Jueves, 25 de Abril 2024

María, mujer en proceso

La tradición de la Iglesia ha dedicado durante siglos el mes de mayo para venerar a la Virgen María

Por: El Informador

ESPECIAL

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LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA: Hch. 8, 5-8. 14-17. “Les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo”.
EVANGELIO: Jn. 14, 15-21. “Yo le rogaré al Padre y Él les enviará a otro Consolador”.
SEGUNDA LECTURA: 1Pe. 3, 15-18. “Murió en su cuerpo y resucitó glorificado”.

“… Dios envió a su propio Hijo, nacido de una mujer…” (Gal 4, 4-5).

La tradición de la Iglesia ha dedicado durante siglos el mes de mayo para venerar a la Virgen María.

¿Qué dimensiones del rostro femenino de Dios se nos revelan en esta mujer?  Por diversas circunstancias nos hemos olvidado que María, antes que nada, es una mujer judía, fiel a su tradición y a su pueblo. Comparte las costumbres de su sociedad, la cual padece una estructura en donde la mujer es considerada más cosa que persona. Su condición inferior está expresada en todos los niveles: corporeidad, religioso, familiar, legal (derechos), organización socio-económica-política, mujer de ciudad pequeña, etc.

María va experimentar un proceso de transición entre la mujer del Antiguo Testamento y la novedad que inaugura Jesús, su Hijo, en el Nuevo Testamento: situación igualitaria y humanizadora para mujeres y hombres. Pensar que María pasó entre estos dos testamentos sin un cambio profundo de visión, mentalidad, sería ingenuo y alienante. Ella no lo tenía todo claro, tiene que ir trabajando internamente una serie de elementos; en su adhesión al proyecto de Dios, ella se va haciendo, se realiza como mujer, madre, persona.

En el conjunto de los evangelios María aparece en relación al proyecto divino (como colaboradora), nunca como una figura volcada hacia sí misma. Su presencia simboliza el nuevo pueblo, la mujer Israel, que se convierte en morada de Dios. Ella, la mujer, madre del Hijo, nos hace accesible a un Dios hecho carne, que comparte nuestra condición y fragilidad, que está presente en cada uno de nosotros y en el prójimo. Su maternidad no es una realidad impuesta, pues participa libremente de esa decisión; María es símbolo de la que escucha y pone en práctica la voluntad de Dios (Mc 3, 31-35); es peregrina en la fe, hay una palabra que, procesualmente, va trabajando; hay una dimensión sapiencial de espera, respeto al misterio (“conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”: Lc 2, 51); se inscribe en la línea del discipulado, y Juan la hace aparecer como madre de todos los discípulos (Jn 19, 25-27).

Luis Alfonso González Valencia, SJ - ITESO

El que acepta mis mandamientos

Ya es el sexto domingo de pascua. Todo indica despedida, en el pensamiento y la palabra del Señor. Dejará a sus apóstoles, y dejará en ellos todo el peso de un reino distinto a todos los demás reinos, fundados en el poder temporal, en la fuerza de los armamentos y en la eficacia y el número de los ejércitos.

Este reino espiritual ha nacido del amor, ha brotado del pecho de Cristo abierto por la lanza; y el caminar en el tiempo con la mirada hacia lo eterno, con los pies en la tierra, en lo visible, pero con proyección a lo invisible, quedará en los frágiles hombros de los doce primeros seguidores del Señor. Como ya no lo verán en lo futuro, vivirán de fe. En esta despedida íntima, cálida a sus apóstoles, el Maestro deja las últimas enseñanzas y la consigna para la buena marcha del reino -pueblo en marcha-, desde entonces y en siglos y más siglos.

Aceptar sus mandatos es aceptarlo a Él, porque la fe es la aceptación a la persona de Cristo, y si se cree en Él, se aceptan sus mandamientos y los cumple.

Porque no es solamente la aceptación teórica de una doctrina, sino el compromiso de vivir conforme a ese mensaje de salvación; entonces la justificación viene no sólo de la fe, sino de la fe acompañada de las obras, las que inspira la fe y brotan de la caridad. La fe sin obras -mucho se ha dicho y escrito sobre el tema-, es fe muerta.

La libre iniciativa de Dios exige la respuesta libre del hombre; por lo mismo, no es solamente la fe, sino la respuesta con obras de justificación inspiradas por la caridad.

“El que acepta mis mandamientos y los cumple, ese me ama”. (Juan 14,20). El cristianismo es Cristo mismo, que por amor se entregó a la muerte, por todos: por los justos y los pecadores; y seguirlo tiene los tres momentos en la gradación de aceptar con la mente el mensaje, cumplirlo con la voluntad hecha acción en obras, y entonces sí será una respuesta verdadera y efectiva; entonces sí será cierto el amor a Cristo, en correspon dencia porque Él amó primero.

José Rosario Ramírez M.

Otro consolador

(Jn. 14, 15-21)

La palabra consolador, en griego parakletos, guarda un significado muy profundo: abogado. Me parece que cuando alguna persona debe dar respuesta ante una corte lo primero que busca es hacerse de los servicios de un excelente abogado que conozca perfectamente las leyes y los códigos legales, ya que uno no conoce a la perfección todo eso. Uno desea una defensa sabia y contundente, que el abogado se haga amigo y esté al lado de uno, siento que eso es la que más deseamos si nos encontráramos en una situación de esas. Parakletos significa entonces: aquel al que puedo llamar para que esté a mi lado. Y sus tres características son: es fuerte, sabe mucho, y es amigo mío. Esto es lo que realmente uno desea tener en momentos de necesidad, un parakletos. 

Descubrimos en la persona de Jesús al primer paráclito. Si echamos un vistazo a los evangelios, nos damos cuenta de un Cristo fuerte, porque se enfrenta al poder del mal, hace frente a satanás y lo vence, no tiene miedo a los “matones” y las “mafias” de este mundo, incluyendo a Pilatos y Herodes.

Además, es sabio, su palabra está llena de verdad, de coherencia, y de luz. Sobre todo esto, es amigo, está a favor de los pequeños, de los pobres, acoge con ternura a los enfermos. Al maestro le sienta muy bien ésta definición de paráclito.

Con la muerte y ascensión de Jesús a los cielos, pareciera entonces imposible que podamos seguir gozando de los beneficios que nos ofrece ese paráclito. Es por eso que en el evangelio que escuchamos este día en la liturgia dominical, Cristo nos dice: yo rogaré al Padre y Él les enviará a otro paráclito. Éste abogado, consolador, paráclito, tendrá una característica muy especial: estará siempre con nosotros. Estamos hablando del Espíritu Santo.

El Espíritu de Dios, Aquel que levanto a Cristo de entre los muertos, ahora viene a nosotros para llenarnos de su Fortaleza, su Sabiduría, y se hace Amigo nuestro. Por esto, la liturgia, dentro de la Iglesia, nos va preparando ya a celebrar la Solemnidad de Pentecostés, para que no nos limitemos solo en recordar a Jesús como un gran personaje dentro de la historia de la humanidad, como se recuerda tal vez la grandeza de Gandhi, Confucio, Aristóteles, Albert Einstein, entre otros; sino que sepamos que su presencia es viva en el sacramento de la Eucaristía. Cuando comulgamos no recibimos a un cadáver, recibimos a Cristo vivo, resucitado, y que además nos da vida con la fuerza de ese paráclito, ese Espíritu de Dios que es fuerza maravillosa en nosotros y amigo íntimo que nos susurra los secretos de Dios.

El Espíritu Santo es Aquel que nos fortalece en los momentos de la prueba, en la toma de decisiones; es quien nos da de su Sabiduría para ser hombres rectos, llenos de gozo, fieles en la búsqueda de la verdad; y es el Amigo que nos convence, nos renueva interiormente para que creamos a la manera de Dios. Conscientes de esto, hagamos una verdadera preparación para celebrar ese acontecimiento amoroso, de parte de Dios, de enviarnos al Parakletos.

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