Viernes, 29 de Marzo 2024

Vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron

Creer en Jesús es experimentar a Dios. La resistencia a la palabra de Dios es el mecanismo de que se ha valido el hombre para no encontrarse con la verdad

Por: El Informador

La grandeza del profeta Ezequiel en medio de la tempestad y del rechazo siempre será la misma, la palabra de la que es portador. ESPECIAL

La grandeza del profeta Ezequiel en medio de la tempestad y del rechazo siempre será la misma, la palabra de la que es portador. ESPECIAL

• Decimocuarto domingo ordinario
• Dinámica pastoral UNIVA

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Ezequiel 2, 2-5

“A ellos te envío para que les comuniques mis palabras. Y ellos sabrán que hay un profeta en medio de ellos”.

SEGUNDA LECTURA
Segunda carta de San Pablo a los corintios 12, 7-10

“De buena gana prefiero gloriarme de mis debilidades, para que se manifieste en mí el poder de Cristo”.

EVANGELIO
San Marcos 6, 1-6

“¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros? Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa”.

En este decimocuarto domingo ordinario del año, el evangelista San Marcos narra una escena en la sinagoga de Nazaret. Reunidos allí como cada sábado, los ojos de todos están puestos en alguien a quien han visto entre ellos por años y llamado, por lo mismo, Jesús de Nazaret.

Han escuchado un mensaje sublime, que ha brotado del pecho de Jesús; han admirado su sabiduría, su elocuencia; y sin embargo, la actitud de todos ha sido no sólo de admiración, tal vez de escepticismo y de crítica negativa. Se preguntaban: “¿De dónde le vienen a éste tales cosas, y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada?”

Era demasiado pronto para ser aceptado; lo admiraron, pero no fueron capaces de ver en él más allá de lo que alcanzaban sus sentidos, la vista y el oído; y permanecieron “duros de cerviz” como muchos judíos, cerrados a la gracia de la salvación. La fe es la que salva, y no hubo disposición interior; no hubo una gracia, una actitud de fe para reconocer en él al Hijo de Dios, al Mesías anunciado por los profetas y esperado por siglos en el pueblo escogido.

Conocían sus humildes orígenes: era el hijo del carpintero José. Hasta allí llegaba su información. Era un pueblo reacio a la gracia, que manifestó su sordera a la llamada de Dios. De similar manera se había mostrado ante los mensajeros, los profetas.

Han escuchado una sabiduría no oída antes; han sido testigos de algunos milagros y, sin embargo, se resisten a creer, porque esto traería consecuencias a los que no están dispuestos a afrontar.

Creer en Jesús es experimentar a Dios. La resistencia a la palabra de Dios es el mecanismo de que se ha valido el hombre para no encontrarse con la verdad. Es un recurso defensivo con apariencia -sólo apariencia- de lógico y verdadero, que oculta temor o cobardía de encontrarse consigo mismo.

Esta escena de Nazareth es tipo, es ejemplo de la continua postura de hombres en todos los tiempos y de todas las culturas, cuando no quieren comprometerse.

Esto lleva a pensar por qué el hombre resiste a la palabra de Dios. No es el momento de llevar el pensamiento a quienes niegan la existencia de Dios, pues no hay la posibilidad de que Dios pueda comunicarles algo. El centro de esta reflexión es la revelación, misma que ya aceptó el creyente, y éste sabe que Dios envía mensajes. Y sin embargo, se hace sordo a esas voces interiores que piden hacer el bien, ser amables, perdonar, apartarse de un mal camino, ser justos. Si atiende a esos llamamientos, su pensamiento lo llevará a la acción, y esta actitud se llama conversión. Allí está presente la fe, allí la gracia de Dios; y si el hombre responde, su fe es una experiencia cierta de Dios en su vida.

Se requiere apertura y acogida, para hacer un compromiso de fe. Para oir y aceptar la voz de Dios, el hombre del siglo XXI no lo va a encontrar como los nazarenos, un día sábado en la sinagoga.

El hombre de este siglo se pregunta: ¿Dónde está Dios? ¿Está fuera del mundo? ¿Está al margen de la vida cotidiana? ¿Está más allá de los hombres y de las cosas? ¿Está en la Iglesia, donde ha habido errores y flaquezas?

Se encuentra a Dios, y se puede escuchar su voz, no sólo en el silencio y la soledad, donde muchos lo han encontrado, sino entre el vocerío de los hombres y el ya inevitable ruido de las máquinas, que atormentan -aunque sirven- a los mismos hombres de quienes son hechura.

Para los instalados, los inamovibles, los comodinos, los cobardes, los que le temen siempre a un mañana que no saben si lo vivirán, es el mensaje de este domingo: Creer en Cristo, creer en la Iglesia y asumirlas consecuencias con una fe viva, operante, con una vida congruente a esa fe.

José Rosario Ramírez M.

Enviado a los que no le reciben

La palabra de Dios de este domingo pareciera que hace un elogio al fracaso y a la debilidad subrayada de los profetas, Ezequiel en la primera lectura enviado al pueblo que no está dispuesto a escucharle, san Pablo en su carta a los corintios que hace hincapié en sus debilidades; y Jesús en el evangelio ignorado por su pueblo.

El profeta Ezequiel es sólo una muestra de una de las desventuras que vive todo profeta, ya que él debe intentar hablar a los corazones endurecidos, hacer recapacitar a los hijos testarudos y conducir a un pueblo rebelde, -cualquier semejanza con la tarea de los padres para con los hijos mera coincidencia-.

Esta labor que se le encomienda a Ezequiel, que en sí misma ya es titánica, la debe hacer con un solo instrumento, solamente tiene a su disposición  una palabra débil, destinada a encontrar una serie de obstáculos, para empezar la indiferencia de sus destinatarios.

Pero en esta misión que se vislumbra como imposible, se presenta un hálito de esperanza: “Y tú, hijo de hombre, no les tengas miedo, no tengas miedo de sus palabras si te contradicen y te desprecian y si te ves sentado sobre escorpiones. No tengas miedo de sus palabras, no te asustes de ellos, porque son una casa de rebeldía”.

La grandeza del profeta en medio de la tempestad y del rechazo siempre será la misma, la palabra de la que es portador, por eso mismo dice el texto: “A ellos te envío para que les comuniques mis palabras. Y ellos, te escuchen o no, porque son una raza rebelde, sabrán que hay un profeta en medio de ellos”.

Es importante que se pronuncie la palabra, que no se tema, que no se acobarde, que no se retire sin presentarla. Los resultados son otra cosa, y eso ya no es competencia del profeta, -siguiendo con las coincidencias, es necesario que los papás enseñen con la palabra que no deje de pronunciarse, aun ante la aparente o efectivo desinterés de los hijos-.

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