Jueves, 18 de Abril 2024

Testimonio

La mejor manera de entender, de vivir y de presentar al Evangelio, es sin duda mediante un testimonio de fe ilustrada con hechos

Por: El Informador

Como discípulos de Jesús, estamos llamados a llevar un estilo de vida coherente y a vigilar la autenticidad de nuestra relación con Dios y los otros. ESPECIAL

Como discípulos de Jesús, estamos llamados a llevar un estilo de vida coherente y a vigilar la autenticidad de nuestra relación con Dios y los otros. ESPECIAL

• XXX domingo del tiempo ordinario
• Dinámica pastoral UNIVA

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Malaquías 1, 14-2, 2.:

“Ustedes se han apartado del camino, han hecho tropezar a muchos en la ley; han anulado la alianza que hice con la tribu sacerdotal”.

SEGUNDA LECTURA
Primera carta de san Pablo a los tesalonicenses 2, 7-9. 13:

“Al recibir ustedes la palabra que les hemos predicado, la aceptaron, no como palabra humana, sino como lo que realmente es: palabra de Dios”.

EVANGELIO
San Mateo 23, 1-12:

“Que el mayor de entre ustedes sea su servidor, porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

Renovarse, y pronto. La vida ahora va de prisa. Los acontecimientos se suceden a un ritmo distinto, muy rápido. Ahora, en todo y para todo se debe estar preparado: en la vida familiar, en los negocios, en la política, todo va con sorprendentes cambios, y no queda otra opción sino la de estar al día.

La Iglesia ha sentido esa ineludible urgencia de responder al hombre del presente, tal como es, con sus necesidades y aspiraciones; con sus dudas y sus angustias en un mundo fuertemente inclinado hacia las cosas materiales, con marcada tendencia hacia el disfrute de la vida, como un nuevo epicurismo y muchos creyentes con una dicotomía vital, porque en sus convicciones son cristianos y en la práctica actúan como paganos.

La misión de Ia Iglesia es la misma, la de siempre: evangelizar, pero el esfuerzo evangelizador debe comprender profundamente a las exigencias de la identidad de cada pueblo y cada individuo, y buscar una sabia adaptación al modo de ser y a las vivencias culturales particulares. La mejor manera de entender, de vivir y de presentar al Evangelio, es sin duda mediante un testimonio de fe ilustrada con hechos. El cristianismo será atractivo cuando se le vea vivido por los creyentes.

Cada época ha tenido sus palabras y sus métodos preferidos, que son como una síntesis de los valores más apreciados, de las aspiraciones profundas. La palabra principal, el estilo, el método de la nueva evangelización, no es sino el testimonio. Es la palabra símbolo, ante una -sociedad inquieta por muchas corrientes del pensamiento. Ahora abundan las ofertas espirituales, muchas recién nacidas y otras antiguas, pero hábilmente presentadas. Evangelizar es presentar a Cristo, que es camino, verdad y vida, y hacer atractivo el Reino, el pueblo escogido, pero con el aspecto positivo de los que de veras viven -o se esfuerzan en vivir- el Evangelio.

Los fariseos inventaron un código de prácticas y de prohibiciones que ni ellos podían cumplir, pero exigían que los demás las cumplieran. Así se les endureció el corazón y se les fue apagando poco a poco la fe. El mayor enemigo para ellos -y no lo sabían-, fue la rutina en que fueron revelándose, que sin ellos advertirlo les fue resecando el corazón, les fue corrompiendo sus anhelos. Ese fue un veneno lento, pero eficaz. Habían resistido a otros adversarios: las deportaciones, el destierro, las persecuciones, pero sucumbieron ante la rutina, que les llevó a la tibieza; y la tibieza hizo que perdiera su vigor el espíritu, y se quedaron con la sola letra de la ley. En ellos desaparecieron el amor, la comprensión, la compasión. Se volvieron fríos y calculadores, para llevarlo todo hacia sus intereses políticos, económicos y sociales. Para eso les era útil la ley. Por eso clamaron ante Pilato que tiene a Jesús frente a él y frente a la multitud: “Nosotros tenemos ley, y según la ley, tiene que morir” (Jn 19, 6).

Esa es una historia cierta y trágica de hace veinte siglos. Viene ahora la pregunta: ¿Eso mismo no puede acontecer a los cristianos del siglo presente? Cristo vio entonces el peligro, lo ve ahora. Es fácil querer reducir la religión a un puñado de ritos y unos cuantos dogmas. Ha habido siempre cristianos con espíritu farisaico, que más gustan de actos externos; que se tragan el camello, pero -eso sí- están muy atentos a filtrar el mosquito. Cristo le dijo a la samaritana que el culto a Dios ha de ser “en espíritu y en verdad”, lo cual no es sino el gozo de amar y servir a Dios y al prójimo con sencillez y humildad.

Cuando los ojos de un cristiano han tenido la dicha de ver a alguien que vive de veras el Evangelio, han visto en él una imagen de Cristo. El gran atractivo, la simpatía, el efecto que despertaba Francisco de Asís en su tiempo, era porque en el pobrecillo veían al entusiasta imitador y seguidor de su Señor: Con distintos matices, pero nunca han faltado -testigo es Ia historia- los hombres y mujeres que con valentía, con generosidad, han emprendido el camino de la santidad. No buscan atraer Ia atención de los hombres; no pretenden impresionar con sus dichos o sus hechos -si así lo hicieran, serían tan fariseos como los fariseos-, pero su sola presencia hace cercana y posible la santidad, que es un llamamiento universal.

Por fortuna, abundan siempre los testimonios de los cristianos con una fe sincera y una vida congruente con sus principios; con profunda humildad religiosa, conscientes, sin exageraciones ni desviaciones.

José Rosario Ramírez M.

Sirviendo desde la coherencia

Las palabras de Malaquías a los levitas del templo también son válidas para nosotros: funcionan como espuelas, para que todo ministerio dentro de la Iglesia, que persiga la realización de una vida eclesial según el proyecto divino, que quiere una comunidad  realmente fraterna, caracterizada por relaciones no dominadas por la lógica del poder, de la gloria y del aparentar, sino de la entrega y la búsqueda amorosa de la voluntad de Dios. Purificarnos de esta lógica mundana es renunciar, como nos enseña el Evangelio, al amor desordenado, que es la raíz de la incoherencia entre palabras y obras, de la dureza y severidad con el prójimo y del culto obsesivo por destacar y ser distinguidos públicamente.

Como discípulos de Jesús, el único Maestro, e hijos del único Padre, estamos llamados a llevar un estilo de vida coherente y a vigilar la autenticidad de nuestra relación con Dios y los otros. El servicio, la humildad y la gratitud nacen de la conciencia de haber sido engendrados a una vida nueva por el amor del único Padre celeste; sólo con estas actitudes interiores evitaremos comportamientos arrogantes, teatrales e irrespetuosos con los más débiles, que ofuscan enormemente la percepción del único origen y de la misma dignidad de todos los miembros de la Iglesia en cuanto hijos del Padre. Si conseguimos ser humildes discípulos, ofreceremos un testimonio auténtico. Y, quizá, otros descubran con ese testimonio la paternidad de Dios y la vida de Cristo. Como antídoto contra la hipocresía y el servicio desinteresado requerido al discípulo. “Que el mayor de entre ustedes sea su servidor, porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

Un ejemplo a imitar es san Pablo, patente en la primera Carta a los Tesalonicenses, con su apostolado, generoso y exento de intereses personales, preocupado por anunciar con toda franqueza el Evangelio que conduce a la vida nueva.

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