Había el consenso, antes de que las redes sociales aniquilaran nuestra capacidad de creer que en este mundo fueran más los buenos que los malos, de que en las elecciones, en México y en todas partes, los ciudadanos tenían la potestad de elegir, de entre los buenos, al mejor. Al efecto de persuadir conciencias, de despejar las incógnitas que aún pudiera haber al cabo del período de reflexión que supuestamente corría en paralelo con las campañas, se difundían entrevistas a cual más conceptuosa, discursos a cual más elocuente, mensajes a cual más emotivo, “slogans” a cual más convincente de los candidatos.-II-Si ocasionalmente quedaba la impresión de que, como a veces les sucede a los magos chambones, algo había salido mal, aquí, no habría motivos para suponer que lo mismo pasaba en otras latitudes. Se pensaba que en Estados Unidos, de donde es inevitable que lleguen hasta México los ecos de sus procesos electorales, Dios correspondía a la confianza de sus hijos (“In God we trust”, reza su lema nacional) ofreciéndoles, a profusión, candidatos cuyas cualidades —intelectuales, profesionales, morales…— los ponían a un paso de la santidad.En la prolongada campaña previa a las elecciones que tendrá lugar hoy en la Unión Americana, se rompieron, aparentemente, los esquemas. A semejanza de lo que con demasiada frecuencia ocurre en México, Hillary Clinton (ladies first) y Donald Trump, como portaestandarte de las huestes demócrata y republicana, respectivamente, se enfrascaron en guerras de lodo que convirtieron en un cochinero el que pintaba para ser un proceso ideal. La perspectiva de que el país más poderoso del mundo tuviera, por primera vez en su historia, a una mujer presidente, prometía ser, más allá de la anécdota, un hito: como cuando el voto popular, hace ocho años, puso por primera vez a un negro (o “afro”, por aquello de lo políticamente correcto) en la Casa Blanca.-III-Los estadounidenses, al decir de los entendidos, elegirán hoy entre una presidente débil y un presidente odioso para todo el mundo… Los medios, mayoritariamente, tomaron partido a favor de la primera opción. Algo que, considerando antecedentes recientes —como que en Gran Bretaña se habían pronunciado en contra del “Brexit” y en Colombia lo habían hecho a favor de los Acuerdos de Paz de La Habana… y en ambos casos “les salió sello”—, no deja de ser inquietante.Moraleja de la historia (válida, esta vez, aun para los herejes): “In God we trust”.