Martes, 22 de Abril 2025
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Internacional

Francisco, del trono de oro a un asiento de madera

Católicos reconocen su lucha por cerrar brechas entre la curia y los feligreses

El Informador

Era un Papa que comprendía el poder de un simple gesto: acariciar la cabeza deformada de un hombre en la Plaza de San Pedro, lavar los pies de un prisionero musulmán, arrodillarse para implorar a los líderes rivales de Sudán del Sur que hicieran la paz.

Rechazó el apartamento pontificio en el Palacio Apostólico y optó por residir en un departamento común. Sustituyó el trono de oro por una silla de madera, y, en lugar de la estola roja bordada en oro, prefirió una más sencilla.

Después de esa primera noche lluviosa de su elección el 13 de marzo de 2013, Francisco hizo gestos aún mayores, como llevar a una docena de refugiados sirios a casa con él desde un campamento de refugiados griego. 

Si bien al argentino se le compara con sus dos antecesores inmediados (Juan Pablo II y Benedicto XVI), pronto tuvo sus propios problemas y los conservadores se molestaron con su enfoque en los pobres y el medio ambiente, y su acercamiento a los católicos LGBTQ+, a expensas de predicar la doctrina católica. Algunos lo acusaron de herejía.

Todo palidecería cuando el Papa amante de las multitudes y viajero por el mundo enfrentó, como el resto de la humanidad, una situación sin precedentes, con la aparición del COVID-19, que terminaría por vaciar de gente la Plaza de San Pedro.

Imploró al mundo que usara el COVID-19 como una oportunidad para repensar el marco económico y político que, según él, había enfrentado a ricos contra pobres y convertido a la Tierra en un “inmenso montón de basura”.

“Nos hemos dado cuenta de que estamos en el mismo barco, todos nosotros frágiles y desorientados. Todos llamados a remar juntos, cada uno de nosotros necesitando consolar al otro”, declaró Francisco a una vacía Plaza de San Pedro en el apogeo del brote en marzo de 2020.

Después de la sorpresiva renuncia y retiro de Benedicto XVI, el bonaerense fue elegido con el mandato de reformar la burocracia vaticana desactualizada y sus finanzas, pero fue mucho más allá al sacudir la Iglesia misma sin cambiar nunca su doctrina fundamental.

El Sumo Pontífice lavó los pies de los pobres y desamparados en fiestas de Semana Santa de años anteriores. EFE/Prensa Vaticano

En línea con la misericordia que predicaba desde su época como cardenal en Buenos Aires, Francisco cambió la posición de la Iglesia sobre la pena de muerte, declarándola inadmisible en todas las circunstancias. Y modificó su postura al decir que la mera posesión de armas nucleares, no solo su uso, era “inmoral”.

En otros primeros, aprobó un acuerdo con China sobre las nominaciones de obispos que había desconcertado al Vaticano durante medio siglo, se reunió con un patriarca ruso y trazó nuevas relaciones con el mundo musulmán al visitar la Península Arábiga e Irak.

Su apertura tuvo límites. Reafirmó el sacerdocio masculino y célibe y defendió firmemente la oposición de la Iglesia al aborto, equiparándolo a “contratar a un sicario para resolver un problema”.

Procuró sin embargo dejar en claro que la Iglesia tendría los brazos abiertos para todos. “Para el Papa Francisco, siempre se trató de extender los brazos de la Iglesia para abrazar a todas las personas, no excluir a nadie”, sostuvo el cardenal Kevin Farrell, a quien el argentino nombró camarlengo, el funcionario que toma el mando tras la muerte de un Pontífice.

El argentino exigió a los obispos aplicar misericordia y caridad a sus rebaños, presionó a los líderes para proteger la creación de Dios del desastre climático y desafió a los países a acoger a aquellos que huyen de la guerra, la pobreza y la opresión.

Mientras que los progresistas estaban encantados con el enfoque de Francisco en el núcleo del mensaje de Jesús de misericordia y bienvenida para las almas marginadas, preocupó a los conservadores que temían que diluyera la enseñanza católica y amenazara la identidad cristiana de Europa.

El Sumo Pontífice insistió en que sus obispos y cardenales se impregnaran del “olor de su rebaño” y ministraran a los fieles. Cuando no lo hicieron, expresó su desagrado.  

“Veo claramente que lo que más necesita la Iglesia hoy en día es la capacidad de sanar heridas y calentar los corazones de los fieles”, dijo a una revista jesuita en 2013. “Veo a la Iglesia como un hospital de campaña después de la batalla”.

AP

Cercanía con los pueblos indígenas. El Papa mostró su respeto durante sus viajes pontificios a América. EFE/C. Fusco

Una relación profunda con Benedicto XVI

La elección de Francisco en 2013 fue facilitada por la decisión de Benedicto XVI de renunciar y retirarse, el primero en hacerlo en 600 años. 

Benedicto, de carácter tímido, encontró en el pontificado una labor compleja en lo emocional y sobre todo en lo físico, al agotarse ante el agitado ritmo que exigían estas labores.

Creó la realidad sin precedentes de dos Papas viviendo en el Vaticano hasta la muerte de Benedicto el 31 de diciembre de 2022.

Francisco no le rehuyó a esa situación potencialmente incómoda, sino que abrazó a Benedicto como un estadista mayor y asesor a quien persuadió para salir de su retiro claustral y participar en la vida pública de la Iglesia.

“Es como tener a tu abuelo en casa, un abuelo sabio”, sostuvo el Papa argentino.

Jorge Mario Bergoglio elogió la decisión del alemán de retirarse, diciendo que “abrió la puerta” para otros. 

Eso alimentó la especulación de que él también podría retirarse, pero después de la muerte de Benedicto, dejó claro que el papado es generalmente un trabajo de por vida. Y lo cumplió.

Retratado por la pluma de los escritores

Lector y escritor constante, durante su pontificado, Francisco también inspiró las plumas de otros para que analizaran su camino.

Ejemplo de lo anterior son las obras que trataron de desentrañas la compleja personalidad del bonaerense.

Es posible encontrarlo como figura central en materiales como “El nombre de Dios es Misericordia”, de Andrea Tornielli; “El Papa Francisco: Vida Y Revolución: Una Biografía de Jorge Bergoglio”, de Elisabetta Piqué; “The Great Reformer: Francis and the Making of a Radical Pope”, de Austen Ivereigh, o “To Change the Church: Pope Francis and the Future of Catholicism”, de Ross Douthat, son solo algunos ejemplos de los cientos de textos escritos sobre el papa. 

Uno de los últimos en aparecer, “El loco de Dios en el fin del mundo”, en el que el español Javier Cercas retrata a Francisco, al que acompañó en un viaje a Mongolia y publicado hace menos de un mes.

El propio Javier Cercas explicó que trabajar en el libro al lado del Pontífice fue una experiencia sublime. “El Papa Francisco es el primero en muchas cosas. Es el primer Papa jesuita, es el primer Papa latinoamericano y también es el primer Papa que se llama a sí mismo Francisco -como Francisco de Asís-. Y Francisco de Asís se llamaba a sí mismo ‘il folle di Dio’, el loco de Dios”, resalta sobre la figura de un hombre complejo que cargó sobre sus hombros con toda una iglesia.

Reflexión sobre el uso actual de la inteligencia artificial 

El 1 de abril de este año el Papa Francisco publicó un mensaje en donde pidió que el desarrollo tecnológico, en particular el uso de la Inteligencia Artificial, no reemplace el contacto humano.

“Cuánto me gustaría que mirásemos menos la pantalla y mirásemos más a los ojos. Si pasamos más tiempo con el celular que con la gente, algo no funciona. La pantalla nos hace olvidar que detrás hay personas reales que respiran, ríen y lloran”, señaló.

En este mismo mensaje indicó que la tecnología es “fruto de la inteligencia que Dios nos ha dado”, pero instó a usarla bien, advirtiendo que esta “no puede beneficiar a unos pocos mientras que otros quedan excluidos”. 

Concluyó con la importancia de “usar la tecnología para unir, no para dividir”.

El Papa Francisco nunca se mostró en contra del avance de la IA pero fue insistente en que su desarrollo debía estar orientado por principios éticos que prioricen la dignidad humana.