Martes, 23 de Abril 2024

Amen

“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”

Por: El Informador

Lo que nos debe quedar claro, como discípulos de Cristo, es que no basta con saludar y amar a los amigos, pues eso lo hace cualquiera. También debes amar a tus enemigos. ESPECIAL

Lo que nos debe quedar claro, como discípulos de Cristo, es que no basta con saludar y amar a los amigos, pues eso lo hace cualquiera. También debes amar a tus enemigos. ESPECIAL

PRIMERA LECTURA: Lev. 19, 1-2. 17-18. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
EVANGELIO: Mt. 5, 38-48. “Amen a sus enemigos”.
SEGUNDA LECTURA: 1 Cor. 3, 16-23. “Todo es de ustedes, ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios”.

Amen

Siguiendo la narración evangélica del sermón de la montaña, relato que hemos venido leyendo desde hace ya cuatro domingos, nos encontramos con las dos últimas perfecciones que Jesús realiza a la ley. Lo que Jesús busca en sus discípulos es que obren por amor y no por criterios humanos, inspirados algunos de ellos en deseos de venganza.

La primera de estas dos últimas perfecciones hechas por Jesús a la ley, dada por Moisés, tiene que ver con la ley del talión: “ojo por ojo, diente por diente”. Cierto es que, en su momento, esta ley era ya una cierta forma “civilizada” de conducta. Incluso hoy en día, algunas personas llegamos a manifestar la vivencia de esta ley con la popular frase: “el que me la hace, me la paga”. Para el Maestro toda venganza ha de quedar excluida en la vida del apóstol. En todo caso, si hoy siguiera vigente esta ley tendríamos que cumplirla apelando a la acción bondadosa de Dios en nuestra vida y por tanto urgiendo al ser humano dar una respuesta a la ley desde la Misericordia y el Amor que recibe de Dios: “amor por Amor, perdón por Perdón”.

La segunda perfección a la ley será: “el amor a los enemigos”. Vistas a la luz de la sabiduría de este mundo, tales palabras de Jesús pueden parecernos una utopía ingenua, un programa para soñadores o para tontos y dejados. Lo que nos debe quedar claro, como discípulos de Cristo, es que no basta con saludar y amar a los amigos, pues eso lo hace cualquiera. Al cristiano se le exige más: “sean perfectos como mi Padre es perfecto”.

Por ley no se puede imponer la simpatía, el amor afectivo y el cariño emocional al enemigo que nos agravia. Eso resultaría inhumano. Tampoco Jesús lo exige por decreto. Pero sí nos propone su ejemplo, y nos manda el amor efectivo: hacer el bien al enemigo, rezar por él, respetarlo siempre como persona y como hermano, hijo también de Dios que hace salir el sol sobre buenos y malos.

Perdonar y amar es la gran fuerza activa del no-violento, la única opción capaz de frenar y destruir el espiral del mal y de la violencia. El talante del discípulo de Jesús está constituido por la no violencia, como primer paso: no hagas frente al que te ofende. Y por el amor activo, en un segundo lugar: amen a sus enemigos; hagan el bien a los que los odian. Todo esto requiere temple, valentía y madurez humana y cristiana, al estilo de Jesús que murió perdonando y amando.

Dios Padre amoroso, que das tu sol a buenos y malos, haznos semejantes a ti para que reflejemos tu amor a todos. Nos cuesta mucho hacer el bien a quien nos hace el mal, perdonar a quien nos ofende y olvidar insultos pasados. Ayúdanos, Señor, a construir el mundo nuevo que tú quieres, en donde no sean el rencor, el odio y la venganza, sino el amor y el perdón, quienes tengan la última palabra. Amén.

Una de las páginas difíciles

La santidad es una cumbre. Llegar a ser santo es la audacia de los alpinistas, con la mirada siempre en la cumbre y la fortaleza de un día y otro día y no desfallecer ante los obstáculos, las pruebas.

Un santo es un vencedor, un audaz y un persistente aún ante los tropiezos y dificultades que se van presentando.

El santo es un héroe, no el que ostenta la palma del martirio sino también aquel que en silencio, sin testigos va día a día construyendo una torre invisible con el material de sus propias obras gratas a los ojos de Dios.

La vida del cristiano no es solamente el cuidado de los actos externos. De dentro, del pensamiento y el afecto, en consonancia con los actos externos se va edificando una maravillosa obra grata a los ojos de Dios.

Si cuando alguno te golpea en la mejilla derecha, en vez de contestar con ira para vengarte, si perdonas y hasta pones la otra mejilla para aceptar otro golpe, ya estás viviendo la doctrina sabia de Cristo nuestro Señor y eso no es cobardía: es la valentía de los santos, y mártires, gracias a Dios, ha habido quienes han aceptado ofensas, azotes, malos tratos hasta padecer la gracia del martirio. Héroes por su ideal y con el ejemplo de Cristo y de Él la valentía para sufrir y morir.

La doctrina sublime de Cristo es la más alta cumbre porque es la cumbre de el amor. Cristo dijo: “no hay amor más grande que el de quien da su vida por sus amigos” y Cristo no solo la dio por sus amigos sino por los que con odio lo llevaron hasta verlo expirar en la cumbre del Calvario en lo alto de una cruz.

El verdadero cristiano, el auténtico, el fervoroso, el seguidor de Cristo ha de ignorar la palabra venganza “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” no solo palabras sino el resentimiento de una actitud complaciente de un amor sobrenatural en Cristo en su luminoso ejemplo.

José Rosario Ramírez M.

Una experiencia desde la fe

Llevaba 10 años volando en la sierra Tarahumara en medio de los barrancos y bosques. Un día, habiendo despegado para ir por un enfermo al fondo de la barranca, los instrumentos de vuelo se apagaron. En ese momento sentí la voz de mi Obispo que me había enseñado a volar con mucha maestría, y que ya había fallecido, recordándome que tenía que abortar ese viaje y volver a tierra. Era lo más prudente, pero yo sabía que el avión funcionaba bien. Un sudor frío empezó a recorrer mis manos y mi espalda, por la tensión de la decisión. Tenía que elegir pronto. Elegí seguir en vuelo y sacar al enfermo de la barranca, pero me dije con una convicción increíble: “sólo lo puedo lograr si vuelo con el corazón”. 

Me esforcé en convertirme en alas, alerones, timón, como si toda mi persona se desparramara en el avión para sentirlo, no había instrumentos más que sentirme parte del aeropolano. Si no lo lograba, sería un desastre fatal. Sería muy largo contar todos los detalles de esa experiencia, pero a pesar de los años que llevaba volando, ese día aprendí lo que verdaderamente era volar con el corazón, dejando al lado los instrumentos y lo aprendido; o mejor dicho, superando el manual, lo ya sabido, las normas, las estructuras. La clave de esa experiencia fue sentirme, sentir el avión, dejarme afectar, arriesgarme, a confiar en mí con esa fuerza que me decía “¡sí vas a poder!”. 

Esa experiencia la interpreto desde la fe como la presencia del Espíritu. Hay momentos en la vida en que se requiere sacar toda la fuerza para vivir inventándose, dejar lo aprendido y lanzarse a lo nuevo, sin tener otras agarraderas más que la confianza en ti mismo y en Nuestro Padre Dios. 
Es una convicción maravillosa que el Espíritu te empuja a lo diferente, a lo desconocido. Dios siempre nos sorprende: “El viento sopla hacia donde quiere: oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va, así sucede con los que han nacido del Espíritu” (Jn 3, 8).

José Alfredo Martín del Campo, SJ - ITESO

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