Viernes, 19 de Abril 2024

La falacia de los técnicos

En democracia, las decisiones públicas no deben ser siempre reservadas al criterio de los especialistas

Por: Enrique Toussaint

La falacia de los técnicos

La falacia de los técnicos

Se repite como mantra ante cualquier discusión: eso le toca a los técnicos, ¡alejen la política! No importa de qué estemos hablando. Educación, infraestructura, energía, justicia, política exterior o los salarios. Es como si en el imaginario social, la tecnocracia haya logrado su cometido de señalar a la política y a los políticos como espurios. Intervencionistas que descomponen todo. Frente a la suciedad de la política, nos venden “la virtud” de la técnica. Dejemos la decisión a los expertos, esos hombres y mujeres de batas blancas que pueden tomar frías y despolitizadas decisiones. Imagínese usted a científicos en un laboratorio, sólo que en vez de jugar con sustancias químicas lo hacen con nuestras vidas y nuestro futuro como sociedad.

La deificación de la técnica es también una repulsión por todo aquello que se desvíe de dicho de camino. La técnica y el gobierno de los expertos duda del pueblo. Lo cree ingenuo, pasional y limitado. Nunca podrá tomar una decisión adecuada y correcta; ahí tenemos el Brexit, la elección de Trump, el plebiscito en Colombia o cualquier ejemplo que encaje con la presunción de que el pueblo se equivoca. Por ello, no hay que consultar nada. Mejor ni moverle. ¿Qué puede saber el pueblo de asuntos tan complejos? ¿Por qué deben opinar de problemáticas que sólo competen a los especialistas?

Las consultas propuestas por Andrés Manuel López Obrador han reavivado ese debate. Nos hemos puesto a discutir cuáles deben ser los alcances de los plebiscitos, los referéndums y cualquier mecanismo de democracia directa. Detrás de esta polémica se esconden tres dimensiones que, en muchas ocasiones, son poco exploradas: quién toma las decisiones detrás del disfraz de científico de laboratorio; qué tipo de democracia y ciudadanía queremos; y la visión paternalista del Estado y la élite como las únicas voces autorizadas para resolver problemas complejos en México. Examinamos cada una.

Los técnicos no son personajes desprovistos de ideología. Todo lo que se discute en la política y en la sociedad tiene raíces ideológicas. Las instituciones, muchas universidades, despachos estratégicos u organizaciones internacionales, son entes con intereses y con una visión ideológica de cómo se deben resolver los principales problemas que nos afectan. Los proyectos sociales tienen múltiples dimensiones de análisis y las ventajas o desventajas de un proyecto o una reforma tienen mucho que ver con su adscripción ideológica y la legitimidad social de ciertas ideas. Por eso, hay interpretaciones que pasan de moda, otras que vuelven y soluciones que parecían ser la panacea, pero no lo son. ¿Alguien de verdad puede decir que sólo hay un modelo educativo que puede prosperar? ¿O que hay una sola fórmula, probada en la práctica, para impulsar el sector energético del país? Son todas disputas ideológicas, pero bajo la etiqueta del “técnico” se busca soslayar su peso.

En muchas ocasiones, el disfraz de la técnica y el expertise lo que busca es invisibilizar cualquier otra opción. Considerar que lo único posible y factible es lo que los “técnicos” señalan, todo lo demás es especulación y ocurrencias. La instauración de la tiranía del pensamiento único. Nos ha pasado con el debate de las presas cuando se enuncian las alternativas para dotar de agua a una comunidad o los supuestos modelos científicos para combatir la violencia. Lo que han demostrado es que era una imposición ideológica o de negocios que después, al paso del tiempo, demostró que era una alternativa, pero nunca la única.

En segundo lugar, hay quien insiste en contraponer dos modelos de democracia: la representativa y la directa. Esta disputa lo que busca es imponer una pureza democrática que no favorece ni al ciudadano ni a los gobiernos. Los modelos democráticos más exitosos -los escandinavos, Suiza- empujan sistemas en donde coexiste la representación con los mecanismos de participación. Digamos, una democracia mestiza, que se apalanca en la representación, pero que no ignora la relevancia de someter a consulta popular ciertas decisiones. En algunos países se hace a través de la ratificación de medidas tomadas por los parlamentos, casi siempre de corte constitucional, y en otros se hace a través de plebiscitos, pero las decisiones importantes se toman alternando representación y participación ciudadana. La democracia mexicana necesita una inyección de representatividad y los mecanismos de participación ciudadana son fórmulas idóneas para ello.

Detrás de la supuesta exclusividad de la democracia representativa está, también, la apuesta por la ciudadanía kleenex. Tal cual, como servilleta que se usa en una ocasión y luego se deshecha, existe la idea de que los derechos políticos deben reducirse al voto. Ciudadano: a votar y a la casa. Una concepción que no se cumple ni en Estados Unidos, ni en Reino Unido, ni en Francia, ni en América Latina. Las consultas son piedras angulares de la democracia.

Por último, detrás de muchos argumentos que niegan la posibilidad de consultar a la ciudadanía, pervive una visión paternalista del pueblo y la necesidad de que los especialistas sean los tutores de la ciudadanía para decidir sobre temas complejos. ¿Qué sabe el ciudadano del petróleo? ¿Qué puede opinar sobre los precios de la gasolina? ¿Cómo puede ser que se vaya a preguntar por la ubicación de un aeropuerto? ¿En qué cabeza cabe que la ciudadanía se exprese por el incremento del salario mínimo o por la idoneidad de determinadas obras? ¿Qué va a saber un ciudadano común y corriente de telecomunicaciones, educación o derechos humanos? Existe una cultura política en México que identifica al elector común como un ignorante, presa de pasiones y menor de edad que no entiende las consecuencias de sus decisiones. Esta visión elitista de la democracia presupone que las definiciones nacionales no las debe tomar el ciudadano, sino una aristocracia de iluminados que realmente entiende hacia dónde debe ir el país.

Más allá del análisis de cada caso concreto, es una tragedia que en México nada se pueda consultar. En 2015, la Suprema Corte de Justicia de la Nación ilegalizó tres consultas por considerarlas inconstitucionales. La posibilidad de incluir mecanismos de participación ciudadana ha venido de los municipios y los estados, frente a una cerrazón total de la Federación. Los países más democráticos del mundo alternan representación con mecanismos de democracia directa y eso ha robustecido la pluralidad y la participación de los ciudadanos que supera el 70-80% de los padrones. No estigmaticemos las consultas, porque detrás se esconden razones y argumentos que son profundamente autoritarios.

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