Jueves, 18 de Abril 2024

La salvación del hombre debe hacerse por el hombre

En este decimoquinto domingo ordinario del año, San Marcos presenta el momento trascendente en que Cristo, con una visión eterna, inicia la acción misionera de la Iglesia

Por: El Informador

Aunque breve, la acción evangélica de Jesús también fue suficiente: la redención de todos los humanos. ESPECIAL

Aunque breve, la acción evangélica de Jesús también fue suficiente: la redención de todos los humanos. ESPECIAL

• Decimoquinto domingo ordinario
• Dinámica pastoral UNIVA

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Amós 7, 12-15

“Yo no soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: ‘Ve y profetiza a mi pueblo, Israel’”.

SEGUNDA LECTURA
San Pablo a los efesios 1, 3-14

“Éste es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegara la plenitud de los tiempos: hacer que todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, tuvieran a Cristo por cabeza”.

EVANGELIO
San Marcos 6, 7-13

“Llamó Jesús a los Doce, los envió de dos en dos y les dio poder sobre los espíritus inmundos… Los discípulos se fueron a predicar la conversión”.

Breve, una ráfaga de amor y luz, fue la vida pública de Jesús el Hijo de Dios: apenas tres años, que nada son en relación con la historia del hombre, de los hombres todos, en sus distintas épocas y edades.

Y aunque breve, su acción también fue suficiente: la redención de todos los humanos; la luz de su palabra, que sigue iluminando y cada día abre los ojos a muchos ciegos; la fundación del Reino: la Iglesia, sacramento de salvación; la institución de los sacramentos, siete fuentes de vida y santidad; y para perpetuar su presencia, su obra, su amor, su perdón, los hombres que eligió, purificó y envió en su nombre a predicar y bautizar.

Predicar la buena nueva, anunciar a Cristo vencedor de la muerte, y en su representación bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, ha sido el oficio de quienes han recibido la gracia de ser llamados a estrechar amistad con Cristo por la fe y el amor, y luego ser enviados a distribuir el pan de la palabra y la gracia de los sacramentos.

Jesús envió a los 12, y los envió de dos en dos. En este decimoquinto domingo ordinario del año, el evangelista San Marcos presenta el momento trascendente en que Cristo, con una visión eterna, inicia la acción misionera de la Iglesia con la doble gestión de llamar primero y enviar luego a los llamados a los pueblos, a las multitudes, ya no con Él, sino en vez de Él. Ellos hablarán en nombre de quien los envía, como los enseñó el mismo Cristo, que vino, no a hacer su voluntad, sino la voluntad de su Padre celestial.

Esta primera salida tiene algunas notas que la caracterizan, y es algo parecido al primer vuelo de las aves pequeñas, que dejan el nido ante la mirada solícita y amorosa de las aves progenitoras.

Cristo los envía y espera el retorno cargado de experiencias gratas e ingratas, pero unas y otras enriquecedoras.

Quiere discípulos sencillos como las palomas y prudentes como las serpientes; pero como la virtud de la prudencia se adquiere, les da el maestro las primeras normas:

No lleven más que bastón; no lleven pan, ni alforja, ni dinero. Sello característico de la misión es la pobreza. La Iglesia tiene la misión de servicio, y el ideal del Evangelio es servir con generosidad, con amor y hasta el extremo de un renunciamiento total. Los 12 se desprendieron de todo para seguir a Jesús, y el que dijo “déjame primero ir a enterrar a mi padre”, o el que mostró tristeza cuando el Señor le pidió que antes diera sus bienes a los pobres, no fueron dignos de ser elegidos.

El testigo de Cristo ha de dar testimonio de que sigue a Cristo siendo pobre, para la credibilidad de su mensaje. Pobre, humilde, se manifestó Pablo ante los judíos. El testigo debe tener presente en su mensaje a Jesús crucificado, que en la máxima pobreza y el mayor desamparo representaba la fuerza, la sabiduría y la salvación.

Para ser un auténtico apóstol, para ser eficaz en la misión, primero se debe ser libre, sin las ataduras del poder, del dinero de los honores, de los placeres. Esa es la verdadera pobreza, más que carecer de pan, de alforja y de dos túnicas.

Pero, el creyente verdadero ha de inspirarse en una fe capaz de trasladar montañas; un amor a Cristo generoso hasta el sacrificio, y aún padecer persecuciones y luego tener humildad, porque es un enviado y el mensaje no es suyo. No se predicará a sí mismo, sino con la sencillez de quien está consciente de sus propias bienaventurados, quienes un día han sido, son Y serán enviados en el nombre del Señor.

José Rosario Ramírez M.

Un Dios que se ha dejado conocer

El texto de la segunda lectura de san Pablo a los efesios no se reserva nada, ya que en palabras del mismo Pablo nos dice una gran verdad que nos ha de llenar de alegría, cuando expresa: “El Padre nos ha dado todo en su querido Hijo”. Este Dios y padre que no se reservó para sí a su propio Hijo, no nos privará de nada que sea para beneficio de nuestra salvación.

Esta donación del Hijo nos hace comprender todo lo que Dios ha hecho y sigue haciendo por cada uno de nosotros, y en medio de esta donación del Padre, es que surge nuestra condición de enviados, así como el Hijo fue enviado a cumplir la voluntad del Padre, de igual manera somos enviados para vivir el cumplimiento de la misma voluntad de Dios, en nuestra obediencia.

Somos portadores no de amenazas, señalamientos, castigos, sino de bendiciones transmitidas desde el Padre, como lo expresa san Pablo: “Éste es el plan que Dios había proyectado realizar por Cristo, cuando llegara la plenitud de los tiempos: hacer que todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, tuvieran a Cristo por cabeza”.

La libertad como un excelso don de Dios, jamás comprendido en toda su dimensión y compromiso, ni aun bajo la reflexión de infinidad de autores que han tocado el tema, nos llevará a la plenitud de lo que recibimos de Dios, la libertad que se nos ofrece no es un apego ciego sino un conocimiento pleno que nos lleva a vivir de una manera determinada. Ante las evidencias del amor de Dios, no hay sino respuestas de vida.

El profeta Amós ante este designio de libertad don de Dios reconoce y dice: “Yo no soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo”. La invitación de Dios al profeta es un llamado, que exige una respuesta que sólo se puede dar en la medida que se es consciente de quien llama y las capacidades que da de respuesta, la llamada tiene sentido porque dignifica la libertad, y ante la grandeza de quien llama y el llamado, el profeta no se ve obligado a hacer determinada cosa, sino que se sabe reconocido, elegido, respetado, y en libertad responde porque se ha puesto en él toda la confianza, se le ha dado la libertad, para decirle a Dios: Sí.

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