Viernes, 26 de Julio 2024
Entretenimiento | POR:Guillermo Vaidovits

Kinetoscopio

Desbordada

Por: EL INFORMADOR

La fama antecede a sus películas. Pedro Almodóvar es una figura preferida de los informativos y sabe aprovechar muy bien el interés que despierta. Desde el principio de su carrera cada nueva cinta suya adquiere dimensiones de acontecimiento excepcional.

Por eso, por las expectativas que se levantan en torno a su cine, la recepción de sus obras presenta ciclos regulares de aceptación entusiasta o desconcierto y rechazo. A la primera época –los años ochenta- festiva, trasgresora y hasta cierto punto experimental, le sigue un período –los noventa- en que las películas no terminan de cuajar. Hace diez años sus bonos volvieron a subir de golpe, y ahora Los abrazos rotos parecen apuntar de nuevo que se acerca al atolladero.

Del mismo modo que el éxito, el estilo Almodóvar mostró cambios con los años. La crudeza de medios expresivos que inflamaba humoradas, cedió a efectos cinematográficos, dramáticos y narrativos, ejecutados con la destreza y la seguridad de los mejores.

Su modo tan peculiar que denotó, y encarnó para los críticos, la inauguración de la posmodernidad, se refinó por vía del tozudo empeño de mantenerse vigente y la admiración a cineastas y películas clásicas, hasta convertirse en un punto de referencia e imitación en el cine contemporáneo.

Como sucede con cualquier director de renombre anterior a él -Hitchcock, Buñuel, Kubrick, Bresson, y más- su obra en conjunto es irregular, pero cada una de sus películas tiene detalles de contenido y acabado que las distingue de esa gran masa que fabrica sin parar la industria del cine.

La trama de Los abrazos rotos presenta una estructura de collage que en más de una ocasión atenta contra la lógica de los propios acontecimientos y el ritmo del relato. El eje que lo articula es el personaje de un director de cine en dos tiempos: la actualidad y 20 años atrás.

El pretexto sirve para que Almodóvar hilvane algunas citas de otras películas y de sí mismo. Esa cinefilia resalta la artificialidad de lo que ocurre y a veces convierte gestos incidentales en un problema casi filosófico que se le propone veladamente al espectador. El cine no imita a la vida, la vida imita al cine.

Así el protagonista ante el accidente que sufrió su amante reclama: “Dime la verdad. La gente no se cae por las escaleras, eso sólo ocurre en las películas”, o cuando la actriz pasa frente al escenario que recrea una sala, comenta con la naturalidad de quien señala su casa: “Yo vivo aquí”.

Las pasiones convulsionadas que mueven a los personajes del drama a la intriga policial, se ofrecen a la contemplación como una construcción dotada de esplendores fotográficos. Muchas de esas imágenes, que tienen una fuerte inspiración tanto de corte cinéfilo como pictórico, causan una impresión caprichosa y torrencial. Brillantez formal que no resulta muy satisfactoria ni memorable.  

Los abrazos rotos, España, 2009; Dirección y Guión: Pedro Almodóvar; Actuación: Penélope Cruz, Luis Homar, Blanca Portillo, José Luis Gómez.

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