Jueves, 25 de Abril 2024

Pasó haciendo el bien

El cristiano fiel es el que sujeta sus pasiones a la razón, y la razón a Dios

Por: El Informador

Cada uno de nosotros está llamado a llevar la palabra de Dios a todos los hombres, especialmente al que sufre. ESPECIAL

Cada uno de nosotros está llamado a llevar la palabra de Dios a todos los hombres, especialmente al que sufre. ESPECIAL

• Quinto domingo ordinario
• Dinámica pastoral UNIVA

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Job 7, 1-4. 6-7

“Recuerda, Señor, que mi vida es un soplo”.

SEGUNDA LECTURA
Primera carta de san Pablo a los corintios 9, 16-19. 22-23

“¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por propia iniciativa, merecería recompensa; pero si no, es que se me ha confiado una misión”.

EVANGELIO
San Marcos 1, 29-39

“Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido”.

Así presenta el evangelista San Marcos, con su característica sencillez la amable figura del Salvador.

Es todavía el primer capítulo, y por sus líneas apenas aparece el inicio de la vida pública Cristo.

Pasó haciendo el bien, porque quitó el sufrimiento curando a los enfermos, rompió las cadenas a los esclavizados por el maligno y abrió los ojos a muchos, para que saborearan la sabiduría divina, la que salva.

Seguido de su dócil colegio, los 12, va construyendo con ellos una amistad profunda y eterna.

Uno de ellos, el que los encabezaba, le ruega que le haga un favor: su suegra sufre, está en cama y tiene fiebre. Él se le acercó y, tomándola de la mano, la levantó.

“En ese momento se le quitó la fiebre”.

Mas Cristo no sólo hace desaparecer la fiebre del cuerpo, sino que también quita otras fiebres mortales, más dañinas y a veces tercamente arraigadas en las almas.

El ser humano -homo sapiens- tiene un don divino: la capacidad de razonar, la inteligencia para dar dirección a sus palabras y a sus obras.

El cristiano fiel es el que sujeta sus pasiones a la razón, y la razón a Dios. Así vive libre de pecado, en gracia, en amistad con su Dios y Señor.

Cuando no es la fe ni la razón lo que guía al cristiano, cuando alguna de las siete pasiones predomina en sus actos, entonces sus manifestaciones no son de salud espiritual, sino un estado patológico. Entonces se manifiesta la fiebre.

La ira es una fiebre con estos síntomas: rostro encendido, manos crispadas o empuñadas, voces altas, palabras y acciones contra los demás; después vienen el remordimiento, la tristeza, el sentido de la culpa.

La gula es una fiebre; es una manía por el fugaz placer de que pasen de prisa por la boca, bebidas y comidas, causantes después de sufrimientos, de males.

Es la pereza una enfermedad del alma. Es una fiebre que doblega el cuerpo y adormece la mente, lo cual imposibilita dar alegre cumplimiento al deber personal.

La envidia -la más triste e infecunda de las fiebres- sólo engendra rencores. Le quita al alma la alegría y la lleva a mirarlos lados negros de la vida.

Cuando los apetitos carnales se apoderan desordenadamente del hombre, éste cae enfermo. Es la fiebre de la lujuria, que entorpece la vista y el oído y endurece el corazón. Es un egoísmo hecho fiebre, a veces tan persistente que acaba con sus víctimas.

La codicia, la más persistente de todas las fiebres, diabólica pasión nunca sola, siempre de la mano de otras pasiones embota el pensamiento, distorsiona el sentido de las propias dimensiones y atropella los derechos de Dios y de sus semejantes.

Todas ellas, la concupiscencia del hombre caído tienen una fácil curación: la mano de Cristo. Con su breve y saludable contacto quedarán curadas.

“Al atardecer, cuando el sol se ponía, le llevaron a Jesús a todos los enfermos y poseídos por el demonio, y todo el pueblo se apiñó junto a la puerta. Curó a muchos”.

El evangelista da un dato importante: le llevaron a todos los enfermos... y curó a muchos. No curó a todos, sino a muchos.

¿Por qué volvieron algunos enfermos a su casas? ¿Por qué siguieron cargando sus enfermedades y dolores?

Porque para que Cristo cure las fiebres del alma o cure las enfermedades del cuerpo, hay una condición, una sola: ir dispuesto; llevar una disposición interior, que es una humilde confianza: “Señor, si tú quieres, puedes curarme”. A esa oración humilde llegó luego el milagro.

En la relación entre el hombre y Dios, su creador, siempre viene primero la gracia de Dios que invita, que llama, que mueve a conversión; pero siempre ha de haber la respuesta del hombre. Muchos enfermos no respondieron y no fueron curados.

José Rosario Ramírez M.

¿Vale la pena seguir evangelizando?

En diversos y reiterados pasajes del nuevo testamento, se refiere la necesidad de evangelizar y la acción evangélica de Jesús y sus apóstoles y con ellos de toda la Iglesia, pero hoy miles de años después es válido seguir evangelizando.

Hoy se puede seguir diciendo con Pablo: “¡Ay de mí, si no anuncio el evangelio! O seguir teniendo presente como principio de acción la invitación de Jesús: “Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el evangelio”.

La respuesta tiene que partir de sus orígenes y de las necesidades que hoy tiene nuestro entorno, el mundo en el cual nos movemos y somos. La actividad principal de Jesús en su vida pública fue: predicar y curar. Con la predicación anuncia el Reino de Dios y con la curación demuestra que ese Reino está ya en medio de nosotros. Jesús vino para anunciar y realizar la salvación de todo hombre y de todo el hombre, mostrando una predilección particular por quienes están heridos en el cuerpo o en el espíritu.

Mientras sigan latentes estas heridas en el hombre de este tiempo, será necesario y urgente seguir evangelizando, pero al ejemplo de Cristo, predicando y curando, la cura, que implica cercanía, ternura, estar con el otro que sufre y necesita, no para tener lástima de su herida, sino para sanar desde la prédica que es efectiva en la caridad.

No obstante los múltiples avances tecnológicos, el hombre sigue herido, y no es la tecnología quien sanará su carne sufriente, se requiere de dar sentido a la vida del hombre, incluso desde el dolor. Cada uno de nosotros está llamado a llevar la palabra de Dios a todos los hombres, especialmente al que sufre, no como un paliativo enajenante que evada la realidad, sino como un misterio de salvación que cure desde Cristo que sigue vivo y actuante desde su palabra.

Ante esta realidad es conveniente responder, no sólo vale la pena evangelizar, vale la vida y ojalá todos evangelicemos con ocasión o sin ella.

Como decía André Malraux, novelista francés: “Una vida no vale nada. Pero nada vale una vida” y si esa vida de cualquier ser humano se puede rescatar y sanar de sus heridas desde la evangelización, vale la pena seguir evangelizando.

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