Sábado, 18 de Octubre 2025

Permanezcan en mí y yo en ustedes

La idea del Evangelio de hoy es simple: la permanencia de sus discípulos en Cristo y Él en sus discípulos ha de ser así, como los sarmientos a la vid y la vid a los sarmientos

Por: El Informador

La viña verdadera es él, pero también lo es su Iglesia, cuyos miembros están en comunión con él. ESPECIAL

La viña verdadera es él, pero también lo es su Iglesia, cuyos miembros están en comunión con él. ESPECIAL

• Quinto domingo de Pascua
• Dinámica pastoral UNIVA

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Hechos de los apóstoles 9, 26-31

“La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo”.

SEGUNDA LECTURA
Primera carta de san Juan 3, 18-24

“Este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó”.

EVANGELIO
San Juan 15, 1-8

“Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto”.

El mensaje de Cristo en este quinto domingo de Pascua tiene un algo de tristeza, porque es parte de su despedida, allí en la cena íntima con sus discípulos, y mucho de proyección hacia el futuro de ellos y de todos los que un día llevarán el nombre de cristianos, porque marca con sus palabras la nota característica del Reino que con ellos ha fundado.

Primero lavó los pies de los 12, para darles una gran lección, con el ejemplo de que la vocación de sus seguidores ha de ser de servicio. Luego les dio el mandato extremo, último: “Ámense unos a otros como yo los he amado”. Salió Judas a perpetrar su traición, su crimen; y cuando ya estaban solos Jesús y los 11, fue dejando caer una tras otra las últimas enseñanzas que el evangelista San Juan -uno de los 11 y muy cercano al Maestro- plasmó en los capítulos del 13 al 17 de su Evangelio.

Le importa a este evangelista perpetuar ese tesoro, esa efusión de sentimiento y doctrina a la vez, que el Señor dejó para esa última comunicación con quienes durante tres años fueron y volvieron por los caminos de Judea, de Galilea, de Samaria; fueron testigos de sus milagros, y estuvieron atentos a entender y gustar la buena nueva y la nueva ley en las palabras del Mesías.

Ya uno, el hijo de las tinieblas, salió de noche, se apartó de la luz; quiere el Señor la perseverancia de los 11; quiere la fidelidad de ellos a Él, y les asegura que Él permanecerá con ellos. Y como en otras ocasiones, se vale de una imagen, de una alegoría: “Yo soy la vid verdadera”.

A esta idea expresada en imagen, dedica San Juan ocho versículos del capítulo decimoquinto.

En los pueblos del Mediterráneo son básicos para la vida de todos, tres cultivos: el trigo, el olivo y la vid. Ninguno ha faltado desde siglos y siglos atrás.

El cultivo de la vid les resulta familiar. Y es inteligible el lenguaje figurado con que el Señor les presenta la idea: La vid tiene las raíces ocultas en la tierra, de donde lleva la savia hasta los sarmientos, largas guías de las que brotan los racimos, y de esas uvas saldrá el vino que alegra la vida. Pero si alguien desprende el sarmiento de la vid, éste se seca, no podrá dar fruto.

Muy clara la idea: La permanencia de sus discípulos en Él, y Él en sus discípulos, ha de ser así, como los sarmientos a la vid y la vid a los sarmientos.

Permanencia, vivir siempre en estrecha unión, como garantía para dar fruto abundante. Así ha de ser su Reino, así ha de ser la Iglesia. “El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante”.

Como obra de Dios es trascendente, porque va más allá de los límites del tiempo y del espacio, pues su misión es la salvación eterna de los mortales, y es invisible porque el instrumento es la gracia divina, a través de la misericordia infinita de Dios, su mensaje, su revelación y los sacramentos.

Y el cristianismo es, al mismo tiempo, obra humana, y por lo mismo limitada, cotizable con las manifestaciones de sus miembros; desde las dóciles a las gracias divinas en ejemplos de auténtica respuesta, hasta otros niveles menores: desintegración, ignorancia, fanatismo e inautenticidad.

Todo se puede reducir a una explicación: si están o no están unidos en Cristo, y si permanecen en Él y Él en ellos, o no.
La vida se mide por sus frutos. En la misma alegoría Cristo deja muy claro: “Mi Padre es el viñador”. ¿Y qué pretende el viñador? Que sus vides den abundantes racimos, que a la hora de la vendimia -la cosecha anual de los viñedos- haya abundancia y buena calidad.

Es la razón del Reino de Cristo, de la Iglesia: que ésta sea escuela de santidad, camino de salvación; y la salvación no se alcanza con las solas buenas intenciones. “No se salva el que dice ‘Señor, Señor’, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.

Esa debe ser la predicación de los padres a los hijos; de los maestros a los discípulos; de los sacerdotes al pueblo; de todos los cristianos ante los débiles en la fe.

José Rosario Ramírez M.

La verdadera viña

Lo que Israel no ha podido dar a Dios, Jesús se lo da. Él es la viña que produce, la cepa auténtica, digna de su nombre. Él es el verdadero Israel. Él fue plantado por su Padre, rodeado de cuidados y podado, a fin de que llevara fruto abundante.

En efecto, lleva su fruto dando su vida, derramando su sangre, prueba suprema de amor; y el vino, fruto de la viña, será en el misterio eucarístico el signo sacramental de esta sangre derramada para sellar la nueva alianza; será el medio de comulgar en el amor de Jesús, de permanecer en él.

Él es la viña y nosotros somos los sarmientos, como él es el cuerpo y nosotros somos los miembros. La viña verdadera es él, pero también lo es su Iglesia, cuyos miembros están en comunión con él. Sin esta comunión no podemos hacer nada: sólo Jesús, verdadera cepa, puede llevar un fruto que glorifique al viñador, su Padre. Sin la comunión con él somos sarmientos desgajados de la cepa, privados de savia, estériles, buenos sólo para el fuego.

A esta comunión son llamados todos los hombres por el amor del Padre y del Hijo; llamamiento gratuito, pues Jesús mismo elige a los que han de ser sus sarmientos, sus discípulos;  no son ellos los que le eligen. Por esta comunión se convierte el hombre en sarmiento de la verdadera cepa. Vivificado por el amor que une a Jesús y a su Padre, lleva fruto, lo cual glorifica al Padre. Comulga así en el gozo de Jesús que está en glorificar a su Padre. Tal es el misterio de la verdadera viña: expresa la unión fecunda de Cristo y de la Iglesia, así como su gozo que permanece, perfecto y eterno.

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