Martes, 23 de Abril 2024

Cristo es pan, Cristo es vida

Se debe comer y beber a Jesús para hacerse partícipe de la vida divina, porque Él es la salvación

Por: El Informador

En la eucaristía, pan de vida, se recibe la plenitud de la vida, la vida que sólo proviene de Dios. ESPECIAL

En la eucaristía, pan de vida, se recibe la plenitud de la vida, la vida que sólo proviene de Dios. ESPECIAL

  • Vigésimo domingo ordinario
  • Dinámica pastoral UNIVA

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Proverbios 9, 1-6

“Vengan a comer de mi pan y a beber del vino que he preparado. Dejen su ignorancia y vivirán; avancen por el camino de la prudencia”.

SEGUNDA LECTURA
San Pablo a los efesios 5, 15-20

“Den continuamente gracias a Dios Padre por todas las cosas, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo”.

EVANGELIO
San Juan 6, 51-58

“Jesús les dijo: ‘Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día’”.

Con éste son ya cuatro los domingos en que la liturgia católica nutre al pueblo cristiano con el capítulo sexto del Evangelio de San Juan. Son ahora dos versículos del 51 al 59, y en ellos la revelación del inefable misterio de amor: la Sagrada Eucaristía.

La preparación fue el milagro con el cual el Señor dio de comer a una multitud con sólo cinco panes y dos pescados. La misma multitud, con algo de curiosidad y algo de interés por volver a comer para nutrir su cuerpo, buscó y encontró a Jesús a los ocho días, al otro lado del lago, en Cafarnaúm. No se repitió el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Ahora encontrarían la promesa de otro pan mucho mejor, con una fuerza nutritiva superior: un pan para alimentar el alma, un pan que da vida, que da vida eterna.

El pan era el mismo Cristo. Así se presentó: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo”. Lo dijo no como una simple alegoría, sino una revelación que encierra el contenido real: Él es pan, pan para alimento, pan para ser comido.

Los judíos entienden la clara manifestación del mensaje, y si no lo aceptan es porque todo lo miden con criterio muy terreno, con categoría intromundana, porque ellos no tienen fe.

Jesús los ve desconcertados y no se retracta, no corrige, sino que amplía, insiste: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes”.

Se debe comer y beber a Cristo para hacerse partícipe de la vida divina, porque Jesús es la salvación, Él es camino, verdad y vida. Así, el comer su carne y beber su sangre será la manera de incorporarse a la vida de Dios, de hacerse partícipe de la vida divina. Y así ya no estará sometido a la muerte; pasará, como Cristo, de la muerte a la vida verdadera. Estas palabras antes nunca dichas, este mensaje tan alto, tan elevado, los deja confusos. Cristo ofrece su carne como comida y su sangre como bebida, porque sabe que los hombres, débiles y mortales, necesitan ese alimento. Muchas veces los hombres, con las contrariedades de la vida, acaban desalentados.

Santo Tomás de Aquino, uno de los grandes talentos de la humanidad, al Pan Eucarístico lo llamó “Cibus Victorium”, manjar de peregrinos.

El hombre ha llegado a ser dueño de casi todo el universo y, sin embargo, no ha podido encontrar la paz; no ha dado con la fuente de la verdadera alegría. Es dueño de los secretos de la ciencia; domina la técnica; ha multiplicado los medios para ser feliz, con máquinas y recursos, en un precipitado ir, a veces sin pensar ni a dónde, ni por qué, ni para qué.

No se puede recorrer este tiempo llamado vida, sin tener un sentido claro de la razón por la que se va; y es entonces el momento de encontrar a Cristo y de, en Él, por Él y con Él, tener el alimento del alma, porque el hombre es anuncio de muerte y el remedio lo da Cristo a la humanidad hambrienta de pan para el alma.

Ante aquella multitud incrédula, Cristo insiste: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna” El Cuerpo y la Sangre del Señor significan el alimento sustancial no para el sentido, sino para abrirse existencialmente a Dios, y así liberarse el hombre del encierro funesto, de ser esclavo de sí mismo, y al mismo tiempo abrirse hacia los demás.

La vida que Cristo vino a traer a la tierra no se alimenta con manjares materiales, pero necesita de un alimento para ser alimento del espíritu.

Por ser vida divina, sólo puede nutrirse con alimento divino. La vida del cuerpo, sin la vida del espíritu no tiene sentido, porque el hombre hecho, creado a imagen y semejanza de su Creador, es espiritual. No es solamente un cuerpo, es además alma inmortal y anhela la vida eterna. Ha de comer la carne y beber la sangre de Cristo, para tener vida eterna.

Sigue la multitud con expresión de asombro y hasta asoma ya la duda. Cristo insiste y repite el adjetivo verdadera: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.

Con esta repetida expresión, el Señor quiere, de una vez y para siempre, que se excluya cualquier otra interpretación meramente simbólica. Ha de quedar muy claro que Él se dará con su cuerpo como comida verdadera mente, y como bebida con su sangre verdaderamente. Más claro no se podía hablar.

José Rosario Ramírez M.

Un banquete para vencer la ignorancia

La vida eterna de la cual nos habla Jesús, como consecuencia de alimentarnos del pan vivo, no es sólo un premio que nos espera en el más allá, sino una realidad presente y ya poseída, porque claramente Jesús dice: “tiene vida eterna”, en el presente, claro, esto no limita, ni disminuye lo que el mismo texto también dice: “vivirá para siempre”.

En la eucaristía, pan de vida, se recibe la plenitud de la vida, la vida que sólo proviene de Dios, ya que es Dios mismo, la sabiduría de Dios, derrota la ignorancia, es la razón de vivir, ya que nos adentra en el gran misterio de Dios, sabiduría infinita, vida en plenitud en donde no tienen cabida ni razón de ser, la ignorancia e intransigencia.

“La sabiduría se ha edificado una casa, ha preparado un banquete, ha mezclado el vino y puesto la mesa”. Esta imagen bella y comprometedora del libro de los proverbios, nos recuerda que la sabiduría no es cuestión de un cúmulo de conocimientos, sino un don de Dios que se ofrece como alimento, que a nosotros corresponde degustar, y como todo alimento, este ha de generar sus frutos en nosotros, con lo que nos proporciona, esa es la sabiduría la plenitud de la vida, es en buena parte saber vivir.

La sabiduría es inteligencia y corazón al mismo tiempo, es armonía, equilibrio, relación con la vida. La ciencia, desenganchada de la sabiduría se condena a ser inconsciencia.

Es el banquete en lenguaje bíblico en lugar del encuentro, en donde se favorece el diálogo, y donde se dan lo mejores regalos, en un banquete se otorgaban las herencias, se bendecía al primogénito, se presentaban en matrimonio, se anunciaban los nacimientos… Y es de una manera especial, no en un banquete, sino en el Banquete, en donde se nos da la plenitud, Jesús como alimento en el banquete de la última cena. Se da en el banquete eucarístico la plenitud de la sabiduría.

No se trata sólo de un momento, de compartir y disfrutar los alimentos juntos, de intercambiar ideas, de tener una vida plena, es una permanencia, una configuración tal, de ser uno con el Todo: “permanece en mí y yo en él”, es la degustación de la eternidad, participes de lo que Dios es, Dios con nosotros y nosotros en Dios.

No se reduce a un recuerdo y aproximación a un compañero que nos conoce y visita, es una permanencia en donde pone su morada en cada uno de nosotros, porque no se puede permanecer en Dios, y Dios no puede permanecer en el hombre, si este no tiene vida, Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, él es el Dios de la vida que ha venido a vencer la ignorancia y la muerte.

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