Viernes, 10 de Octubre 2025

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Contraportadas

Por: Antonio Ortuño

Contraportadas

Contraportadas

Uno de los raros momentos de alegría de la vida de un escritor sobreviene cuando firma el contrato para que le publiquen un libro. Algunos lo presumen en sus redes sociales, para felicidad de sus amigos y amargura de quienes no lo son: “Foto de mi mano estampando una firma al calce de…”, etcétera. Otros celebran en la intimidad y esperan que el disgusto asalte a los detractores cuando se topen el volumen en las mesas de novedades. Pero eso, huelga decir, es ir muy aprisa. Porque en el camino entre la rúbrica y la publicación se alzan obstáculos a cual más resbaladizos: la corrección, las “observaciones” del editor (hay quien llega a ese punto con un manuscrito de mil páginas y sale de él con un microrrelato perfectamente tuiteable) y demás. Pero ninguno de ellos es tan potencialmente dañino para los intereses de quien escribe y los de su hipotético lector como la elaboración de una contraportada.

¿Quién escribe esas líneas que les estampan a las obras literarias en el lomo, como si se tratara de reses, y que tienen la misión de convencer al escéptico, entusiasmar al empático y hacerle manita de puerco al espíritu consumista de un ciudadano cualquiera y conducirlo a la caja de la librería? Cuando los editores son holgazanes, la tarea le es encomendada al propio autor quien, desde luego, se cubre de elogios: “Este libro es un parteaguas en las letras contemporáneas”, dice, y lo apuntala con frases de amigos que repiten el punto con palabras ligeramente distintas. Otros editores, que se las dan de elegantes, optan por incluir sólo unas frases herméticas y sugerentes: “La línea de niebla impedía mirar más allá de las narices; el crepúsculo se cerraba como una red…”. Nadie nos aclara si eso es lo que piensa el editor sobre el contenido o si se trata de un fragmento de lo que nos toparemos en el interior y, en consecuencia, el libro trata sobre el despertar sexual de don Emilio Portes Gil o sobre unos vampiros que se van de vacaciones a Tuxcueca. Podría ser cualquier cosa.

Otras contraportadas pecan de lo contrario: informar de más. Verbigracia, no sólo nos informan que el protagonista de la novela Amatistas prohibidas se llama Juliancito, sino que revelan la identidad (secreta, en teoría) de su padre, sus simpatías por el depuesto emperador Marcial y sus esfuerzos para organizar una rebelión que cuando triunfa, ya por la página 567, lo deja con mal sabor de boca “y dudando si su heroica aventura ha valido la pena”. Esas contraportadas hacen inútil asomarse al resto del libro: el único dato que nos reserva es el de que Juliancito es zurdo y nadie lee para enterarse de eso.

A estas alturas, la mejor contraportada quizá sea la que, a fuerza de neutra y contenida, sólo plantea lo indispensable: esta es una novela de piratas y en ella, cómo no, hay piratas. Cuando lee uno esa sencilla declaración de principios dan ganas de abrazar al editor.
 

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