GUADALAJARA, JALISCO (30/AGO/2015).- Son tan complejas como simples, causas y consecuencias de comportamiento individual en la sociedad actual. Actuamos conforme a necesidades impuestas más allá de lo básico, pero con valor intrínseco, de acuerdo a nuestra capacidad.La delincuencia es un elemento extremo de comportamiento aceptado como herencia familiar, donde la falta cotidiana se convierte en algo natural aceptado sin prejuicio, con el impulso motivador de la comunicación con llamado de atención impulsor, a través de medios ignorados por los propios padres de familia.En el contexto social opera el esfuerzo hacia el convencimiento de la educación con su valor intrínseco de elevar el desarrollo particular y de las comunidades, urbanas y rurales, donde se comprueba la operación delincuencial en diferentes expresiones, bajo el supuesto enfrentamiento a las presiones económicas.El desplazamiento procedente de comunidades modestas hacia las grandes urbes, tiene el estímulo motivador de estudios universitarios convertidos en promesas de prosperidad del egresado, que no siempre encuentra el cauce de provecho particular a lo aprendido en las aulas, que lo conduce a la desviación y hacia el servicios otros intereses para sustento propio.Cada profesión tiene nicho propio alimentadora de gente leal, con denodado esfuerzo por merecer lo aprendido en las aulas aplicando a su práctica honesta en la sociedad. Mas no siempre es así, con el envolvente de múltiples justificaciones propias y ejemplos ajenos, penetrados por la complicidad y conducentes a la corrupción y la delincuencia.El marco de la deslealtad profesional abriga al Derecho, teóricamente diseñado precursor de la Justicia. La que encuentra en la saturación, espacio propicio a inclinaciones negativas en perjuicio potencial de quien acude a su reclamo. Uno de tantos ejemplos se exhibió ampliamente a través de los medios de comunicación masiva durante este mes: el conocido bajo el genérico despectivo “talibanes”; abogados inclinados al uso de la precariedad del trabajador, en desproporcional empleo de su capacidad profesional como abogados. Esto es medrar con la desgracia o necesidad, al amparo del Sistema Jurídico.Lo trascendental del hecho, empleado como ejemplo de tantos de la competencia burocrática, deja el cuestionamiento sobre el real comportamiento de la autoridad en sus respectivas responsabilidades; lo que sustenta la falta de garantías y posterior desconfianza hacia la participación requerida por el buen orden social.Sería aventurado e injusto generalizar la existencia de vacío en la institucional gubernamental. Más los hechos hablan y cobran amplitud cuando son cercanos, aún más cuando agreden bienes o dañan personas y empresas. Por ello, ahora que se acerca el tiempo de renovación, cabe el llamado a la comprensión urgente de poner un alto a hechos nefastos; intrínsecamente retos de buen Gobierno.Dios nos guarde de la discordia.sicpm@informador.com.mx