Jueves, 18 de Abril 2024
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Sí, pero con buenas obras

El evangelio de hoy invita a reflexionar sobre el verdadero sentido de la obediencia, y entender que no basta arrepentirse, sino emprender el trabajo en la viña

Por: El Informador

De nada sirve un arrepentimiento si no me lleva a trabajar arduamente en la viña del Señor. ESPECIAL

De nada sirve un arrepentimiento si no me lleva a trabajar arduamente en la viña del Señor. ESPECIAL

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Ezequiel 18, 25-28:

“Cuando el pecador… recapacita y se aparta de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá”.

SEGUNDA LECTURA
San Pablo a los filipenses 2, 1-11:

“Nada hagan por espíritu de rivalidad ni presunción; antes bien, por humildad, cada uno considere a los demás como superiores a sí mismos y no busque su propio interés”.

EVANGELIO
San Mateo 21, 28-32:

“¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?”

Ya es la última semana de la vida pública de Cristo. Ha subido a Jerusalén montado en un borrico. Es aclamado, reconocido por los pequeños, los sencillos, como el descendiente del Rey David : “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”

Ya no volverá a salir, sino al Calvario. Eran esos días esenciales en el templo, donde lo escuchaban unos con ansias de recibir de sus labios la sabiduría divina, el camino de la luz, de la salvación; otros, con torcidas intenciones de encontrar un motivo para llevarlo a los tribunales y acusarlo de ser enemigo de sus tradiciones decrépitas, un perturbador y agitador con peligro serio, según ellos, para la paz pública.

Allí en el templo, entre amigos y enemigos, Cristo dejó para ellos y para la posteridad sus últimas enseñanzas, algunas en alusivas y claras parábolas como ésta:

“Un hombre tenía dos hijos... y le dijo al mayor: ‘Hijo, ve a trabajar a la viña’. Él respondió: ‘No quiero ir’, pero después se arrepintió y fue. Luego hizo su petición al segundo y éste le dijo: ‘Voy, Señor’, pero no fue”.

Esta parábola se puede aplicar en diversas actividades de la vida del creyente. Una de ellas es la los fáciles para prometer y que, por olvido, ligereza o pereza, no cumplen lo prometido.

También hay los entusiastas, los que gritan y aplauden en un momento de exaltación, pero hasta allí llegan; después, nada de nada. Tal vez se pueda aplicar esto a los “buenos” cristianos en la hora de la misa y los olvidadizos cuando termina, tan pronto llegan a la puerta del templo. Vidas de dos caras, con una piedad que no es piedad, porque la fe no rige su conducta. Una cosa son sus palabras, y otra muy distinta sus hechos.

Contaban en un pueblo que el más puntual en ir a misa, a la que jamás faltaba, era el odiado prestamista inflexible en sus cobros, al que acudían muchos en sus grandes angustias.

El segundo de los hijos de referencia, representa a quienes disocian la palabra dada con la conducta posterior.

Es la infidelidad, es la falta de generosidad, o, como se percibe en los tiempos actuales, la carencia de espíritu de sacrificio, de responsabilidad.

De aquéllos, así se expresó el Señor: “Me alaban con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.

Al inicio de su vida pública, el Señor respondió a la samaritana dónde se le debería dar culto a Dios. Así le dijo: “Ha llegado el día, y ya está aquí, en que los verdaderos adoradores adorarán al Señor en espíritu y en verdad”.

Un culto con dos características: interno, desde lo íntimo del ser. El hombre, dotado de inteligencia, como inteligente que es, allí desde su pensamiento ha de rendir culto a Dios; y dotado de libertad como está, no rendir ese culto por la fuerza, sino por su propia voluntad ha de alabar a Dios, y sentirá confianza para pedir gracias, dones, entre otros la misericordia y el perdón.

El fariseísmo rechazado por Cristo es el de los que entonces, y también ahora, ponen su espiritualidad en meras exterioridades, y a veces con la intención de ser vistos, alabados y tenidos por buenos. Son los que echan fardos pesados sobre los hombros de los demás, pero ellos no los quieren llevar ni con la punta del dedo.

"El fariseísmo rechazado por Cristo es el de los que entonces, y también ahora, ponen su espiritualidad en meras exterioridades."

El fariseísmo es una actitud constante. Fue entonces y es ahora, una manera de decirle a Dios que sí van a la viña a trabajar, pero el sí no es efectivo, es una voz hueca que carece de contenido.

El segundo de los hijos respondió a su padre: “no quiero ir”, pero se arrepintió y fue.

No se deben extrañar alguien y muchos, de que en un primer momento haga su aparición en el corazón del hombre un rechazo al seguimiento de Cristo. Sus palabras son muy claras y las condiciones nada fáciles: “niéguese a sí mismo” es una, y “tome su cruz” es otra.

José Rosario Ramírez M.

No basta arrepentirse

Un hombre tenía dos hijos, a los dos les pidió fueran a su viña, cada uno dio su respuesta y tienen en común que se arrepienten de lo que han dicho, uno dijo "sí voy" y no fue, el otro "no voy" y sí fue.

Dios no pretende que tú digas sí inmediatamente. No espera un sí inmediato, espera verte trabajar en su viña, ya que la viña no se cultiva a fuerza de estar diciendo solamente: “sí, Señor”.

La parábola nos invita a reflexionar sobre el verdadero sentido de la obediencia, y entender que no basta arrepentirse, sino emprender el trabajo en la viña. Arrepentirse para creer consiste, ante todo, en no considerarse ni justos, ni rectos, ni santos. Ni tampoco pensar que por observar tal o cual ley no somos como el resto de los hombres que no la observan.

Tener conciencia de ser pecadores nos pone en actitud de conversión. Creernos justos nos impide encauzar los pasos por el camino de la conversión. Quien nos hace justos, rectos y santos es sólo Dios.

Arrepentirse para creer consiste en no ser nosotros quienes determinamos qué es bueno o malo, justo o injusto, recto o torcido, santo o profano, sino el Señor.

Muchas veces podemos decir sí siempre, en cualquier circunstancia y en todas partes, y todo acaba ahí. Lo que nos puede llevar a pensar que una obediencia aparatosa, es con frecuencia sospechosa, y puede ser el esquivo fácil de asumir la responsabilidad y enfrentar las consecuencias, comportándonos con todos, e incluso con Dios, como unos queda bien, a todo me comprometo, a todo digo sí, a todos les digo que cuentan conmigo, pero no hago nada, no muevo un dedo para cambiar las cosas.

A Dios Padre, en medio de tanta confusión de muchos sí que son no, y no que son sí, y tantos, pero tantos peros, quizás le agradaría más, -escuchar- el silencio de un hijo obediente que sin poses y pretensiones emprende el paso presuroso a hacer lo que le mandan. Es más gratificante escuchar unas manos que trabajan, que unos labios que incansablemente repiten un sí tras otro. De nada sirve un arrepentimiento si no me lleva a trabajar arduamente en la viña del Señor.

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