Viernes, 19 de Abril 2024

Tras las fiestas, el Tiempo Ordinario

Pasaron las celebraciones navideñas y las de fin y principio del año civil; ahora se toman de nuevo los instrumentos de trabajo

Por: El Informador

La fe no se transmite por una doctrina que se aprende o un rito que se celebra, sino por un encuentro que se da, en donde descubro y entiendo el paso de Alguien que transformará toda mi existencia. ESPECIAL

La fe no se transmite por una doctrina que se aprende o un rito que se celebra, sino por un encuentro que se da, en donde descubro y entiendo el paso de Alguien que transformará toda mi existencia. ESPECIAL

• Segundo domingo ordinario
• Dinámica pastoral UNIVA

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Primer libro de Samuel 3, 3b-10. 19

“Samuel, Samuel”. Éste respondió: “Habla, Señor; tu siervo te escucha”.

SEGUNDA LECTURA
Primera carta de san Pablo a los corintios 6, 13c-15a. 17-20

“¿No saben ustedes que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que han recibido de Dios y habita en ustedes?”

EVANGELIO
San Juan 1, 35-42

“¿Dónde vives, Maestro? “Vengan a ver”. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él ese día. Eran como las cuatro de la tarde”.

Es grato romper la monotonía de los días y las semanas con celebraciones cívicas y religiosas, para renovar el espíritu y tomar nuevos impulsos, tanto en las actividades del ciudadano como en los deberes espirituales del cristiano; éste, siempre el hombre de dos patrias: la terrena, la que le pan y casa en el tiempo, y la patria espiritual, hacia donde tiende la esperanza del más allá.

El cristiano tiene muy bien definido su caminar en el año litúrgico, planeado para perpetuar la vida espiritual en forma cronológica y religiosa, que gira en torno a Jesucristo, sol y centro adorado y celebrado en los misterios de su vida pública, su doctrina, su muerte redentora y su resurrección gloriosa.

El cristiano va, durante el año litúrgico, caminando y dando culto a Dios, que es “el conjunto de símbolos, cantos y actos por medio de los cuales la iglesia expresa y pone de manifiesto su religiosidad para con Dios”.

Pasaron las fiestas navideñas y las de fin y principio del año civil. Ahora se toman de nuevo los instrumentos de trabajo. Ya llegó el tiempo ordinario –hoy es el segundo domingo–, seguirá hasta el 10 de febrero. El 14 de febrero es Miércoles de Ceniza, en marcha para la cuaresma preparatoria de la pascua del Señor.

En el Evangelio Juan el Bautista, concluida su misión de preparar el camino del Mesías, como punto final, levanta su brazo, con su mano extendida señala a Jesús que va pasando y les dice a sus discípulos: “Este es el Cordero de Dios”, para que se desprendan ya de él, Juan, y sigan a quien han de seguir en adelante.

La figura del cordero tiene, entre los judíos, resonancia expiatoria. La sangre del cordero tiñó las jambas de las puertas de los israelitas, la noche que se despidieron de la esclavitud de Egipto; y un cordero macho, sin mancha y sin romperle un solo hueso, fue cena de esa primera pascua, que significa paso de la esclavitud a la libertad.

Para sacrificarse por todos los hombres ha venido el Hijo de Dios; a tomar sobre sí los pecados, para quitar, destruir aniquilar los pecados de todos los hombres. Así se cumplió lo anunciado por el profeta Isaías: “Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mateo 8,17).

Aquellos discípulos desde ese momento pusieron sus ojos en Jesús, y Él les preguntó: “¿Qué buscan?”

El hombre no es obra acabada. Todo lo recibe en germen. Esencialmente, es un proyecto siempre en cambio, interno y externo, para constancia de los continuos cambios externos, basta un álbum fotográfico, con las distintas manifestaciones de niñez, juventud, edad madura y años declinantes.

Mas importante es la transformación interna, fruto de ese incansable pensar, sentir, gustar, querer y vivir. ¿Cuándo estará completo el hombre? más allá del tiempo en la eternidad lo estará. Mientras tanto el hombre, siempre insatisfecho, seguirá en su dramática condición de pensante.

Mediante el conocimiento y el amor, el ser humano trasciende sus propios límites; de alguna manera rompe su propia finitud y se abre a lo ilimitado, a lo infinito. Por el conocimiento y el amor, realiza una verdadera síntesis de todo el universo.

Mas el hombre mismo es misterio en su misma persona, y desde sus mismas raíces tiene una tendencia innata y fundamental hacia el misterio. Por eso siempre está en búsqueda, con ansia de encontrarse a sí mismo, de saber su propio origen y cuál será su fin último; y siempre, quiera o no quiera, desde lo más profundo de su ser busca a Dios.

Y la más grande dicha en la tierra es cuando ese inquieto ser, ese continuo interrogante como los niños, en perpetuas sorpresas, llega a encontrar a Dios.

¿Dónde está? Cuando por fin lo encuentra, se hace la luz, entonces es el gozo. “El que busca, encuentra”, ha dicho el Señor. El corazón busca su centro, que es Dios. “Nos hiciste, Señor, para ti, e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en ti”. Así escribió un angustiado buscador, San Agustín.

José Rosario Ramírez M.

Las cuatro de la tarde

El pasaje evangélico de este domingo posee una frase tan impactante y a la vez con tan gran contenido en la simplicidad de su redacción, que no existe escuela alguna o taller impartido que pueda sustituir tan bello instante cuando dice: “eran las cuatro de la tarde”.

Puedes pasar toda la vida sobre los libros, transcurrir decenios aprendiendo a ejercitar virtudes, pero si faltas a la cita de las cuatro de la tarde, lo has perdido casi todo.

Un candidato al sacerdocio o a la vida religiosa puede prepararse durante años, pero se llega a plenitud en dicha vocación cuando cae en la cuenta que son las cuatro de la tarde, y que a esa hora en la vida se ha producido un hecho insólito. Se ha dado el encuentro.

Después de este encuentro, caes en la cuenta de que lo decisivo, en la fe, es la respuesta a Aquel que pasa en lo cotidiano de mi vida, es sentirse tocado por una palabra que me hace detener a tal grado que la hora es inolvidable, no por la hora en sí, sino por el encuentro que se propició en ese momento.

Es entonces cuando nos percatamos que la fe no se transmite por una doctrina que se aprende o un rito que se celebra, sino por un encuentro que se da, en donde descubro y entiendo el paso de Alguien que transformará toda mi existencia.

Se entiende que las palabras del anuncio no son las aprendidas en algún texto, sino aquellas que brotan de la experiencia de poder decir: Hemos encontrado al Mesías, el Cristo.

No es una serie de cosas que debo aprender, un listado de términos, sino un descubrimiento que genera el encuentro.

Dios puede cortar bruscamente el caminar de una persona, y hacerse presente de una manera quizás espectacular, como en cierta forma lo hizo con san Pablo, pero habitualmente prefiere pasar y sentir que alguien dispuesto es capaz de percibir lo que pasa, es importante que todos y cada uno, tengamos nuestro encuentro con Aquel que pasa, descubrir cuando fueron mis cuatro de la tarde que no se olvidan.

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