Martes, 23 de Abril 2024

Caminarán los pueblos a tu luz

La solemnidad de la epifanía, o conocida popularmente como la fiesta de los Reyes Magos, es el cierre de este hermoso tiempo de Navidad

Por: El Informador

La presencia de los Reyes ante Cristo recién nacido, su actitud de adoración y su ofrenda de tesoros, son la manifestación de la redención universal. ESPECIAL

La presencia de los Reyes ante Cristo recién nacido, su actitud de adoración y su ofrenda de tesoros, son la manifestación de la redención universal. ESPECIAL

• Epifanía del Señor
• Dinámica pastoral UNIVA

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Isaías 60, 1-6

“Vendrán todos los de Sabá trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor”.

SEGUNDA LECTURA
San Pablo a los efesios 3, 2-3a. 5-6

“Por el Evangelio, también los paganos son coherederos de la misma herencia, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Jesucristo”.

EVANGELIO
San Mateo 2, 1-12

“¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo”.

El hombre es un ser limitado, mas como recibió el privilegio de ser pensante -horno sapiens-, tiene su pensamiento en continua acción: siempre piensa, cavila, discurre, escudriña, busca y todo lo quiere saber.

En su pequeñez, en compensación de sus carencias, de sus insuficiencias, se ha forjado imágenes de Dios, que no son sino el reflejo de las propias limitaciones y hechura subjetiva fruto de su imaginación siempre inquieta.

Muchas veces ha querido ver la realización de sus deseos en un ser superior: si es pobre, se imagina un dios rico; si sufre, quiere un dios invulnerable, impasible, insensible, inalterable; si está sujeto, esclavizado, anhela un dios libre, autónomo, solitario, suficiente.

Pero el Dios verdadero, Creador, Señor y Dueño de todo, lo visible y lo invisible, no es fruto de sus sueños y fantasías, sino que de mil maneras se ha manifestado a los hombres. Unos han llegado al conocimiento del Altísimo por el recto juicio, por el pensamiento, por la razón; y otros muchos porque Dios mismo se ha valido de signos diversos -esta es la revelación- para darse a conocer a los hombres.

“En estos días nos habló por su Hijo”. En las primeras líneas de la Carta a los Hebreos está este mensaje: “Muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres, por el ministerio de los profetas; últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo.

El misterio oculto desde siempre se manifestó con el nacimiento de Cristo, que transformó la esperanza en realidad. “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley” (Gal. 4 3,5).

Así, San Pablo, en su Carta a los Gálatas, pone de manifiesto que la plenitud de los tiempos y de la revelación, es la presencia de Dios hecho hombre -Emmanuel- en medio de los hombres.

“La gloria de Dios alborea sobre ti” Desde siglos antes Isaías contempló, con visión profética, esa “plenitud de los tiempos”. Vio y profetizó: “Caminarán los pueblos a tu luz y los reyes al resplandor de tu aurora; tus hijos llegarán de lejos, no sólo el pueblo de Israel; tu corazón se alegrará y se ensanchará, cuando se vuelquen sobre ti los tesoros del mar. Te inundará una multitud de camellos y dromedarios; vendrán trayendo incienso y oro”.

El evangelista San Mateo sólo menciona a “unos magos de Oriente”, hombres sabios, estudiosos observadores del firmamento y las estrellas; pero en su caminar la Iglesia les ha dado el título y la categoría de reyes, y hasta ha limitado el número a tres, con sus respectivos nombres.

La presencia de ellos ante Cristo recién nacido, su actitud de adoración y su ofrenda de tesoros, son la manifestación, ante estos afortunados gentiles -no judíos-, de la redención universal; del Salvador de todos los hombres, de todos los pueblos, de todas las razas.

Casi de incógnito llegó el Hijo de Dios a la tierra. No encontraron José y María lugar en la posada, y se refugiaron en un portal de ganados.

Los únicos, los primeros en mirar las maravillas de Dios, fueron unos pastores que, para calentarse un poco en esa noche fría, estaban en torno de unos leños encendidos. Ellos pudieron decir, como dijo el apóstol Juan: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos tocando al Verbo de Vida, porque la vida se ha manifestado... eso lo anunciamos a ustedes” (Juan 1,1-3) Debería ser visto primero por los del pueblo elegido, y allí estaban estos pastores israelitas, descendientes de Abraham, de Isaac, de Jacob. Mas el Salvador llegó para la salvación de todos, y su signo fue la estrella sobre Belén.

Como ellos, quienes de corazón busquen a Cristo, ante todo deben tener los ojos fijos en la estrella. Para el hombre de este siglo -y lo ha sido también para los de los pasados siglos-, la estrella es la fe. Con la luz de la fe se encuentra a Cristo. La fe les da fortaleza para ser firmes, constantes, perseverantes y fuertes en las pruebas.

José Rosario Ramírez M.

Obligado ponerse de rodillas

La solemnidad de la epifanía o conocida popularmente como la fiesta de los Reyes Magos es el cierre de este hermoso tiempo de Navidad, y tiene dos características que nos pueden ayudar a vivir de una mejor manera nuestra fe, partiendo del misterio de la encarnación de nuestro Señor Jesucristo.

Es ante todo la manifestación de Dios al mundo entero y también es una invitación al movimiento, dejar nuestras comodidades para ir al encuentro, Dios que se encarna para tomar nuestra condición de hombre y los magos que emprenden el viaje para encontrarse con el rey que ha nacido.

Es necesario salir de la comodidad del palacio, como lo hacen los magos y se confíen a la estrella, o sea, a la señal que Dios mismo ofrece para descubrir el nuevo lugar santo, donde él ha decidido salir al encuentro del hombre que lo busca.

El signo de la estrella, ha sido espectacular, la realidad, por el contrario, aparece modesta, ordinaria. Una casa cualquiera. Entraron a una casa, vieron a un niño con María su madre, José su esposo… y es todo lo que encuentran como resultado de tan gran signo.

Es mucho más fácil ver una estrella y quedar impresionados por su aparición, que ver un cuadro tan familiar y corriente, por decirlo de una manera. Pero esto es lo grandioso de la manifestación que en lo cotidiano, en lo ordinario se hizo presente, lo más extraordinario, por ello se postran y adoran esos magos venidos de oriente.

La estrella por majestuosa que sea, ya no tiene sentido. Toma el protagonismo ahora la fe, ya que es la que nos permite ver más allá de las apariencias. Sólo la fe consiente contemplar la gloria, la grandeza infinita que puede contenerse exclusivamente en la pequeñez. La pequeñez no es límite, sino transparencia de lo transcendente.

La epifanía, la manifestación del Señor, acontece en el contexto de una casa como tantas otras, donde una madre ofrece a la mirada, que se ha hecho penetrante por medio de la fe y de la maravilla, un niño como los demás, y sin embargo tan distinto, tanto que obliga a ponerse de rodillas.

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