Viernes, 10 de Octubre 2025

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Charlar

Por: Antonio Ortuño

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Termina hoy la FIL y uno talla otra muesca en la imaginaria maderita en que las va recontando. He asistido a la feria desde su fundación. Podría decir cosas como “la he visto crecer” o, peor, “hemos crecido juntos” pero creo que ya las dijo todas Alberto Cortez en aquella canción que terminaba: “Tenemos recuerdos, mi árbol y yo…”. La verdad es que he estado muy ocupado leyendo los libros que me he agenciado y escuchando lo que se dice en las mesas como para dedicarme a romantizar.

Puedo presumir, eso sí, de haber sido en estos pasillos niño atarantado, adolescente magnetizado por las edecanes, reportero principiante (la primera entrevista que hice en la vida fue con la escritora Laura Restrepo, quien tuvo la amabilidad de interpretar como preguntas mis balbuceos y responderse sola), editor de un suplemento, presentador de libros, escritor que presenta sus propios engendros y hasta organizador del ciclo de cuentistas. Hoy, mi hija pequeña presenta un cuento suyo que ganó un concurso. Es como si todo mi ciclo vital hubiera pasado con la FIL como telón de fondo.

¿Por qué la FIL le importa a tantísima gente en la ciudad, el país y el mundo? Porque es una suerte de república efímera en la que se puede convivir, discutir, construir. Es verdad que tiene limitaciones y que pueden hacérsele cuestionamientos. Pero es ingenuo suponer que puede resolver todo lo que se le pide. Una o cien ferias del libro no bastan para arreglar los renglones torcidos de la educación mexicana ni las poliquiterías que la afectan. Tampoco va a convertirnos en un pueblo de filósofos atenienses. Pese a su tamaño descomunal, la feria, me temo, sólo hace una cosa: difundir los libros (buenísimos y de los otros) y esa charla que los libros conllevan, y que a veces es indispensable, a veces frívola, y en otras más pura controversia.

Así es como prefiero ver la FIL: como un largo diálogo, sostenido entre miles y miles de personas a lo largo de los años, en palabras impresas, electrónicas o de viva voz.  Un diálogo que hoy se pone en pausa pero que no termina.

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