Viernes, 19 de Abril 2024
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El hombre es invitado a la salvación

El rey es Dios y llama a los pecadores, a los publicanos, a los paganos; quiere verlos a todos sentados a su mesa

Por: El Informador

La fiesta se abrió para todos, los excluidos fueron recibidos y tuvieron el lugar de honor, y esta dinámica no debe interrumpirse. EFE

La fiesta se abrió para todos, los excluidos fueron recibidos y tuvieron el lugar de honor, y esta dinámica no debe interrumpirse. EFE

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Isaías 25, 6-10:

“El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros y borrará de toda la tierra la afrenta de su pueblo”.

SEGUNDA LECTURA
San Pablo a los filipenses 4, 12-14. 19-20:

“Todo lo puedo unido a aquel que me da fuerza”.

EVANGELIO
San Mateo 22, 1-10:

“Salgan a los cruces de los caminos y conviden al banquete de bodas a todos los que se encuentren”.

En el santo evangelio de este domingo, el pensamiento profundo es el misterio de la salvación. Dios quiere que todos los hombres se salven y a todos les concede todos los medios, todas las gracias, para que alcancen el fin último para el que fueron creados.

Pero el hombre, dotado de inteligencia y de voluntad, así como lleva su vida por donde él quiere, en lo visible, en los intereses del tiempo y de las cosas materiales, también es libre en lo invisible y eterno, en su salvación.

Cristo, el divino Maestro, presenta este trascendental tema —el principal en la vida de todos y de cada uno— en una parábola, una más de las expuestas en la última semana de su vida pública, en un escenario solemne como es el templo de Jerusalén.

Jesús emplea un lenguaje alegórico, una parábola, para con la alegoría de una fiesta ponderar la voluntad de Dios, que amorosamente invita a todos —o sea, hace un llamamiento universal— a la salvación. Quiere que todos vayan a la boda de su hijo.

Jesús muestra que la pertenencia del Reino de los Cielos depende no sólo de la invitación de Dios, sino también de la respuesta de los invitados.

El rey es Dios y llama a los pecadores, a los publicanos, a los paganos; quiere verlos a todos sentados a su mesa. Es una actitud constante que va en todo tiempo, aunque las circunstancias sean distintas según los tiempos.

En el pasado julio de 2008 — cuando todos los ojos estaban puestos en China, en los atletas—, qué oportuno hubiera sido un comercial en la televisión con esta pregunta:

“¿Quieres salvarte? Porque pronto, cosa de meses o años, ciertamente vas a morir. Si quieres salvarte, ven a un banquete, ven a la boda de mi hijo. Busca a Cristo; Él es el camino de la salvación; Él es la única verdad en este mundo agitado, precipitado y colmado de mentiras; Él es el único que te puede dar la vida eterna, después de esta vida terrena con su límite y sus carencias. Ven, porque de mil maneras te llama cuando tienes el corazón rebosante de alegría”.

El hombre es invitado a la salvación. La respuesta del hombre tiene suma importancia. Sin embargo, entra un factor grave en la historia de la humanidad entera y en la historia particular de cada hombre: la libertad.

Los ateos entienden la libertad como un hecho psicológico: “hago lo que quiero porque quiero hacerlo”. Los cristianos saben que la libertad es un maravilloso regalo de Dios, para que el hombre libremente busque a Dios, libremente le ame y libremente le sirva.

No existe el amor a la fuerza. La vida del cristiano es para llenarla de amor a Dios y al prójimo, y si allí no está la libertad, allí no está el amor. Dios, al crear al hombre, se corrió el riesgo de crearlo libre para darle la oportunidad. Sólo es digno de premio quien hace méritos para ser galardonado, y el premio es la recompensa de un esfuerzo libre y amoroso.

Ser libre no es hacer lo que a cada individuo se le antoje. La diferencia entre libertad y libertinaje, está en el fin con que se hace cualquier acción.

Un santo entiende así la libertad: Soy libre cuando mi única ley es el amor. Soy libre cuando sólo la verdad inspira mis obras. Soy libre cuando en todo y con todo hago aquello que agrada a Dios. Libre se sentía san Pablo, encadenado y reducido a una celda donde, en Roma, lo encerraron los enemigos del Evangelio. Pero por dentro. Pablo llevaba la libertad.

Muchos que se tienen a sí mismos por libres porque van y vuelven a su antojo, en verdad no son libres, cuando los encadena la lujuria o la codicia; cuando la soberbia de tal manera los ciega, que sólo piensan y actúan a través de la imagen desfigurada que les da su pasión; a veces hay esclavos de la moda, de la sociedad, pues sirven a esos caprichos.

El hombre es verdaderamente libre cuando vive el espíritu de Cristo en apertura, en generosidad, en entrega al verdadero amor y no al egoísmo de buscarse todo a sí mismo.

José Rosario Ramírez M.

La fiesta de los excluidos

Todos estaba listo, dispuesto, las invitaciones habían sido entregadas y la fiesta esperaba a los convidados a tan gran banquete, pero… no solo no asistieron, justificaron pobremente su indiferencia, rechazando al mismo rey, que los esperaba para compartir con ellos el banquete.

Esta pareciera la fiesta de los absurdos, fueron invitados, previamente habían dicho “sí”, se les recordó la invitación y ninguno de los elegidos quiere saber nada de participar en la boda. Algunos incluso maltratan y matan a los mensajeros.

Pareciera que el absurdo de esta parábola alcanza el absurdo, con esta actitud de los invitados, pero bien dice la filosofía popular, la realidad supera la ficción. En la historia de la Iglesia, también reciente, no todos los enviados han presentado el mensaje cristiano como una convocatoria a la fiesta. Algunos han sustituido la buena noticia –la boda- por un recordatorio de un funeral, ahondamos el mensaje más en el dolor y la pena que en el gozo del banquete al cual somos convidados.

Los de la parábola rechazaron una fiesta anteponiendo sus intereses poco válidos, hoy debiéramos preguntarnos si los muchos creyentes de “nombre” verdaderamente están rechazando la invitación al banquete del rey o el modo como los emisarios estamos distribuyendo las invitación y haciendo el recordatorio para tan gran fiesta.

La fiesta se abrió para todos, los excluidos fueron recibidos y tuvieron el lugar de honor, y esta dinámica no debe interrumpirse, los excluidos, que siguen siendo muchos, deben ser acogidos, no hacinados a las afueras del palacio, como quien mendiga las sobras de lo que puedan dejar los demás.

El banquete sigue siendo el mismo: las bodas del Cordero, el anfitrión el gran Rey, Dios, el palacio es la Iglesia, por lo mismo esta debe estar dispuesta, puertas abiertas para no solo recibir a todos, sino salir a su encuentro y disponerlos a participar, no corresponde a los emisarios seleccionar y ejercer como “cadeneros” quien sí y quien no puede participar: “Salgan a los cruces de los caminos y conviden al banquete de bodas a todos los que encuentre”.

Como Iglesia, lugar de encuentro, nos toca seguir saliendo, pero especialmente y con gran caridad no excluir, no juzgar, pretendiendo determinar quién si es bueno, quién si es digno, quién si debe o no participar, somos invitados no por ser parte de un status, sino porque el Rey es bueno y quiere hacernos partícipes de su banquete.

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