Martes, 23 de Abril 2024
México | Análisis

El nacionalismo 2.0

¿Cuál es la ideología del Presidente Andrés Manuel López Obrador? ¿Lo podemos definir?

Por: Enrique Toussaint

El nacionalismo 2.0

El nacionalismo 2.0

Sin duda, el neoliberalismo y la globalización están en crisis. En todo el orbe, las fuerzas políticas que claman por mantener intocado el modelo económico hegemónico están perdiendo terreno. Hacia la derecha o hacia la izquierda, pero el antagonismo político al estatus quo viene envuelto en forma de nacionalismo. Revisemos el mapa y veremos como Reino Unido, Estados Unidos, Italia, Rusia, Brasil, son gobernados por fuerzas políticas nacionalistas. La crisis política del neoliberalismo, que comenzó a fermentarse en 2008-2009 con la gran depresión, derivó en un incremento de hasta cinco veces en la intención de voto —en Occidente— a partidos nacionalistas. En cambio, las fuerzas liberales globalistas perdieron la mitad de su apoyo desde la Gran Recesión. 

México no es la excepción. Mucho se ha escrito sobre la ideología de Andrés Manuel López Obrador. Qué si es de izquierda o no. Qué si es conservador o progre. Qué si se parece más a Donald Trump o a Luis Echeverría. Qué si es juarista o más bien un desarrollista cepalino. En la mayoría de las ocasiones, el perfil ideológico de López Obrador se construye con planos cartesianos que no tienen vigencia en el mundo de hoy o con claro sesgo político. Más allá de eso, y las controversias que genera el sistema de creencias del Presidente, lo que podemos decir es que López Obrador es un nacionalista. Sus simpatizantes lo ven como un sano patriota, mientras que sus detractores como un anacronismo injustificable en pleno siglo XXI. 

LEE TAMBIÉN: Hipocresía, única doctrina de los conservadores: López Obrador

La nación es el concepto político más poderoso de la historia. Nada moldea la identidad política tan profundamente como la pertenencia nacional (incluso más que la idea del pueblo y su soberanía). Durante siglos, la nación estuvo atada a la raza. Las tragedias más abominables del siglo XX se produjeron con esta simbiosis: el nazismo y los regímenes fascistas. La supuesta supremacía de una raza sobre otra se tradujo en campos de exterminio, segregación y humillación. México tuvo su particular construcción racial: el Estado Mestizo, que también desgrana Joshua Lund y que nos remite a Vasconcelos —la construcción del México posrevolucionario—.

López Obrador es fruto del renacimiento del nacionalismo mexicano. Tendríamos que sumergirnos en Octavio Paz para rastrear las coordenadas identitarias de México, pero lo que resulta innegable es que el Presidente es una hábil mezcla de tan disímbolos ingredientes: austeridad y pobreza franciscana, religión, visión moral de la política, anti-elitismo, petróleo, autonomía y soberanía, rescate del México profundo. Si todo esto lo metemos en una licuadora nos daremos cuenta que López Obrador no es un político ideológicamente coherente, sino un coherente nacionalista.

El Presidente puede alternar posturas conservadoras y progresistas, de izquierda y de derecha, sin darle demasiada relevancia. Un día anuncia una agresiva política de empleo —Jóvenes Construyendo el Futuro— y el otro decide dejar de transferir recursos a las estancias infantiles. La primera es una política claramente de izquierda, y la segunda es el sueño húmedo de un neoliberal. Y así lo vemos con la seguridad pública: apoyo a comunidades marginadas vs. Militar al frente de la Guardia Nacional. No busquemos coherencia ideológica en López Obrador. En un mundo tan confuso, en donde las viejas coordenadas políticas se trastocan continuamente, López Obrador no es la excepción.

Lo que sí podemos decir es que López Obrador es la cabeza más visible de un movimiento nacional popular. Un nacionalismo en toda regla: recuperar la historia, los símbolos, demandar perdón por sucesos del pasado, rescatar a los personajes que más identidad le dan al país y un larguísimo etcétera. Y es popular por el respaldo y la conformación de Morena: la de 2018 fue una victoria del México profundo, marginado y excluido de los beneficios del sistema económico, contra las élites y la tecnocracia que gobernó México desde los ochenta. Incluso, la estrategia contra Ricardo Anaya fue colocarlo como el anti-México, resaltando que su familia vivía en Estados Unidos y era un fifí más.

El de López Obrador no es un nacionalismo agresivo, pero sí embona claramente con la mentalidad conservadora de una parte —no sé si mayoritaria— de la sociedad mexicano. Sospecha de todo aquello que viene de fuera. Lo dijo en diciembre: algunos se van a estudiar a universidades extranjeras y ahí aprenden las malas mañas. Y no estaba hablando de universidades en Perú o en China, sino en el primer mundo. Al igual que buena parte del pensamiento conservador mexicano, el Presidente ensalza al pueblo bueno, trabajador y nacionalista, frente a esos mexicanos, integrantes de la élite global, que dejan su pueblo y se convierten en malas personas. Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Francia u Holanda son el epicentro del libertinaje y las malas costumbres.

No todo es malo en el nacionalismo. Es innegable la connotación peyorativa que tiene el término. Y bien ganada. El nacionalismo ha sido la coraza ideológica de tragedias que nos siguen hiriendo como humanidad. El genocidio Armenio, el Holocausto, la Guerra Civil Española, enfrentamientos bélicos. Sin embargo, la identidad nacional es un sentimiento natural. De la misma forma en que tenemos mayor empatía con nuestros familiares o conocidos, es normal que sintamos más apego hacia nuestra parcialidad nacional. Ese cosmopolitismo que busca eliminar las banderas, los territorios y casi la diversidad lingüística, nunca ha entendido lo importante que es la identidad nacional en una persona. El nacionalismo, o el sentimiento de pertenencia nacional es natural, siempre y cuando no derive en violencia, segregación, discriminación.

El nacionalismo, sin supremacismo, puede servir para la protección de los Derechos laborales; la solidaridad; el involucramiento en la comunidad; la protección de los más desfavorecidos; reivindicar la memoria; políticas de igualdad (quiero para quien habita en mi comunidad lo mismo que para mí). Sin embargo, también acarrea un riesgo. Y no es menor. El nacionalismo trastoca el sentido de las cosas y le concede a la construcción de la pertenencia nacional, la más alta de las prioridades públicas. Un nacionalista entiende a la nación como el máximo valor político, por lo tanto impulsará todo lo que esté en su alcance para entronizar esa idea.

¿Qué significa eso? Rescatar a Pemex sin importar que eso arrastre a la economía mexicana. Y no se hace para tener recursos para hospitales o escuelas, sino por el símbolo grandilocuente del nacionalismo mexicano. O incluso la soberanía energética: la nación que no depende de la gasolina gringa sin importar que en una refinería, que daña el medio ambiente y no tienen nada que ver con la transición energética hacia energías limpias que tenemos que discutir en México, se gasten 150 mil millones de pesos que podrían servir para construir una incipiente red de seguridad social universal en México. O que en las aulas se enseñe la historia alterada para engrandecer a la nación. El nacionalismo que entiende que su función es el endiosamiento de la bandera y su identidad. 

No considero que el nacionalismo sea malo per se. López Obrador es un nacionalista, igual que Trump, May, Salvini, Bolsonaro o Tsipras, pero difieren en muchísimos asuntos: migración, economía, Derechos Humanos, temas morales. Debemos juzgar al Presidente no por su obsesión simbólica, sino por sus resultados de Gobierno. La reconstrucción de la identidad nacional mexicana, luego de décadas de discursos globalizadores que sólo nos trataban como consumidores o ciudadanos de la era global, tiene que servir para coser el país. Para refrendar los lazos, la historia y valores, que nos unen como México. Y es que el nacionalismo auténtico, el humano y popular, es aquél que trabaja por tener un país más justo no por hegemonizar los estandartes, las banderas y los símbolos patrios. El Presidente debe entender que México sí necesitaba una dosis de nacionalismo (como lo he dado a entender en este articulo), pero cualquier idea llevada al extremo produce malos resultados.

Suplemento Tapatío

Temas

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones