Viernes, 26 de Abril 2024

Subió con ellos a un monte alto

Jesús en el pasaje de este domingo se transfigura, se presenta resplandeciente con sus vestiduras blancas y esplendorosas, ante tres de sus apóstoles

Por: El Informador

“Este es mi Hijo Amado, escúchenlo” En este momento es una teofanía, una manifestación solemne, como en el bautismo de Cristo. ESPECIAL

“Este es mi Hijo Amado, escúchenlo” En este momento es una teofanía, una manifestación solemne, como en el bautismo de Cristo. ESPECIAL

• Segundo domingo de cuaresma
• Dinámica pastoral UNIVA

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18

“¡Abraham, Abraham!”. “No descargues la mano contra tu hijo, ni le hagas daño. Ya veo que temes a Dios, porque no le has negado a tu hijo único”.

SEGUNDA LECTURA
San Pablo a los romanos 8, 31-34

“Si Dios está a nuestro favor, ¿quién estará en contra nuestra? Él que no nos escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros”.

EVANGELIO
San Marcos 9, 2-10

“Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”.

En ocasiones el Señor Jesús, solo, subía a la cumbre de algún monte y pasaba allí arriba la noche entera en oración, en comunicación con su Padre.

Ahora sube acompañado no de los doce apóstoles, sino solamente de tres: Pedro; quien será la cabeza de su Reino, la Iglesia; Santiago, a quien le está destinada la gracia de ser el primero de los apóstoles en derramar su sangre por el Evangelio; y Juan, el más cercano a los misterios del Verbo de Dios hecho hombre, camino, verdad, vida, amor.

Quiere fortalecerlos. Quiere prepararlos para los días amargos, para la hora de las pruebas, de los sufrimientos, de las tentaciones. Les espera la ardua tarea de llevar la luz a las multitudes que vagan en tinieblas, y las fuerzas del mal los odiarán porque ellos, aunque sigan en el mundo, ya no son del mundo.

Para esos tres, es una visión del más allá; una ventana abierta a lo sobrenatural, y se transfiguró en su presencia Jesús les mostró, como dijeron los evangelistas, su rostro resplandeciente como el sol, y “sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la Tierra”.

Algo más les tenía: Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Dos hombres, dos figuras cumbres en la historia del pueblo de Israel, se hacen visibles allí ante los tres testigos escogidos. No se asustaron éstos al verlos. Es una visión gloriosa y simbólica. La ley y los profetas, los dos signos de un pasado, la Antigua Alianza, que cierra una puerta y en Cristo abre otra a la plenitud, a la Nueva Alianza.

¡Qué bien estamos aquí! Contemplación, éxtasis, arrobamiento, o tal vez otra difícil, no común palabra, para explicar ese muy breve instante. A Pedro ya nada más le interesa: “Hagamos tres chozas: una para ti; otra para Moisés y otra para Elías. En realidad no sabía lo que decía”.

Para llegar a la dicha -la posesión, la contemplación de cuanto tiene Dios preparado en la gloria-, primero hay que bajar, entregarse a la cotidiana brega de cada día; ser operarios laboriosos y fieles, para volver a encontrarse con Jesús, pero entonces ya con las manos cargadas de frutos.

Esa enseñanza ha sido la doctrina de la Iglesia: Se va por el tiempo con la luz de la fe, y ésta ha de irse enriqueciendo con las obras de caridad. No la fe sola, que es muerta, sino la caridad manifestada en comprensión, en perdón, en misericordia y en servicio.

Ellos, los tres, debían bajar y así lo hicieron. Abajo es el tiempo, y bella oportunidad. Un prodigio más para ellos: “Se formó entonces una nube que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía:

“Este es mi Hijo Amado, escúchenlo” En este momento es una teofanía, una manifestación solemne, como en el bautismo de Cristo, de Dios uno que se revela en tres personas: La voz del Padre que presenta a su Hijo Amado; y el Espíritu Santo, ahora no en forma de paloma, sino de una nube que es blancura y luz.

Esa grandiosa presencia hizo caer por tierra a los tres discípulos; la frágil naturaleza no pudo aguantar. Tal momento de gloria, un relámpago, fue para disponer a quienes en el continuo combate al mal habían de luchar por la verdad, por el bien.

En ese instante miraron alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús, que estaba sólo con ellos. Cuando bajaba de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Serán los insignes primeros testigos; un día lo verán vencedor, pero antes lo verán vencido.

Así suele el Señor conducir a los que le siguen: con regalos de consolación cuando les es provechosa, y así animar, entusiasmar, enfervorizar. Muchos santos también han experimentado la “noche oscura” de la desolación, para afianzarse en la fidelidad; para, como en el crisol, purificar y acrecentar el amor.

José Rosario Ramírez M.

Escuchar, ver y transfigurarnos

La cuaresma es un tiempo de preparación, de entrenamiento para llegar a la meta: la resurrección, el camino debe no sólo ser conocido, sino, recorrido. Comenzábamos con la oración, arrepentimiento y aceptación de la buena nueva, en el primer domingo de cuaresma, actitudes que no hemos de abandonar, sino continuar para llegar a la meta.

Hoy se incorporan el ver y escuchar con detenimiento para ir transfigurándonos en lo cotidiano, para alcanzar la plenitud de la Pascua.

Potenciar nuestra capacidad de observar detenidamente y escuchar, nos ayuda a vivir a plenitud, no sólo a Dios, sino también a nuestro prójimo y a la naturaleza misma. Jesús en el pasaje de este domingo se transfigura, se presenta resplandeciente con sus vestiduras blancas y esplendorosas, ante tres de sus apóstoles quienes deberán ser testigos de lo que se les ha manifestado. A lo extraordinario de la presencia envolvente de Jesús se agregan personajes que con su presencia sintetizan la historia de la salvación: Elías y Moisés.

Pero todo está por superarse, aun cuando ya es un éxtasis, se realiza una teofanía revestida de una profunda y retadora catequesis: “Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”.

La visión que habían contemplado y que tenía regocijados a los apóstoles y hace exclamar a Pedro: “¡Qué a gusto estamos aquí!” Se transforma en compromiso ante la manifestación de Dios Padre, que invita a la escucha, y no sólo embelesarnos en la contemplación, a Dios no basta verlo, hay que escucharlo, y de su escucha, generar la transfiguración de nuestro ser y hacer.

Escuchar a Dios nos debe comprometer a ser atentos para escuchar y ver también a nuestro prójimo, y favorecer la transfiguración no sólo nuestra, sino de la comunidad, somos pueblo que camina a la Pascua definitiva. La observación y escucha de Dios es una invitación de fe, la mirada y escucha atenta a nuestro prójimo y entorno es una exigencia que no debemos eludir. En eso radica nuestra presente transfiguración.

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