Viernes, 26 de Abril 2024

Llegó Jesús a Cafarnaúm y se puso a orar

El Hijo de Dios llegó a interpretar la letra donde está la sabiduría, a darle vida al escrito muerto, a presentar el espíritu de la ley

Por: El Informador

La autoridad de Jesús no radicaba en su posición social o institucional, sino en su manera de hablar que es potente y eficaz. ESPECIAL

La autoridad de Jesús no radicaba en su posición social o institucional, sino en su manera de hablar que es potente y eficaz. ESPECIAL

• Cuarto domingo ordinario
• Dinámica pastoral UNIVA

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Deuteronomio 18, 15-20

“El Señor Dios hará surgir en medio de ustedes, entre sus hermanos, un profeta”.

SEGUNDA LECTURA
Primera carta de san Pablo a los corintios 7, 32-35

“Hermanos: Yo quisiera que ustedes vivieran sin preocupaciones”.

EVANGELIO
San Marcos 1, 21-28

“¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta? Este hombre tiene autoridad para mandar hasta a los espíritus inmundos y lo obedecen”.

Con San Marcos como guía, este domingo el escenario es la sinagoga de Cafarnaúm, a donde han acudido muchos, devotos unos, curiosos otros.

Cafarnaúm es una ciudad importante a la orilla del noroeste del lago de Galilea. Jesús, el Hijo de Dios, ha querido iniciar allí la predicación del Reino y el llamamiento a sus primeros seguidores.

En la sinagoga empieza a enseñar. Es característica del Maestro ser el que enseña, y es él un Maestro incomparable, porque nadie como Él ha transmitido la verdadera sabiduría a los hombres; nadie lo puede igualar, nadie puede ensenar como Él, porque “enseñaba como quien tiene autoridad”.

Tal vez aquellos israelitas ya estaban cansados de oír siempre lo mismo, en monótona repetición y sin alegría, sin fervor, y ahora escuchan un mensaje nuevo; nunca antes había llegado a sus oídos, a sus mentes, esa enseñanza plena de amor, de vida, verdadera luz para todos, “no como los escribas”, Cuando acusaron a Cristo de ser destructor de la ley, les contestó que no había venido a quitar ni una coma, ni un ápice, sino a darle plenitud a la ley. Los escribas, cuyo oficio era escribir, transcribir los libros sagrados, estaban siempre atentos a no omitir ni una palabra, ni una sola letra, y en el oficio se habían endurecido hasta darle culto a la letra. En contraposición, el Hijo de Dios llegó a interpretar la letra donde está la sabiduría, a darle vida a la letra muerta, a presentar el espíritu de la ley.

Los verdaderos profetas, inspirados por el Espíritu de Dios, han sido enviados a transmitir a la comunidad el mensaje de Dios. “Muchos hubo en el Antiguo Testamento. “Muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres, por ministerio de los profetas; últimamente nos habló por su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por quien también hizo el universo” (Hebreos 1, 1).

En momento solemne, allí entre aquella multitud, Cristo se manifiesta como el gran profeta, el único profeta para los siglos futuros, porque de Él y sólo de Él –Palabra del Padre, que se hizo Hombre y entró en la historia de la humanidad– ha de llegar toda revelación, toda doctrina, todo mensaje de Dios.

Es de Cristo, y la doctrina expuesta por Él, quienes por el bautismo participan en la misión profética de llevar la Buena Nueva a todos los hombres.

Falsos profetas siempre los habido, y los hay, en este siglo XXI. Hacen ruido; anuncian hechos milagrosos y curaciones; se dicen capaces de leer el futuro de los hombres, de anunciar acontecimientos venideros y de solucionar con el poder de la palabra los problemas, los dolores y las angustias de quienes a ellos acuden.

¿Con el poder de quién hacen esas maravillas? Si en realidad fueran poseedores de un carisma, que es un don de Dios, ese regalo divino se debe ejercer para bien de la comunidad, con humildad, con fe profunda y auténtica y nunca para bien propio.

Pero se arrogan la prerrogativa de enseñar, y no es extraño que en lugar de conducir al bien, a la verdad, al amor, fomentan las pasiones humanas, llevan al odio, al rencor y a la venganza.

Siempre, también ha habido los ingenuos, los ilusos que solución a sus problemas con el auxilio de esos falsos y hábiles profetas, y con palabras y signos son atrapados. La ignorancia religiosa es la principal causa que los conduce a buscar esos remedios.

En la vida pública del Señor, las multitudes abren sus oídos a las enseñanzas del Maestro, y abren sus ojos ante los prodigios con que confirma la veracidad y la bondad de su mensaje. La palabra va siempre acompañada de hechos milagrosos. Cuando los discípulos de Emaús caminaban tristes a su aldea, comentando como terrible tragedia la crucifixión del Señor, y Él mismo, resucitado, los acompañaba, ellos le dijeron que era “un profeta poderoso en hechos y en palabras”.

José Rosario Ramírez M.

Tiene autoridad

Jesús genera estupor en sus oyentes y los lleva a preguntarse ¿quién es éste? ¿De dónde le viene esa autoridad?

Los que se encontraban con Jesús quedaron asombrados, porque enseñaba con autoridad. Su autoridad no radicaba en su posición social o institucional, sino en su manera de hablar que es potente y eficaz, logra hacerse escuchar, porque tiene una palabra que decir, una palabra que asombra, toca a quien le escucha.

Su autoridad radica en que tiene una palabra que decir, no pretende hacerse escuchar porque tiene algún puesto o rol social, él se ha ganado la autoridad porque logra hacerse escuchar, porque asombra y toca a los oyentes con su palabra, lo escuchan y se ponen en movimiento, les convence con sus palabras y sus obras.

La palabra que Dios pone en labios del profeta o la que Dios mismo pronuncia en su segunda persona, Jesús, no es una palabra ya lista para el uso, sólo para transmitirla mecánicamente. No es sólo un verbo sonoro, sino pan, alimento que mueve a la acción.

La palabra de Jesús logra el estupor, porque se abre camino en los oyentes, porque busca lo nuevo y como decía el padre Taléc: “La vocación del profeta se acredita cuando un individuo se olvida de sí mismo para dejar hablar el amor provocado por la humildad”. O como también reza la regla no escrita de la misión del profeta: “Si no dices cosas que desagraden a alguno, no puedes afirmar que has dicho la verdad”.

El estupor y autoridad de Jesús, radica en su persona, por lo que dice y hace, lo que hace testimonia lo que dice y lo que dice se entiende con lo que hace. Su palabra es viva y eficaz y tiene sus prioridades claras, el anuncio del Reino, en cumplimiento de la voluntad del padre, la restitución de la dignidad de la persona, por eso sana y libera, y el mandamiento del amor como único camino de salvación.

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