No alcanza a ser una regla que, ya en la “Liguilla”, una derrota determinante en la suerte de los equipos que van quedando fuera de combate, se atribuya, de manera preponderante, a la mala fe de los silbantes... pero sí es muy frecuente que así ocurra.* De los partidos del último fin de semana, sin ir más lejos, el fenómeno se produjo, prácticamente, en todos... En Tuxtla, el sábado —donde aún se rumiaba si el golazo de Guignac, en el partido de ida, estuvo empañado por un fuera de juego, se habló de la omisión de “un posible penalty” a favor de los Jaguares que pudo haber cambiado la historia. En León, esa misma noche, Juan Antonio Pizzi, al final del partido, resolló aún por la herida que abrió el penalty que César Arturo Ramos decretó erróneamente y Benedetto ejecutó de manera implacable en el juego de ida. Fue patente que ese hecho prevaleció sobre los aciertos de Yarbrough en defensa del marco leonés, que evitaron la que pudo ser una goleada.* El domingo, en los dos partidos, se repitió la historia... En la capital, Carlos Reynoso habló de un penalty y la consiguiente expulsión de un rival que el silbante (Roberto García Orozco) escamoteó al Veracruz, y del aparente fuera de juego de Fidel Martínez en el gol de los “Pumas”, como factores decisivos del resultado. En Toluca, Pablo Marini también atribuyó a un penalty —supuesta falta de Galindo sobre Rey— que Francisco Chacón se abstuvo de sancionar al gusto de los poblanos, como la diferencia entre lo que pudo haber sido... y lo que fue en realidad.* Para los especialistas en ver moros con tranchete por doquier, no hay duda: se trata de una consigna deliberada de incidir, aprovechando que los árbitros atan en la cancha atado queda en el cielo, en los resultados de los partidos, a conveniencia de embozados manipuladores de oscuros intereses. Lo curioso es que la “certeza” de que hubo dolo, consigna o mala fe, y no simples, ingenuos y en todo caso discutibles errores de apreciación, se sostiene a partir de la tercera o cuarta repetición de la jugada. No a la primera y en fracción de segundos, como tienen que hacerlo los silbantes, a los que alguien, con tino de apache, definió como “buenos ladrones crucificados en medio de dos cristos”.