Jueves, 25 de Abril 2024

¡Milagro, milagro!

El evangelio de este domingo, de una manera especial, nos subraya la supremacía de la vida en la atención que Jesús pone a la petición de Jairo, el jefe de la sinagoga

Por: El Informador

Jesús se preocupa por la vida, solícito a la petición de Jairo, aun a pesar de las adversidades y de la anunciada muerte de la hija, fortaleciéndolo en su fe. ESPECIAL

Jesús se preocupa por la vida, solícito a la petición de Jairo, aun a pesar de las adversidades y de la anunciada muerte de la hija, fortaleciéndolo en su fe. ESPECIAL

• Decimotercero domingo ordinario
• Dinámica pastoral UNIVA

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24

“Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes”.

SEGUNDA LECTURA
San Pablo a los corintios 8, 7. 9, 13-15

“Ustedes se distinguen en todo: en fe, en palabra, en sabiduría, en diligencia para todo y en amor hacia nosotros, distínganse también ahora por su generosidad”.

EVANGELIO
San Marcos 5, 21-43

“¿Qué significa tanto llanto y alboroto? La niña no está muerte, está dormida. La tomó de la mano y le dijo: “¡Talitá, kum!”, que significa: Óyeme, niña, levántate!”

¿Qué es un milagro? En el lenguaje coloquial, la gente le da el nombre de milagro a todo hecho sorprendente no común, o que acontece muy rara vez. En el lenguaje cristiano es algo más alto, no natural, sino sobrenatural. En su magna obra la Suma Teológica, así lo define Santo Tomás de Aquino:

“Se dicen propiamente milagros las operaciones de Dios fuera de las cauces conocidas por nosotros, y que por lo mismo excitan nuestra admiración” (Cuestión 105, 7).

Y San Agustín dice: “Cuando Dios hace algo contra el curso acostumbrado de la naturaleza y a nosotros conocido, tales obras se llaman grandiosas, milagrosas” (Contra Fausto 26-3).

“Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, dan testimonio de mí” (Juan 10, 25).

Los cuatro evangelistas dan testimonio de los muchos y variados milagros que Cristo hizo, hasta el milagro de milagros: su propia gloriosa resurrección.

Nicodemo, un hombre principal entre los judíos, fue de noche a visitar a Jesús y le dijo: “Rabí, sabemos que has venido como maestro de parte de Dios, porque ninguno puede hacer los milagros que tú haces, si Dios no está con él” (Juan 3, 2).

Los milagros de Cristo tienen dos fuentes de origen: confirmar con hechos su doctrina y su misión como Mesías, ungido, Hijo del Padre, y su compasión, su misericordia ante los dañados por las enfermedades y el pecado.

Un día Juan el Bautista, desde la cárcel, envió a sus discípulos a preguntarle a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir, o hemos de esperar a otro?”. Respondió Jesús: “Vayan y cuéntenle a Juan lo que ustedes han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (Mateo 11, 5).

El Señor dijo: “Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, son testimonio de mí” (Juan 15, 25). “Si no hago las obras de mi Padre, no me creeréis” (Juan 10, 34).

Y les dio a sus discípulos poder para hacer milagros, si le pedían al Padre en su nombre.

El primero en manifestar su carisma fue San Pedro, a quien seguían las multitudes confiadas en que se curarían con la sombra del apóstol.

Doce siglos después, en Francia y en Italia, las multitudes seguían a San Antonio de Padua, muy generoso en remediar y curar. Cuentan sus biógrafos que una tarde hizo muchos milagros. Al recogerse ya al atardecer en su convento, se sentó a la mesa con sus hermanos franciscanos y comía con buen apetito. Uno de los hermanos le preguntó, refiriéndose a los milagros, si no estaba emocionado por todo lo que había hecho ese día. El santo le contestó: “¿Qué he hecho? Yo no he hecho nada; Dios, sin duda, me ha tomado como instrumento para dar su amor, su bondad, sus regalos, a los que tuvieron fe...”.

En este domingo decimotercero del año el evangelista San Marcos narra dos milagros que obró Cristo, después que llegó en la barca al otro lado del lago.

El primero fue la curación de una mujer que llevaba doce años de padecer flujo de sangre, e ineficaces habían sido todos los remedios de tos hombres para curarla. “Ella se le acercó por detrás a Jesús entre la gente y le tocó el manto. Jesús, no para humillarla, sino para exaltar la fe de aquella mujer, preguntó: “¿Quién ha tocado mi manto”, aun que era una multitud la que lo apretujaba. Ella, que había quedado sana, asustada y temblorosa se postró a sus pies y le confesó la verdad. Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad”.

José Rosario Ramírez M.

Tener fe en la vida

La religión no es sólo una cuestión de fe, es mucho más que un compendio de doctrina y una doctrina moral, la vida es la base de todo, y por lo mismo se le debe dar su lugar y prioridad.

El evangelio de este domingo de una manera especial nos subraya la supremacía de la vida en la atención que pone a la petición de Jairo el jefe de la sinagoga, y la paternal atención que procura para con la afligida mujer que había estado inmersa en una situación complicada de enfermedad por doce años.

La vida como don privilegiado de Dios, ha de ser no solo reconocido biológicamente, sino valorado, pero sobre todo respetado, ya que si hoy en día buscamos, defendemos y exigimos la verdad en todos sus ámbitos no debemos olvidar que ésta sólo tiene sentido en la medida en que estamos vivos, si la verdad la procuramos y defendemos tanto, con mayor ahínco defendamos y velemos por la integridad de la vida.

El bello pasaje del evangelio de Marcos, nos conforta al ver la preocupación de Jesús por la vida, solícito a la petición de Jairo, aun a pesar de las adversidades y de la anunciada muerte de la hija, fortaleciéndolo en su fe. Paternal y misericordioso para con la hemorroisa que había tenido una vida de angustia, restituyéndola en toda su dignidad, quedando sana de toda enfermedad.

Con esto Jesús nos deja en claro que donde la vida está ausente, también Dios está ausente. La presencia de Dios no sólo es por la fe, sino especialmente por la vida.

La vida como tal la reconocemos con un don privilegiado de Dios, mas no es la garantía plena de fe, no basta la sola vida para llamarnos hombres y mujeres de fe, ya que la fe es una condición necesaria para insertarnos en un dinamismo de vida. Por eso ante Jairo que le anuncian que su hija ha muerto, Jesús le interpela diciendo: “No temas. Basta que tengas fe”. Este tránsito del encuentro entre Jesús y Jairo es muy rico ya que inicia con la iniciativa del jefe de la sinagoga quien acude a suplicarle por la salud de su hija, y ahora que las cosas no se presentan favorables y le han dado la trágica noticia de la muerte, parece que es Jesús quien le suplica y le implora que se sostenga en la fe.

Jesús le está pidiendo una manifestación heroica de su fe, para dar el paso de una fe suficiente, a una fe en crecimiento que demuestre su reconocimiento en Jesús. Es esta la prueba máxima en una vida de fe, permanecer fieles, cuando todo va mal, incluso cuando la realidad ha pronunciado la sentencia más brutal e inapelable, la muerte.

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