Viernes, 26 de Abril 2024

Privacidad y empatía

¿Debemos conocer la salud del presidente? ¿Tendría que ser información pública?

Por: Enrique Toussaint

La publicitación de la vida privada es una de las consecuencias más nocivas de este mundo hiperconectado y embobado con las redes sociales. EL INFORMADOR/E. Victoria

La publicitación de la vida privada es una de las consecuencias más nocivas de este mundo hiperconectado y embobado con las redes sociales. EL INFORMADOR/E. Victoria

Hace una semana, el Presidente confirmó que había dado positivo por COVID. Informó que se encontraba estable y que se resguardaría hasta que el virus haya desaparecido de su cuerpo. La revelación desató toda clase de especulaciones. Hay quien no le cree. Hay quien sí le cree, pero no se lamenta por su contagio. Y hay quien, por el contrario, pide empatía y unidad, buenos deseos y civilidad ante la situación que enfrenta Andrés Manuel López Obrador. ¿Se debe ser empático con quien nunca lo es? ¿Se debe ser respetuoso con quien no lo es? López Obrador, en 2014, tuiteó: "existe el rumor que EPN está enfermo. Ni lo creo ni lo deseo. Pero es buena salida para su renuncia por su evidente incapacidad. Es un tuit desagradable: utilizar el rumor como arma política".

Los que ahora reclaman unidad, seriedad y empatía no dudaron en pintar al expresidente Felipe Calderón como un alcohólico incapaz. O politizar un asunto tan irrelevante como que Vicente Fox tomara un antidepresivo. No se puede pedir unidad y sembrar división. No se puede pedir empatía y sembrar discordia. No se puede gritar a los cuatro vientos que es miserable alegrarse por la enfermedad de López Obrador, pero al mismo tiempo haber recurrido a las peores prácticas desde la oposición. Pero, bueno, sabemos que la congruencia no es una cualidad de la Cuarta Transformación. 

Ahora, la pregunta relevante es: ¿debemos conocer la salud del presidente? ¿debe ser información pública o, por el contrario, quedarse en el ámbito de la privacidad? ¿qué riesgos y qué oportunidades tenemos al considerar la salud de un mandatario o algún político relevante un asunto de interés público?

Una corriente de opinión, yo diría la anglosajona, piensa que sí. Al ser el primer mandatario un cargo de altísima importancia y responsabilidad, los ciudadanos deben saber qué afecciones tiene, cómo es tratado y qué afectaciones puede sufrir. Es ensanchar los límites de la información pública hasta la salud de los cargos más importantes del Gobierno. El razonamiento es que los ciudadanos tienen que saber en manos de quién están. Deben saber que las decisiones políticas más relevantes se toman por gobernantes en plena estabilidad física y mental. Es decir, se acota el derecho a la privacidad por un bien mayor: un Gobierno con credibilidad frente a la ciudadanía. 

Otra corriente, la francesa, difiere. La tradición francesa considera que la salud es un asunto privado. Incluso, íntimo. Ni siquiera se puede vulnerar este principio cuando hablamos de un presidente. Mientras el mandatario pueda realizar sus funciones constitucionales, la salud física y mental debe estar ajena al debate político y a la información pública. La protección de la privacidad está por encima de cualquier criterio de oportunidad en materia de información pública. Personalmente, yo comulgo más con esta forma de pensar. Considero que ampliar los límites de la información pública a la salud no otorga información relevante y se presta más a la especulación que al debate razonado. ¿En dónde pones el límite? Y frente al desconocimiento social o los tabúes frente a determinados padecimientos, la información pública puede no abonar a la credibilidad de los gobiernos, sino a socavarla.

El caso más extremo fue el expresidente de la República Francesa, François Mitterrand, que padecía un "cáncer diseminado por los huesos" desde 1981 año en que ganó su primera elección presidencial. Mitterrand murió en 1996 y pasó toda su Presidencia luchando contra el cáncer. ¿Debía haberlo informado a la opinión pública? Yo creo que no. Si física y mentalmente puede enfrentar la enfermedad, y si los médicos no consideraron que afectara su capacidad para tomar esas decisiones que afectan a millones de personas, lo natural es que la información quede en el ámbito de su privacidad. Por ello, coincido con el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, cuando dice que el presidente tiene derecho a su privacidad. La publicitación de la vida privada es una de las consecuencias más nocivas de este mundo hiperconectado y embobado con las redes sociales.

Lamentablemente, la polémica desatada por el contagio de López Obrador no supone ningún debate sobre los límites de la información pública y la protección de la privacidad. Eso no está ni en el centro de la controversia ni es la parte medular de los diferendos. López Obrador hizo bien en informar sobre su enfermedad, debido a que lo inhabilita para ejercer públicamente su función en los próximos días, pero los entresijos y particularidades de su caso sólo competen a él, su familia y sus médicos. Romper esa barrera abre la puerta a la sociedad del reality, del espectáculo, en donde la vida privada es insumo para la politización y el mercado de las especulaciones.

Creo que el asunto de fondo es la incapacidad que tenemos para dialogar entre distintos. El Presidente, y sus partidarios, han utilizado la polarización para mantener en pie de guerra a su proyecto durante años. Dicha polarización que también ha sido alentada por mensajes irresponsables de la oposición, y magnificada por las redes sociales, tiene como consecuencia que ni siquiera la enfermedad de López Obrador pueda detonar un mínimo consenso en este país. Parece que no hay tema, por más espinoso que sea, que quede fuera de la órbita de la politización mezquina. La política no es el arte de regodearte en la miseria del otro, sino el arte de encontrar coincidencias con aquellos que piensan distinto. La política solo es útil si busca encontrar, no separar.

No obstante, entiendo que la incongruencia del obradorismo —pedir respeto y en cambio sacar raja de lo mismo en el pasado— lleve a muchas personas a no mostrar ni la más mínima empatía con un Presidente que atraviesa por un momento difícil de salud. Sin embargo, el ojo por ojo no nos lleva a ningún lado. O como dicen, si vamos al ojo por ojo, seguramente todos acabaremos ciegos. Esperemos que el Presidente se recupere y que sus días de aislamiento le sirvan para entender que este país no se va a cambiar alentando el enfrentamiento de los unos contra los otros. Qué la justicia social y a equidad no se logran con guerras permanentes. Eso sólo deja sociedades enfrentadas y rotas. Hay tiempo, Presidente.

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