Viernes, 29 de Marzo 2024

La ley del amor

El verdadero amor es un don divino, que viene del cielo y eleva hasta el cielo, e inspira las más grandes obras

Por: El Informador

Amar a Dios equivale a decidirse por Él con la totalidad del ser, sin reservas. ESPECIAL

Amar a Dios equivale a decidirse por Él con la totalidad del ser, sin reservas. ESPECIAL

• XXX domingo del tiempo ordinario
• Dinámica Pastoral UNIVA

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Éxodo 22, 20-26:

“No hagas sufrir ni oprimas… cuando él clame a mí, yo lo escucharé, porque soy misericordioso”.

SEGUNDA LECTURA
Primera carta de san Pablo a los tesalonicenses 1, 5-10:

“En medio de muchas tribulaciones y con la alegría que da el Espíritu Santo, han aceptado la palabra de Dios”.

EVANGELIO
San Mateo 22, 34-40:

“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”.

Una palabra es tanto más delicada y muy peligrosa, cuanto es más bella. La importancia de la palabra es incalculable, porque una misma palabra puede ser veneno o antídoto, muerte o vida: puede dar la vida o causar la muerte. Amor es una palabra bella, fecunda, y por lo mismo se le ha de respetar; se le ha de honrar; se ha de cuidar de no abusar de ella, de no adulterarla; de darle el sentido profundo, el significado objetivo, el valor que encierra en dos sonidos apenas, dos sílabas en cuatro letras.

Muchos libros encierran en sus páginas tesoros de arte, de historia, de sabiduría humana, inspirados en esa sola palabra. Así como el oro -uno de los más preciados metales- padece falsificaciones y soporta imitaciones, así la palabra amor está sujeta a expresar conceptos muchas veces muy distantes del verdadero, profundo que en sí encierra. A muchas falsedades se les ha llamado amor. Caprichos y pasiones humanas se han cubierto con la capa de esa palabra, para ocultar sus miserias, y se han llamado, falsamente, amor.

El verdadero amor es un don divino, que viene del cielo y eleva hasta el cielo, e inspira las más grandes obras. El verdadero amor es el más libre movimiento nacido de un ser inteligente y libre, como es el hombre. Para esto Dios creó libre el hombre, para esperar de él una respuesta amorosa; que libremente le busque, libremente le ame, libremente le sirva. Nadie ha entendido un amor a la fuerza; si se le obligara a alguien a amar ya no sería amor.

Y si se le compara al oro, -el verdadero amor, el de altos quilates- es diligente, sincero, piadoso, fiel, deleitable, fuerte, sufrido, prudente, magnánimo. No se busca a sí mismo, todo lo olvida; es humilde, es recto, no se alegra con el mal, se alegra con el bien, es confiado y espera siempre. Así lo descubrió San Pablo, el recién convertido, cuando encontró la suma dicha: el amor.

En este trigésimo domingo ordinario del año, el evangelista San Mateo presenta una escena, tal vez en el atrio del templo de Jerusalén, con un fariseo, doctor de la ley, que le tiende una insidiosa pregunta al Señor Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?”. Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primero de los mandamientos. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se funda toda la ley de los profetas”.

La pregunta del doctor de la ley puede también considerarse como una cuestión típicamente rabínica, ante las minuciosas exigencias de los 613 preceptos de la ley judía. La respuesta del Señor es un sapientísimo resumen del decálogo, porque quien vive el amor cumple los diez mandamientos, y desde luego los 613 preceptos judíos.

La respuesta es el espíritu de la ley. El Señor no vino a destruir la ley -como lo acusaban los fariseos- porque sus discípulos no se lavaban las manos antes de comer, o porque arrancaron más espigas al pasar por un trigal y se llevaron los granos a la boca, y era motivo de escándalo. Por eso el Maestro les reprocha a los fariseos el ser fieles en pagar el diezmo hasta de la hierbabuena y la ruda, pero extorsionar a los extranjeros, a los huérfanos y a las viudas. El espíritu de la ley es el amor; un solo amor que impregne el pensamiento, el deseo y la acción del cristiano.

Los fariseos, aunque no lo predicaban, tenían un código cuádruple que ponían en la práctica: para el débil, la eliminación; para el inferior, la esclavitud; para el extranjero el odio; para el adversario, el exterminio. Por eso odiaban a los samaritanos, y en su trato con los demás era de saberse aprovechar de ellos hasta donde fuera posible.

Los que en la religión ven sólo un catálogo de fórmulas represivas, de odiosas prohibiciones, no han entendido que el cristianismo es el mismo Cristo, su persona, y Él es sólo amor. Cristo les dice que Ama a tu amigo y odia a tu enemigo” -según los antiguos-, eso ya no cuenta, porque ahora les dice: “Amad a vuestros enemigos y orad por los que os aborrecen y persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre Celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos”.

San Agustín escribió: “El amor es lo único que distingue a los hijos de Dios, de los del diablo".

José Rosario Ramírez M.

¿Qué es amar a Dios?

La respuesta de Jesús al escriba con la cita del libro del Éxodo nos ayuda a aclarar qué conlleva amar a Dios, una actitud que no puede entenderse como el mero sentimiento con el que una persona ama a otra para hacerle el bien.

En el Antiguo Testamento, “amar a Dios” es escucharlo, es confiar en su palabra prometedora, es condicionar la vida a la Palabra. Amar a Dios equivale a decidirse por Dios con la totalidad del ser, sin reservas. La actualidad de la respuesta de Jesús a la cuestión propuesta por el escriba sobre el precepto más importante de la Ley ilustra aspectos de hoy día. Por ejemplo, numerosos bautizados vacilan y se preguntan qué hacer en situaciones particulares, y todo porque no han decidido en realidad qué es lo más urgente o conveniente en la vida.

Sólo Dios es la causa por la cual vale la pena invertir todos los recursos vitales, la única en la que tiene sentido gastar la existencia.

La verdad del primer mandamiento depende de cómo se viva el segundo, el amor al prójimo. ¿Y qué es amar al prójimo según la perspectiva de Jesús? Jesús introduce una novedad en el concepto de prójimo que supera toda barrera: no es sólo el amigo o el consanguíneo, sino también el extraño o extranjero, e incluso el enemigo. El prójimo no viene determinado ni definido por un listado de principios generales, sino por el amor concreto que descubre al otro y lo que puede hacer por él. Jesús nos enseña la realización perfecta de este amor concreto con su profunda compasión por cualquier persona necesitada, sana o enferma.

En Jesús descubrimos el modelo supremo para hacernos próximos, el ejemplo donde inspirarnos en las situaciones de proximidad. Podemos enumerarlas bajo una triple tipología: el amor al prójimo como atención solícita ante las necesidades del otro, como perdón y reconciliación con el enemigo, y como servicio al amigo o al hermano.

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