Viernes, 19 de Abril 2024
Cultura | La escritora argentina usa parte del abandono y la nostalgia para su nueva novela

Sandra Lorenzano, ''Fuga en mí menor''

La escritora argentina, radicada en México, parte del abandono y de la nostalgia para crear la historia de Leo, el protagonista de su nueva novela

Por: EL INFORMADOR

La música culta y cómo se da vida a las piezas son motivos de la obra de Lorenzano. ESPECIAL  /

La música culta y cómo se da vida a las piezas son motivos de la obra de Lorenzano. ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (25/JUN/2012).- La memoria, la historia, la música y el silencio marcan el trabajo literario de Sandra Lorenzano (Argentina, 1960). En su reciente entrega, Fuga en mí menor, la autora, radicada en México desde 1976, relata la crisis creativa de un hombre obsesionado por una sombra.

Esa imagen también persiguió a la poeta y ensayista, quien comenta en entrevista que dicha postal fue la génesis de su reciente novela, editada por Tusquets.

Lorenzano, quien es doctora en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), dice que le interesa presentar las vidas que son el producto de los efectos secundarios de los hechos históricos. De ahí que, en esta ocasión, parta del abandono de un padre, quien se va a pelear con los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial.

Para la autora, Fuga en mí menor parte de un hecho de la historia, pero no profundiza en él, porque su intención era presentar la crisis de Leo, un músico agotado en el terreno creativo.

Los personajes de Sandra Lorenzano tienen un ritmo, el cual está marcado por la música, en especial la de Gustav Mahler, cuyo tercer movimiento de la Sinfonía número 1 no sólo está presente como parte del ambiente de la novela, sino de manera visual, ya que fragmentos de la partitura se incluyeron en la entrega, disponible ya en las librerías.

—¿Por qué la música es una protagonista de Fuga en mí menor?

—Una sombra y la música son para mí las grandes protagonistas de la novela por varias razones. La primera es que uno de los temas que me interesaba explorar era el proceso creativo, pero no quería hacer una novela donde me metiera en el proceso creativo de un autor que escribe, porque eso está muy hecho, y muy bien hecho, y no es demasiado nuevo. Me interesaba que la novela fuera un reto para mí. Si cuando te pones a escribir un libro no sientes que tienes un reto adelante, pues se convierte en el trabajo más aburrido del mundo; entonces, pensé que tenía que buscar otro tipo de creador y me acerqué a un músico, primero, porque por los músicos trabajan con el elemento más inasible del mundo, que es el sonido, y el silencio, aún más inasible.

Y por otra parte, porque es un tipo de creación diferente a la que puede hacer un escritor, esto en términos de la preocupación del proceso creativo, que tiene que ver con mi preocupación un tanto personal, como escritora, pero también con lo que le podemos trasmitir a otros, estamos formando en la exploración de los caminos del proceso creativo, que es un poco lo que hago con el programa de Escritura creativa en la Universidad –del Claustro de Sor Juana—. Tengo una preocupación constante y una pasión por este tema –la creación—.

—¿De dónde nace su lado melómano?

—La música es un mundo que me atrae mucho. Y tengo una parte de melómana. A mí me interesa mucho el tema de la memoria, y en ese sentido, resulta que una parte de mi familia, la parte materna, la familia Schifrin, está formada por músicos. Mi abuelo y sus hermanos llegaron siendo adolescentes a Argentina. Eran judíos rusos y su padre, quien había sido director de coros en Europa, le había ensañado a cada uno a tocar un instrumento para que pudieran ganarse la vida.

Llegaron y llegaron y todos fueron músicos de la Orquesta del Teatro Colón. Mi madre heredó ese amor por la música, ella no es músico, se dedicó a las artes visuales, pero sí nos transmitió su amor por la música. Y escribir, entonces, una novela sobre un músico, sobre la música, era una forma de tener cerca a mi madre durante todo el proceso de escritura.

—“Se puede sentir nostalgia de algo que no conocemos” es una frase que se repite en la novela, ¿ésta fue el detonante de la historia?

—No. Todo comenzó con una imagen, bueno con dos. La primera es una fotografía vieja, donde sólo se ve reflejada una sombra en el piso, que es la sombra del papá de Leo –el protagonista de la novela—. Y la segunda, la imagen de un hombre solitario, Leo, que camina por la playa.

La relación entre ambas, y el silencio en medio, fue el origen. También, quería contar cómo es que Leo pierde su capacidad creativa, y que recuperarla va a depender de su capacidad de develar la historia de la sombra, que corresponde a su padre, esta sombra va a ser finalmente la detonadora de la soledad de Leo. Él no lo sabe, pero nosotros sí, como lectores.

—¿Por qué elegir la música de Gustav Mahler?

—No sólo está presente Mahler, sino Bach y también la música popular. De Mahler tomé el tercer movimiento de la "Primera Sinfonía", me parece interesante que hizo de una canción de cuna una marcha fúnebre. Incluso, para ir más allá, estamos preparando el "soundtrack" de la novela para que  pueda ser leída en compañía de las piezas musicales que están presentes en la historia.

FRAGMENTO
una muestra del más reciente trabajo de Lorenzano


¿Quién es Leo? ¿De qué material está hecho? ¿Se puede tener nostalgia de algo que no conocemos? ¿De lo que nunca hemos visto? La playa amplia, el viento frío y un hombre que entra y sale del cuadro al caminar. Tengo un nombre y un paisaje. Los ruidos que lo invaden. Una historia antigua que comenzó al otro lado del Atlántico. La falta de palabras. Varias obsesiones: Mahler, un matemático que tocaba el chelo, Bach; los partisanos y la foto de una sombra. Sabe que agosto es el mes más cruel. “La gente que muere en cuarto creciente alcanza la paz en poco tiempo”, le había dicho la chica que ayudaba a Nina a cuidar el jardín, cuando él llegó con la urna aún caliente. Prefirió hacer un ritual íntimo, personal. Había visto demasiada gente, recibido demasiados abrazos. Quería estar a solas con ella. Buscar él mismo la azalea bajo la cual iba a enterrarla, como ella lo había obligado a prometer. Cavar en el rincón más soleado del jardín y dejarla ahí. En esa vieja casa a la que habían llegado juntos hacía más de cincuenta años. El barrio se parecía bastante todavía al que él recordaba de su infancia. Seguía habiendo horas de silencio, árboles en la vereda, chicos que jugaban a la pelota, a pesar de que a muy pocas cuadras empezaba el ruido de la ciudad. La gente que muere en cuarto creciente.

¿Se puede extrañar a quien nunca hemos visto? Tengo un nombre. Una historia. Y un rostro que va apareciendo bajo el gorro de lana azul que deja fuera algunos mechones castaños. Esto era lo que Nina había perdido. En ese jardín del que se ocupaba cada tarde cuando salía del laboratorio. Aún con los olores penetrantes de los químicos en la piel, aún con las imágenes recién descubiertas, en la mirada. Nada le gustaba más que sumergirse en la frescura del verde. Conocía la historia de cada hoja. Del roble que habían plantado juntos cuando él tenía doce años y que finalmente se había vuelto el árbol  de hojas rojas en otoño que Nina había deseado siempre.

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