Viernes, 17 de Octubre 2025

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De parte de un arquitecto inconforme: una galeana para la ciudad

Por: Juan Palomar

De parte de un arquitecto inconforme: una galeana para la ciudad

De parte de un arquitecto inconforme: una galeana para la ciudad

Es un arquitecto mexicano y vive en guerra permanente contra la injusticia, la fealdad y la insalubridad de la ciudad. En un cierto barrio, se hizo de una vieja casa y se propuso vivir allí y densificar razonablemente y con usos mixtos la construcción. En la azotea instaló un jardín que baja hasta el nivel del piso y se derrama profusamente por las banquetas. Todo muy verde. Arregló el pavimento de esas banquetas y aumentó sensiblemente la masa de plantas y árboles de sus jardineras.

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Pronto apareció la respetable jefa de colonos y pidió a gritos quitar tanta planta: le parecía feo y estorboso tanto verdor. Le habló a la autoridad para que pusiera “orden”. Afortunadamente, la señora y la autoridad fracasaron por todo lo alto. Ahora esa esquina es un umbrío vergel. Hubo, por supuesto, represalias y vandalismos de variados tipos contra la anomalía que le ganó así terreno a la mediocridad y la grisura, y que parece ser el ideal de la señora colona. El arquitecto cada vez se reía más y ponía más plantas.

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Un poco más adelante, y viendo con calma el lugar por enésima vez, el arquitecto analizó el uso de los arroyos de las tres calles que confluyen en su casa. Concluyó que sobraba mucho asfalto y que un pedazo clave, la pura esquina, no servía más que para aumentar la huella de carbono de la ciudad. Y decidió plantar un árbol. Pero no cualquier árbol: consiguió una galeana (o flama de la India) de casi diez metros. Al efecto trajo unos albañiles y construyó un gran cajete redondo y de concreto sobre el área inútil del arroyo vehicular. Lo rodeó de una corona de lucecitas reflectoras para que en la noche se viera bien. Y completó el arreglo con un macizo de plantas en el generoso rodete alrededor del tronco del árbol.

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Volvió a aparecer, una vez más, la señora jefa de colonos. Escandalizada, manifestó su repudio, su indignación…y le habló a las autoridades. ¿Cómo permitir que el sagrado espacio de los coches sea mancillado por un árbol y unas plantas? ¿Dónde están la uniformidad, el orden, la deliciosa mediocridad que, entre otras cosas, la hicieron jefa y dueña de su colonia? Nuevamente llegaron las autoridades y se rascaron la cabeza: el árbol era un impensable acto de rebeldía, peor: era una cosa impensable. ¿Árboles en vez de coches? Si por muchas décadas lo obligado ha sido lo contrario. Pero, de nuevo, la señora colona y las autoridades se toparon con pared, con razonamientos impecables y amables, con el sentido común. Y volvieron a fracasar. El arquitecto sigue riéndose.

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Al día de hoy, la galeana prospera y saluda alegremente al barrio: es como un estandarte. Seguramente no tarda en florear. El árbol subversivo es un muy valioso ejemplo. Muestra que las calles son espacio público, espacio de todos. Que, en beneficio de la comunidad, esos lugares son apropiables, acondicionables, mejorables. El arquitecto lo sabe muy bien y también sabe que lo que ahora se hizo con su esquina es necesario hacerlo con toda la ciudad, con todas las ciudades. Demasiado tiempo sus habitantes hemos estado sujetos a intereses ajenos, al inepto manejo urbano por parte de toda laya de autoridades, a su injusticia y su fealdad. El árbol de galeana que crece en lo que fue pavimento automotriz es una pequeña victoria sobre la verdadera barbarie de un sistema que, en su manifestación urbana, hace infelices a tantos millones de habitantes. Es un signo y un símbolo: y, recuérdese, éstos pueden ser invencibles. Por lo pronto, vamos plantando más galeanas. Y a ver qué más se nos ocurre.

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