Basta con buscar en la red, bajo el título de esta columna, para encontrar al menos fragmentos de la película mexicana de 1974, que dirigió Alejandro Galindo y que protagonizaron David Reynoso y Gonzalo Vega, que retrata un “detalle” en la vida de un sindicato. Muere el líder en un hotel de paso, se presentan toda clase de enredos y situaciones cómicas, con taquero incluido, hasta que llega el segundo de abordo para dar el albazo y autoproclamarse nuevo líder, entre tamborazos y vítores de las “fuerzas vivas”. Por supuesto, los personajes que encarnan a los dirigentes sindicales cumplen con el estereotipo de joyas, guaruras y autos lujosos. Es sólo una película, una visión de comedia con cierta dosis de crítica social, pero en su fondo revela una estampa que palidece ante la realidad. Es el famoso gusto de los líderes sindicales mexicanos por lo ostentoso, por hacer alarde de la condición económica a la que acceden “representando los intereses de la clase obrera”. Una burla. Y es que algo tienen las organizaciones gremiales, en su concepción, estructura y cobijo gubernamental, que permite ejemplos como el de la maestra Elba Esther y el actual líder del sindicato petrolero, Carlos Romero Deschamps, aficionado a las joyas, los relojes de un millón de pesos, los viajes a Europa y los autos de 25 millones de pesos, como el que conduce actualmente uno de sus hijos, en Ferrari Enzo. Bueno, hasta aquí nada que no sea público y notorio, lo relevante se encuentra hoy en el discurso del Presidente Peña Nieto, primero, con eso de que el dinero de los sindicatos es de los agremiados, no de los líderes y luego, con esa suerte de mensaje cifrado que se aventó ayer, durante la Asamblea Nacional del tricolor, realizada en la Ciudad de México, donde pidió a la militancia demostrar con hechos que son una nueva generación del PRI y que desde Los Pinos se parte de la premisa de que no hay intereses intocables y que el único que protegerá será el interés nacional. Perfecto, tenemos a un montón de líderes sindicales, que como Elba Esther y como Romero, igualito, han amasado fortunas obscenas y que además hacen vulgar ostentación de ellas, sin más ingreso —ya que obviamente no trabajan y su perfil profesional no les da ni para una primera entrevista en alguna empresa seria— que el que proviene de las cuotas de los agremiados. Tenemos un Presidente que dice obviedades, que esquilmar a los sindicatos es un delito, que el dinero es para los trabajadores, no para los líderes, pero además, que en los hechos se debe demostrar que hay un nuevo PRI, un nuevo liderazgo para el que no hay intereses intocables. Entonces basta con sumar dos más dos. Si el lance no es más que un recurso retórico coyuntural, si el equipo que rodea al Presidente, que le escribe los discursos y lo orienta en tono e intención de cada una de sus palabras en público —especialmente las que pronuncia en mensajes a la nación— entiende que el mundo dio más de dos vueltas y que la ciudadanía no se chupa el dedo, queda poco margen para imaginar un destino distinto al de Elba Esther de una docena más de líderes sindicales que han pecado exactamente de lo mismo que la ex lideresa magisterial. Queda esperar el siguiente golpe, y los que sigan a éste, pero además, entender que la estructura sindical en nuestro país está diseñada para parir líderes que se enriquezcan hasta el ridículo con el manejo discrecional de las cuotas sindicales. No bastaría entonces con cambiar de personajes, tal y como lo hizo en su tiempo Carlos Salinas de Gortari en los sindicatos petrolero y magisterial, sino de intentar, al menos, cambiar de fondo todo lo que está mal en el sindicalismo a la mexicana y que se alimenta cotidianamente de corrupción. De lo contrario, la historia se repetirá una y otra vez. Veremos entonces qué es realmente eso de la nueva generación del PRI.