado en la película es la presencia de Enrique Caruso en México, durante el efímero gobierno de Adolfo de la Huerta –presidente dotado de sensibilidad y educación musical-, donde se presentó y cantó en la desaparecida plaza de toros El Toreo ante el público que saturó las localidades. El guión de William Ludwig con la dirección de Richard Thorpe condujo a El gran Caruso a la obtención del Oscar y dos nominaciones; entre otros méritos por la calidad del sonido. Mario Lanza, norteamericano, también de sangre italiana, consolidó su trayectoria con esta película, aunque, se dice, lo envaneció la fama que lo convirtió en altivo y parcialmente frenó su carrera; su vida concluyó antes de cumplir los 40 años. El gran Caruso reproduce el cuento de hadas convirtiendo el sueño en realidad al influjo de interpretaciones: trozos de óperas inmortales que dan a la película un ritmo incomparable e imperecedero. Seis décadas dan testimonio. Dios nos guarde de la discordia.
