Atuendo futbolero

Nuevamente quedó demostrado que, como decíamos ayer, ganar no es lo más importante: es lo único.

Creador de El Segundo Esfuerzo, Vince Lombardi acuñó esa y mil frases para explicar la actitud que deben tener los atletas de alto rendimiento que aspirar a llenar las páginas del libro de la historia.

“Ganar no es un algo que se presente algunas veces; es un algo que sucede en todo tiempo… No se gana de vez en cuando, ni las cosas se hacen de vez en cuando, sino que se hacen bien en todo momento. Ganar es un hábito. Por desgracia, también lo es perder.

Definitivamente (en el deporte de alta competición), no hay espacio para un segundo lugar”.

Lombardi decía que cuando era el jefe de los Empacadores que en su juego sólo existía un lugar, “y ese es el primero”.

Lamentó dos veces que perdió el campeonato al acuñar otra frase: “He finalizado dos veces en segundo lugar durante el tiempo que llevo con Green Bay y mi intención es jamás volver a ocuparlo”.

Imagínese usted a Vince Lombardi dirigiendo al Cruz Azul, que ha perdido ocho veces el título, siendo el nuevo “Campeonísimo” de los subcampeonatos.

La estampa del presidente celeste, Guillermo Álvarez Cuevas al finalizar la final no puede ser más elocuente: aplaudió la victoria del Toluca, como ha aplaudido las otras siete finales que ha perdido. Sólo ganó la del Invierno 97 contra el León, también en tiempo adicional, con gol de oro de Carlos Hermosillo al cobrar un penalti por aquella delincuencial patada del portero Comizzo al rostro del propio delantero cruzazulino.

Los aficionados de Cruz Azul también han hecho del estoicismo una bandera. Pierden con la frente al sol, lloraron al final del juego, pero se conformaron por la casi heroica remontada, luego de ir perdiendo 0-2 ante Toluca y yendo al Nemesio Díez para emparejar el global 2-2 y luego resolver en los penalties.

Pero finalmente es derrota. Con o sin atenuantes, con o sin gallardía, con o sin predominio de la mala suerte. Ayer, el árbitro Roberto García Orozco, que los llevó a la final perjudicando al Atlante, fue el mismo que los acuchilló al no señalar un claro penal de Cruzalta sobre Villaluz, en una falta que todo el estadio vio, menos el silbante.

Pero antes había ayudado a Cruz Azul dejando de expulsar a Gerardo torrado por segunda amarilla. Lo peor de la liguilla fue el arbitraje, de casi todos. Y lo mejor es que al final el futbol le está rindiendo un merecido homenaje a un jugador ejemplar: Hernán Cristante, quien paró el penalti decisivo para darle la novena estrella al Toluca y la quinta en su carrera como Diablo Rojo.

Cristante merece más que nadie la copa, no tanto por ser todos los días un modelo de imitación dentro del equipo y en el futbol mexicano; no sólo por ser uno de esos extranjeros que vienen a dejar escuela, sino porque todos en el medio sabemos lo que ocurrió hace poco con su vida personal.

Hubo una traición de tal tamaño, que cualquier otro jugador o persona hubiera hundido su carrera y hasta su vida. Los que sabemos ese episodio en la vida privada de Cristante evocamos al poeta Juan Gelman, de quien escribió Eduardo Galeano (luego de perder a buena parte de su familia por las atrocidades del régimen militar): “Los años y los dolores, en lugar de mutilarlo, lo han multiplicado”.

Cruz Azul hizo un meritorio esfuerzo en el partido de vuelta, borró la mala imagen de los 90 minutos y estuvo a punto de ganar. Reivindicó el concepto de revancha y de vergüenza profesional.

Pero Toluca había sido mejor en los dos últimos tercios del torneo.

Ya en otra ocasión habrá oportunidad de escribir algo sobre José Manuel de la Torre, el “Chepo”, a quien este segundo campeonato como entrenador lo puede envilecer o engrandecer. Su personalidad es neumática: se infla y se desinfla con una gran facilidad. Pero ya en otra columna hablaremos largamente del “Chepo”.