Jueves, 25 de Abril 2024

Ser misionero, un deber

Nuestro Señor Jesucristo, al fundar su reino en la tierra, su Iglesia asamblea de los creyentes, quiso hacer de ellos una familia desde el bautismo

Por: El Informador

La más alta solidaridad del cristiano es la de buscar el mayor bien: la salvación eterna de los demás. ESPECIAL

La más alta solidaridad del cristiano es la de buscar el mayor bien: la salvación eterna de los demás. ESPECIAL

XXIX Domingo del tiempo ordinario
• Dinámica pastoral UNIVA

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Isaías 56, 1. 6-7:

“Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse”.

SEGUNDA LECTURA
Primera carta de san Pablo a Timoteo 2, 1-8:

“Él quiere que todos los hombres se salven y todos lleguen al conocimiento de la verdad”.

EVANGELIO
San Mateo 28, 16-20:

“Enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Anda en boca de muchos la palabra “solidaridad” mas no en los hechos de todos. Solidaridad debe ser una actitud espiritual. psicológica y sociológica para abrirse a los demás; para romper el egoismo; para sacar al hombre solitario del sótano donde se ha ocultado y llevarlo al encuentro de los demás. Nadie puede llevar la carga de sus pesares sólo, ni disfrutará de sus alegrías solo, contemplándose a sí mismo. El hombre ha sido creado para compartir. Siempre, los mejores momentos de la vida han sido y serán aquellos en donde se ha tenido la dicha de dar y de recibir. La más profunda, la auténtica solidaridnd, es la inspirnda en el amor. Así, en un hogar se vive una solidaridad natural entre padres e hijos, sin que ni siquiera se pronuncie el nombre de esa virtud humana: simplemente se vive.

Nuestro Señor Jesucristo, al fundar su reino en la tierra, su Iglesia asamblea de los creyentes, quiso hacer de ellos una familia desde el bautismo, puerta de entrada. Ya el nuevo cristiano tiene un padre, ese Hijo de Dios ya no llamado Alá, ni Jehová, ni Yaveh, sino a Dios “Padre nuestro que estás en los cielos”; siente cercano a Jesús, el primogénito, el hermano mayor, el único intermediario y camino ante el Padre. por quién llegó la salud, la vida a todos los hombres.

El cristiano así forma parte de la gran familia, la Iglesia, y por lo mismo ha de ser solitario de la suerte de los demás, y en alguna manera formar parte en su vida del todo que es la Iglesia. San Pablo lo explica con claridad al comparar a la Iglesia con un cuerpo, cuya cabeza es Cristo y todos, absolutamente todos, son las células, los miembros, los órganos que conforman el cuerpo. Es conocida la escultura del niño de la espina: trae el niño encajada una espina en la planta del pie ·y lo ha levantado, lo más que ha podido cerca de sus ojos; todo está en torno a ese dolor: la mente, los ojos, las manos, la figura encorvada para sacar esa espina.

La solidaridad es actitud pronta para ir a los demás. Si hay esa disposición de amor, no es extraño que se “Sientan propios los males ajenos", como ha sucedido en estos días con los hermanos de Yucatán, Campeche y Tabasco, azotados por el ciclón.

Así también en otras circunstancias -más modestas y cercanas- como cuando se le tiende la mano al vecino, al paciente, al amigo que pasa horas difíciles o se le acompaña cuando suenan para él las campanas del gozo.

Pero la más alta solidaridad del cristiano es la de buscar el mayor bien: la salvación eterna de los demás. En este año 2017, miles y miles de hombres y mujeres trabajan sin recompensa económica; son operarios de las misiones de la Iglesia que, entre infieles, en los cinco continentes y en las islas del Golfo, han escuchado la misma voz del Señor, la misma con que envió a los primeros once discípulos: “Id por todo el mundo, predicad, bautizad. El que crea y se bautice, se salvará”.

Allí empezó la aventura de los que se han creído enviados; aventura que perdura y continuará hasta que a todos los hombres llegue la buena nueva. La Iglesia está y estará siempre en estado de misión, y el cristiano de ahora tendrá que irradiar la fe que él ha recibido; tendrá que llevar la alegría de su fe a los que todavía no conocen a Cristo. Solamente hay unos 600 millones de cristianos entre una población de más de 250 de seres humanos. De cada cuatro niños que nacen, sólo uno recibe la gracia del bautismo.

Con once hombres pobres, sin cultura, sin letras, nació dinámica la Iglesia. Ahora África y Asia, y aún regiones apartadas de América. están saliendo de un sueño de siglos y piden que les llegue la noticia del Hijo de Dios que se hizo hombre para salvar a todos los hombres, sin distinción de raza. pueblo, lengua o nación.

José Rosario Ramírez M.

La misión en el corazón de la fe cristiana

Hoy en el domingo mundial de las misiones, presentamos un fragmento del mensaje dado por el Papa Francisco para esta jornada:

"La misión de la Iglesia no es la propagación de una ideología religiosa, ni tampoco la propuesta de una ética sublime. A través de la misión de la Iglesia, Jesucristo sigue evangelizando y actuando; por eso, ella representa el tiempo propicio de la salvación en la historia. A través del anuncio del Evangelio, Jesús se convierte de nuevo en contemporáneo nuestro, de modo que quienes lo acogen con fe y amor experimentan la fuerza transformadora de su Espíritu de Resucitado que fecunda lo humano y la creación, como la lluvia lo hace con la tierra. «Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable».

Recordemos siempre que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». El Evangelio es una persona, que continuamente se ofrece y continuamente invita a los que la reciben con fe humilde y laboriosa a compartir su vida mediante la participación efectiva en su misterio pascual de muerte y resurrección. El Evangelio se convierte así, por medio del Bautismo, en fuente de vida nueva, libre del dominio del pecado, iluminada y transformada por el Espíritu Santo; por medio de la Confirmación, se hace unción fortalecedora que, gracias al mismo Espíritu, indica caminos y estrategias nuevas de testimonio y de proximidad; y por medio de la Eucaristía se convierte en el alimento del hombre nuevo, «medicina de inmortalidad».

El mundo necesita el Evangelio de Jesucristo como algo esencial. Él, a través de la Iglesia, continúa su misión de Buen Samaritano, curando las heridas sangrantes de la humanidad, y de Buen Pastor, buscando sin descanso a quienes se han perdido por caminos tortuosos y sin una meta. Gracias a Dios no faltan experiencias significativas que dan testimonio de la fuerza transformadora del Evangelio. Pienso en el gesto de aquel estudiante Dinka que, a costa de su propia vida, protegió a un estudiante de la tribu Nuer que iba a ser asesinado. Pienso en aquella celebración eucarística en Kitgum, en el norte de Uganda, por aquel entonces, ensangrentada por la ferocidad de un grupo de rebeldes, cuando un misionero hizo repetir al pueblo las palabras de Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», como expresión del grito desesperado de los hermanos y hermanas del Señor crucificado. Esa celebración fue para la gente una fuente de gran consuelo y valor. Y podemos pensar en muchos, numerosísimos testimonios de cómo el Evangelio ayuda a superar la cerrazón, los conflictos, el racismo, el tribalismo, promoviendo en todas partes y entre todos la reconciliación, la fraternidad y el saber compartir.

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