Jueves, 18 de Abril 2024

Que se amen los unos a los otros

Todas las obras de Dios llevan el sello del amor: la creación, la redención, la vida eterna...

Por: El Informador

La madre ocupa un puesto distinguido en la existencia ordinaria de los hombres y también en la historia de la salvación. ESPECIAL

La madre ocupa un puesto distinguido en la existencia ordinaria de los hombres y también en la historia de la salvación. ESPECIAL

• Sexto domingo de Pascua
• Dinámica Pastoral UNIVA

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Hechos de los Apóstoles 10, 25-26.34-35.44-48

“Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea”.

SEGUNDA LECTURA
Primera carta de san Juan 4, 7-10

“Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”.

EVANGELIO
San Juan 15, 9-17

“Éste es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.

El tema fundamental es el dinamismo del amor; el objeto, dar frutos, los más valiosos, los que tienen su principio y causa en el amor; y como manifestación de autenticidad del amor, la fidelidad en la observancia de los divinos preceptos.

Breve palabra de apenas cuatro letras, amor es la más gastada en boca de todos; como el oro, la más imitada, y, peor aún, la más falsificada.

Este amor, la máxima cumbre en la vida, lo ha cantado el gran convertido San Pablo, en el capítulo trece de su primera, carta a los de Corinto, con 24 kilates. “Les quiero mostrar un camino”, invita, y luego señala qué características tiene el verdadero amor: El longánime -de alma grande- es benigno, no es envidioso, no es jactancioso, no se hincha, no es descortés, no busca lo que no es suyo, no se irrita, no piensa mal, no se alegra de la injusticia; se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera” Qa. Cor 13, 4, 7).

Quien vive el amor hace atractivo el bien. Así partieron los apóstoles, llenos de amor y por lo mismo de alegría, porque: “La alegría es el primer efecto del amor, y por lo tanto, de la entrega”, dice Santo Tomás de Aquino.

Con gozo sereno, con corazón abierto, salieron y se dispersaron los doce, y el fruto es conocido: En poco tiempo el mundo de entonces conoció a Jesús el Hijo de Dios resucitado, por boca de testigos tan eficaces como fueron esos hombres, llenos de amor a su maestro y de un incontenible deseo de darlo a conocer a todos, en todo el mundo; así se propagó el cristianismo, con el dinamismo del amor.

“Como yo los he amado”. Lo más certero para llegar a la esencia de Dios es el amor. Todas las obras de Dios llevan el sello del amor: la creación, la redención, la vida eterna, la presencia de Cristo en medio de los suyos; su misericordia, su perdón la abundancia de gracias y la Eucaristía, pan de vida.

Vivir un amor de esa calidad a Cristo, a los hermanos, a los prójimos, es la cumbre de la santidad. Esa es la dinámica del amor que busca hacer el bien siempre, en todas las circunstancias y sin acepción de personas. Es amar como enseñó Cristo, así como el Padre envía la lluvia y hace salir el sol para justos y pecadores.

Hacer el tenaz intento de imitar a Cristo, es esforzarse en vivir siempre el amor que Él vino a traer a la Tierra.

Amor debe ser la vida. Hoy, sexto domingo de Pascua, de nuevo es el evangelista San Juan quien abre la puerta de esa “sala amplia y bien arreglada” donde el Señor Jesús, con una cena íntima -Él y sus discípulos-, ha querido dejarles sus últimas enseñanzas y su inevitable despedida; porque esa misma noche va a ser arrebatado de sus amigos, para que se cumpla en Él -el Mesías- cuanto habían escrito los profetas.

El texto, capítulo 15, es el segundo discurso de Jesús después de: la cena, e insiste una y otra vez en la que ha de ser característica en el Reino, entre Él y ellos: la perfecta armonía que hace del amor.

El amor aparece unido a la obediencia, el cumplimiento fiel, como criterio de autenticidad, y Jesús se ha manifestado como ejemplo: “Yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”.

El verdadero, el auténtico amor, se ha de manifestar en la fidelidad, y ésta en el cumplimiento.

Amar de veras es tener una inalterable disposición en el cumplimiento. tanto en los deberes fáciles como en los duros, los que exigen sacrificio y hasta heroísmo. Es la fidelidad amor dedicado, aún en los pequeños detalles de la vida cotidiana.

La historia de veinte siglos de cristianismo ha dejado incontables ejemplos de hombres, mujeres, niños y ancianos, inspirados y sostenidos por el amor a Cristo y a sus semejantes en una entrega sin tregua. sin regateos.

José Rosario Ramírez M.

Madre

La madre, dando la vida, ocupa un puesto distinguido en la existencia ordinaria de los hombres y también en la historia de la salvación.

La madre que da la vida debe ser amada, pero el amor que se le tiene debe también transfigurarse, a veces hasta el sacrificio, a ejemplo de Jesús.

Adán al llamar a su mujer Eva, significa su vocación de madre de todos los vivientes. La mujer, una vez que se sabe madre, salta de júbilo y por don tan maravilloso y entrega total, debe ser respetada por sus hijos, y admirada y cuidada por la sociedad. Atentar contra la madre es atentar contra la vida misma. Y la mejor manera de manifestar el amor que se le debe es a través del respeto y la escucha para seguir sus instrucciones.

El texto bíblico en el que Jesús cuestiona: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? No es porque desconozca su verdadera grandeza, por el contrario, la revela desde la fe, y la ensalza a un nivel superior, señalándola como la fiel por excelencia, porque escucha la palabra de Dios y la pone en práctica, así como los hijos se deben a los padres, así ella se debe a Dios.

La misión de toda madre es tan admirable que el Hijo de Dios, hecho Hijo de la Virgen Madre, aprendió a orar conforme a su corazón de madre. Es la madre la que instruye a los hijos y los dispone a la sociedad desde la familia. Menospreciar su misión es denigrar a la sociedad entera, restituir la misión de la madre y valorar, pero sobre todo obedecerla, es comenzar el verdadero rescate de toda la sociedad.

Cristo y su Madre son inseparables: entre ellos hay una estrecha relación, como la hay entre cada niño y su madre. La carne de Cristo, que es el eje de la salvación, se ha tejido en el vientre de María. Esa inseparabilidad encuentra también su expresión en el hecho de que María, elegida para ser la Madre del Redentor, ha compartido íntimamente toda su misión, permaneciendo junto a su hijo hasta el final, en el Calvario.

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