El modelo económico en crisis

Los lamentables hechos económicos, sociales y de seguridad pública que se han presentado durante los últimos meses representan el verdadero desafío a las instituciones, y confirman que el modelo económico mexicano está sumergido en una crisis cuya solución dista de las tímidas propuestas de reforma que en materia fiscal, laboral y política se han presentado.

La idea antes citada ya había sido adelantada en el libro México, crisis social de un modelo económico (Editorial Itaca) que presenté hace un año. En el texto se realiza una amplia descripción del por qué el modelo ya no es estructuralmente viable. De manera sintética, la cuestión radica en que el propio modelo está exacerbando problemas tan serios como el de la pobreza, el desempleo y una desigual distribución de la riqueza. Todo ello se da al mismo tiempo en que el aparato productivo carece de competitividad y eficiencia, situación que no es soluble bajo un programa económico oficial carente de objetivos bien definidos y de unas finanzas públicas afectadas tanto por un enorme gasto improductivo como por la necesidad que tienen de aumentarle impuestos a una sociedad crecientemente pobre.

Ante la debilidad del mercado interno, hoy acentuada por la crisis económica, la disminución en la calidad del empleo y la baja en el ingreso del que disponen los mexicanos, tanto por el aumento de la inflación como por el de los impuestos, no es de extrañar que exista una elevada dependencia respecto del comercio exterior, principalmente con el de Estados Unidos. La puesta en marcha del TLC (Tratado de Libre Comercio) y la crisis de 1995 propiciaron que la economía mexicana aumentara sus vínculos con los ciclos de manufacturas, financieros y laborales estadounidenses. En el primer caso porque después del petróleo la parte más representativa de las exportaciones mexicanas es la maquila de nulo valor agregado que se dirige a Estados Unidos. En el segundo punto, la razón radica en que el desmantelamiento del sistema bancario y la liberalización de los flujos financieros propiciaron que México quedara expuesto a las decisiones de los grandes inversionistas trasnacionales. Finalmente la pérdida de empleo en Estados Unidos afecta tanto las capacidades de consumo y turismo internacional de la población de dicho país como las posibilidades que tienen trabajadores de origen mexicano para enviar dinero a nuestro país.

Con el fin del sueño americano de una sociedad de alto consumo y de la posibilidad de que su Gobierno siga implementando onerosos rescates también se termina la etapa de prosperidad de un modelo exportador manufacturero mexicano altamente dependiente del ciclo económico de Estados Unidos.

La cuestión en este punto radica en las consecuencias que ello tendrá sobre México. Ante los rezagos económicos y sociales acumulados durante las últimas tres décadas, la incapacidad de la clase política para reconocer sus errores y el aumento de la actividad informal e ilegal hoy es evidente que las instituciones nacionales se encuentran vulneradas. Hace un año ya planteábamos que el verdadero desafío a las instituciones radica en el aumento del crimen organizado, la ineficiencia de los programas de Gobierno y la corrupción, cuestión que hoy lamentablemente es más evidente para una sociedad que vive en carne propia lo que antes únicamente eran comunicados de prensa o hipótesis emanadas desde círculos de análisis que de manera objetiva detectaron las contradicciones existentes en el país.

La recuperación de 2010 no resolverá los problemas estructurales planteados. Únicamente dará un breve respiro que debe ser aprovechado para definir un nuevo pacto social. El problema radica en que no existen liderazgos que impulsen los acuerdos necesarios para refundar al país, lo que puede ser crítico en una agenda global de alta competencia y una agenda interna de inestabilidad social.